+

FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



10.12.12

279. Disfrutar a los noventa


          La eternidad se halla en algunas tapas de yogur. La mía, mi eternidad, la encontré casualmente en el reverso de una tapa de yogur tártaro de una marca difícil de recordar y de encontrar. Desde que la obtuve no siento en verdad nada especial. El hombre que me atendió por teléfono y que al cabo de unos días se presentó en mi apartamento, una vez comprobada la naturaleza verídica de la tapa del yogur, me hizo entrega de una caja de metal no muy grande, en donde se hallaba la eternidad con la que fui agraciado. No sin cierta inquietud abrí la caja cuando el hombre se marchó, habiendo rehusado previamente mi ofrecimiento de té y compota, alegando que tenía que ir con prontitud al aeropuerto para regresar a Tartaria. Como ya he dicho abrí la caja cuando el hombre se marchó no sin cierta inquietud. En esto coincidimos el hombre de la empresa tártara de lácteos y yo, porque los dos presentábamos signos inequívocos de inquietud: yo, naturalmente, por verme abocado de manera inexorable a la eternidad, pero la inquietud de él, aunque similar a la mía, debía estar causada por otro orden de acontecimientos, quizás el alejamiento de su tierra natal, o el pánico a volar, o vaya usted a saber qué. A mí, además, el yogur me provoca inquietud desde niño, pero me gusta tanto que intento sublimar esa sensación con algún lenitivo dopaminérgico o, las más de las veces, con más ingesta de yogur, o, a veces, con alguna sesión de sexo mercenario, aunque esto último, he comprobado que me provoca también un alto grado de inquietud, pero de otro tipo, una inquietud temblorosa, algo marrana, que se apacigua, como tengo más que comprobado, con más consumo inmoderado de este tipo de lácteos. En una ocasión me tocó un pack de seis tipos diferentes de felicidad (conyugal, espiritual, financiera, deportiva, corporal y laboral) en un paquete de pan rayado (pan con rayas, no pan pulverizado), y poco tiempo después, un viaje alrededor del mundo paralelo adimensional en un colutorio de los chinos, que resultó francamente tedioso, aunque me reportó ciertos contactos muy provechosos que me sirvieron con posterioridad en mis incursiones en el mundo de los  negocios en el plano astral. Volviendo al momento en que abrí la caja de la eternidad, me sorprendió que el manual de instrucciones viniera escrito sólo en tártaro. También me dejó atónito la forma y consistencia de la eternidad misma. Intentaré describirla grosso modo:

          Más o menos.

278. El consolador de Anushka


          Soy un negro extraño del Camerún. Camerún es un país que se puede cruzar de norte a sur y de este a oeste pisando boñiga. En Camerún no hay osos, pero existen unas libélulas gigantes de corta vida conductoras de taxis. Yo soy un negro extraño del Camerún. En Camerún hay colegios especiales para las niñas tontas sin síndrome de Down. El síndrome de Down en Camerún no está bien visto como en otros lugares del África Occidental (Togo, por ejemplo). En otro orden de cosas, Camerún es una marca de betún de Judea que se fabrica en la factoría lucense de tintes y betunes de los Hermanos Oñate. Camerún, además, posee una idiosincrasia que la diferencia de otros lugares cercanos del África Occidental, y es su rigor climático. La época de lluvias es breve y la época de sequía es breve. Durante el resto del año hay, y los habitantes de aquellas latitudes así lo experimentan, un clima dudoso y asaz extraño, un clima indefinible. Los cameruneses son muy aficionados al fútbol y a otro deportes autóctonos muy viriles, como el bohjin'h, práctica deportiva ésta consistente en sortear boñiga con una pértiga de alerce. El Vicesecretario de Asuntos Tribales, Rezek Weeramantry, es gran entusiasta y cuenta con más de tres mil pértigas en su choza de lujo a las afueras de Yaundé. Camerún existe como existe el Aqua Velva®, como existen las tiendas de corsetería antigua, como existe mi amada Flora, aunque en brazos de otro. No hay libros en Camerún porque sus habitantes no los necesitan. Sus habitantes leen en los troncos de los árboles talados por los hombres blancos, leen las nubes, que desangran una lluvia como leche aguada, espesa, constante, caliente y turbia. Los pechos de las mujeres del Camerún son siempre pares, aunque el extranjero siempre los enumera: uno, dos, uno dos..., uno, dos, tres, cuatro... Mi amada Flora se enamoró de estas tierras y me abandonó cuando marché más al sur, hacia Gabón. Camerún huele a hule y a pis y a mosca azul y, por supuesto, a boñiga ardiente, y sobre todo huele a Flora desflorada y a fauna agónica, también a película Eastman Color podrida, y a vacuna caducada. Mi amor por esta zona del África Occidental es enzimático, primordial, enigmático y vital. Regresé del sur (de Gabón) cuando Flora yacía recién muerta de tifus. Me apené por ello la breve temporada de lluvia y luego correteé con su amante por selvas equidistantes, hermanándonos en una amistad que aún hoy perdura. En Camerún se come mal y se guisa peor, pero se consuela uno con los vapores que emanan de los generadores inhóspitos que, al mezclarse con el hedor de tanta muerte, hacen aflorar unos urinosos y a la vez balsámicos aromas que adormecen, que atontan y dejan el espíritu en posición de ser devorado por animales, personas, plantas o cosas. Camerún es muy bonito, ya lo creo.

9.12.12

277. El álgebra del odio


          En los 70 había un grupo americano de rock que se llamaba Black Oak Arkansas. Yo solía tararear sus canciones mientras miraba de noche por las ventanas de los pisos bajos de las calles de mi barrio, por si veía desnudarse a alguna de las esposas de los militares de la base de acuartelamiento cercana. Escondido entre zarzales y montes de basura llegué a observar en una ocasión a la mujer del teniente O'Malley, una negra vigorosa de unos cuarenta años, cuya pierna izquierda ortopédica no mermaba la belleza de su rotundo cuerpo mutilado. Desnuda y ajustándose la prótesis, quise morir de placer en aquel instante, turbado para siempre por aquella imagen gloriosa, robada y aberrante. La imagen de Mrs. O'Malley enraizó hasta el tuétano en mi alma, y allí ha florecido como pétrea presencia hasta hoy, y es seguro que perdurará después de mi muerte. Cuento esta anécdota, esta historia, porque fue lo que originó todo lo que vino después en mi vida.: el comienzo de mi afición a la literatura oscura, mis jaquecas incoercibles en Semana Santa, mi tendencia a las drogas (no a su consumo, sino a coleccionarlas, a atesorarlas), mi gusto por la pintura mural mexicana, mi amor por el trabajo mal hecho, el consumo involuntario de caliche, la progresiva dejación de responsabilidades sociales y familiares, el comienzo y posterior establecimiento de mi vocación y tendencia al latrocinio, mi fervor hacia posturas políticas extremas sean del signo que sean, mis alergias espirituales a los dogmas (vaticanos o no), mis alegrías corporales de los viernes de cuaresma, mis continuos matrimonios morganáticos, mi odio a los entomólogos, mi propensión al consumo de aceitunas, mis trabajos de ingeniería estructuralista de cosos taurinos, mis constantes viajes por las zonas húmedas del planeta, y mis asesinatos rituales (a veces voraces, a veces líricos) de hombres y mujeres que me conocieron  sin percibir todas estas potencialidades que me caracterizaban y que me hacían muy superior a ellos, incluso muy superior a sus propios maestros y mentores, y muy superior incluso a sus propios y queridos demonios.

8.12.12

276. Clasicismos


          Me encuentro haciendo un trabajo de campo en la playa de Ochovientos, al sur de la región del Guaraná, algo al norte del paralelo 32, en plena amazonía paraguaya. Pretendo observar y estudiar el ritual de castración de la tribu de los Nabii. Esta tribu se halla en el top 5 de las más primitivas del planeta. La forman tan sólo tres individuos: un hombre, una mujer y otro elemento humano inclasificable de aspecto simiesco durante el crepúsculo y de aspecto anfibio el resto del día.

          Y yo me pregunto: si mi padre fue poeta y mi vigor juvenil se encaminó siempre a la poesía, no tanto por imitación del modelo paterno como por un impulso anímico incontrolable, ¿por qué se empeñó mi madre en que estudiara Antropología?, ¿por qué mediante continuos chantajes emocionales consiguió embarcarme en esta absurda ocupación con la que sí, me gano la vida, pero que detesto profundamente?

          Los tres Nabii se acercan a la orilla. Otean, no, no otean, olfatean, eso sí, olfatean mi presencia. Arrugo involuntariamente el entrecejo y el escroto. No llevo revólver, pero sí llevo un tirachinas bantú que siempre me acompaña. Tengo miedo, para qué negarlo. La mujer Nabii tiene en su mano una corteza afilada del árbol del ñandú y se inclina para humedecerla en las sucias y oleosas olas. El hombre Nabii lleva un recipiente hecho de hojas del árbol del ñandú. El individuo Nabii poco diferenciado emite una horrísona salmodia mientras se embadurna el rostro con la arena limosa. Los tres continúan olfateando el aire, me huelen sin duda, detectan la presencia ajena que les sume en una incertidumbre que no saben precisar. Pasan los minutos y sus actitudes no varían. Pasan varias horas y sus actitudes no varían. Y aunque estoy protegido y camuflado en una oquedad cubierta de hojarasca, mis tripas resuenan como víboras en celo y hacen que los tres Nabii giren la cabeza hacia el lugar de mi escondite. Aferro el tirachinas con la mano izquierda y busco a tientas con la derecha una piedra de tamaño adecuado. ¿Qué hace un poeta cargando un tirachinas con la firme decisión de matar a un pobre indio amazónico que nada le ha hecho?

          En resumidas cuentas y para no alargar mucho la historia: me descubren por el inoportuno ruido de mis tripas, corren hacia mí, disparo mi tirachinas y le hundo el frontal al macho que cae fulminado sobre la arena; la "cosa indiferenciada" se deja caer de bruces ante el cadáver de su congénere llorando al parecer por la irreparable pérdida. La moza Nabii se para en seco estupefacta ante tan trágica escena; se acerca y consuela a "la cosa", pero a su vez le acerca la corteza a un colgajillo que tiene entre las patas o las piernas y de un tajo se lo corta y lo introduce en la cesta hecha con hojas del árbol del ñandú. "La cosa" chilla y berrea (no es para menos), a mí se me vuelve a encoger involuntariamente el escroto; "la cosa" se desangra irremediablemente. Dos muertos en la playa. La Nabii me mira y sonríe, la muy zorra. La Nabii es mona; con una hora y media de pelu y un par de vestiditos de Zara® puede quedar niquelá. Es muy probable que sea el objeto de mi primer poema como profesional y también es muy probable que tampoco le guste a mamá.

6.12.12

275. Nueva cita en Magdeburgo


          No tengo más dinero que el justo para propender resabios de torerillos maltrechos. Suficiente para enamoriscar modistillas turcas o camareras de orfanato, pero no para enmarcar los deseos que tengo de gobernar, aunque sea una pequeña villa del sudeste suizo. El dinero es importante como todo aquello que puede enquistarse. Su carencia lima las aristas del alma y la deja redonda como una moneda recién salida de una ceca ilegal. Bromas aparte, me muero por ser pobre de verdad o rico verdadero, extremos ambos definitivos y plenos. La tibieza de mi regular fortuna, la mediocre cantidad de mis bienes es lo que me tiene enajenado. Como gambas con remordimiento y me hiero la dignidad con el pullover de mercadillo. En mi equilibrio inestable me desclaso socialmente, y económicamente tiendo a la neurosis, cuando no a un verdadero desdoblamiento de la personalidad, creyéndome plebeyo o patricio en días alternos o incluso en una misma jornada. Acabar con los pobres y con los ricos, tal es mi consigna política. La lucha de clases acaba cuando acaba la lucha, al acabar con las clases. Qué fácil resulta la demagogia marxista de demonizar al gordo de chaqué, puro y chistera. Pues bien, yo también apoyo lo anterior sólo si a la vez emputecemos y acribillamos a insultos al famélico con alpargatas y tez mugrienta. Copemos el Centro los del centro. Ya que no obtengo con mi quehacer en la vida la pobreza o la riqueza, propongo disparar a los límites de nuestra sociedad, acabando con los muchos desesperados de la vida y con los beneficiarios de tanta desesperación. Unámonos y, ya que no podemos gobernar nuestra ínsula Barataria, reivindiquemos la mediocridad de nuestros logros, la inutilidad de nuestros afanes, la imposibilidad de nuestros sueños, pero hagámoslo con sangre, acabando con nuestros verdaderos verdugos, aquellos que sumen nuestro entorno natural en un recinto amurallado de donde no podemos salir sin morir en el empeño. Por una mediocridad sin límites, acabemos con los límites.

18.11.12

274. La experiencia soviética (hаш он покой)


          Escher pintaba con la mano derecha su mano derecha pintando su mano derecha, infinitas veces. Era un truco que le enseñó su maestro de esgrima, Anselm Grutmanchër. Lo que hacía el maestro Anselm G. con su mano derecha (¿o era la izquierda?) no se puede transcribir aquí por diversos motivos, entre los que no se halla entre los menos importantes el que no procede transcribir ciertos pasajes de la vida de personas excomulgadas de manera sumarial por sus veleidades masónicas. Ya se sabe que un masón es igual a un hereje multiplicado por un judío, partido por dos liberales. No hace falta integrar mucho ni derivar menos para concluir así, pero siempre es bueno remozar los conocimientos que obtuvimos en nuestras becarias mocedades académicas. Los curas centroeuropeos manchan de loción para después del afeitado sus casullas curiales como muestra de sus desacuerdos con la Santa Sede. Y esto viene a colación por la adscripción monacal y sacerdotal tanto de los hermanos de Escher como de los primos del esgrimista Grutmanchër. Muchos prelados e incluso frailecillos no tonsurados de aquellas latitudes no propendieron en su debido momento al Cisma Luterano ya fuera por falta de redaños o por puro fervor cenobita, pero el caso es que se sintieron desde entonces confusos por su falta de decisión en los momentos de crisis. El sacerdocio, ya se ha demostrado, es para otros paralelos más equinocciales: un cura es sudamericano o no es. Un sacerdote austriaco es una quimera con clergyman; en realidad, un cura que hable un idioma eslavo debería matarse en un hartazgo de salmón ahumado o en un frenesí de chucrut. El Padre nuestro que está en los cielos, ni por asomo pensó en Alemania cuando hizo lo que hizo. Siento decir (siento confesar) que mi madre es alemana, aunque ella piensa en boliviano y actúa a veces como una corsa furiosa. Escher podría haber orinado al sesgo en vez de pintarse la mano pintando la mano ( ...), o haber pintado una mano orinándose a sí misma, o pintarse Escher a sí mismo orinándose de continuo. Pero no, hizo lo que hizo santificando el nombre de Dios en vanos intentos de ser un creador original, cuando tan sólo era un amanuense que se pintaba la mano con el sudor de su frente. Otros pintaban mujeres desnudas al sol, o crepúsculos florales, o escenas belicosas entre moros y cristianos, pero no, él pintaba manos y frailes cartujanos inconexos junto a pequeñas cataratas incongruentes. La pintura pecadora de Escher no creó escuela, gracias a Dios, pero informó la anomalía iconoclasta hasta nuestras actuales generaciones de monjes trapisondistas y fervorosos papistas de moda vintage.

273. Otra vez no, Paco



          Qué de alambre enmohecido, qué madeja eléctrica de nervios a flor de piel, qué recuerdos enervados de aquella puta niñez; aquellos días de noches amargas como el fango alquitranado, de lágrimas humeantes y angustias tuberosas, aquella niñez insalubre en su misma falta de sustento real; unos años de amor impropio, de lejanías y apegos melifluos y extravagantes: Dios en todas partes y en todas partes su ausencia. Tiempo de vaguedades y dramas estructurales, de temor a que mis ojos temieran, a que mis manos temieran, a que todo yo reverberara de puro miedo; un miedo húmedo táctil, salado, que casi fosforecía como fuego fatuo de mi pecho enlosado y funerario.
       
          El miedo de un niño acoge océanos inexplicados.

          Y yo conocía el miedo, mi miedo, sabía detrás de dónde se ocultaba, cuáles eran sus disfraces, pero no sabía describirlo. Dios no me ayudaba, le pedía su protección, pero su proverbial silencio me dejaba exhausto. Cuando fui mayor comprendí que el terror, el verdadero terror, no es otra cosa que la ausencia de Dios.
       
          Continúo viviendo con miedo, con un miedo más intenso que entonces, aunque la lágrimas ya no surca mi rostro arrugado; ahora la ira lo inunda y abarca todo; vivo con la ira presente y futura, vivo sin matar, matando; asustado como una fiera devoradora; clamando por una justicia que sólo sirve para mí; huyendo hacia una soledad que me resulta ominosa. Y la culpa amalgamando los días pasados y los que me anuncia el porvenir. Y la nada divina ensanchando su horizonte y acercando el fin en un cuadro de soberbio tenebrismo. Y el amor verdadero penando, y el amor falsario tronando. Y el dolor como amigo venerado. Y cada día sintiendo que el niño que fui sigue en mi pecho, sigue corrompiéndose, destilando un zumo letal que me va impregnando por dentro, segregando un magma original que me ha ido haciendo como soy, como no quise ser, como no quiero seguir siendo.

30.10.12

272. Branquias y más branquias


          El segundo más comprometido de mi vida lo pasé hace unos días en la terminal del aeropuerto de Twainville, Nuevo Méjico. Mi amante, la doctora Jinx, me acompañaba en calidad de albacea testamentaria; mi delicado manicuro, Sebastian Honnermayer, también nos acompañaba en calidad de testigo ocular transitorio. El avión, un Dözzer 551 de ala quebrada, hacía rugir sus múltiples motores en un afán de socavar el espíritu aventurero de sus infelices pasajeros. Desde la gran ventana vidriada de la terminal veíamos la aeronave vibrar como un enorme consolador bien bruñido y de un metálico regusto cibernético. Esta hermosa metáfora se la comuniqué al instante a la doctora Jinx, amante también de cualquier símil o tropo que conlleve una imagen sicalíptica de la existencia humana. Su mano aferró mi musculoso bíceps con una sugerente intensidad que no me pasó desapercibida, tampoco a Sebastian, que con un dejo de amargura en sus orquestados ojitos de mariposón antiguo, mirábame con un gesto de amor percudido y apenas solapado. En el momento en que nos disponíamos a embarcar, sonó la voz de alarma. Esa voz, que irrumpía en nuestras vidas a través de los alto parlantes y que nos impelía a buscar refugio de forma perentoria, dada la inminencia de la catástrofe, era, sin duda, la voz de mi madre, muerta en la Feria de Ganado de Cottonville, Wyoming, en 1994, cuando un toro, un gigantesco semental de la raza Portnoy, la intento montar (y de hecho la montó), en un fatal descuido de mi madre al doblar el tronco en busca de un paquete de Kleenex® que se le cayó, y que incitó a la bestia al contemplar las acanaladas y mórbidas nalgas de mi infeliz mamá. Murió en el acto, claro está. Por tanto, ¿qué hacía ella contratada por los servicios de megafonía del aeropuerto de Twainville, Nuevo Méjico? Ya el virus Ébola iba haciendo de las suyas por la sala de recogida de equipajes, lugar donde estalló el primer artefacto de destrucción masiva; los primeros cadáveres acapararon los pocos taxis y huyeron a donde nadie supiera de ellos; las máquinas expendedoras de snacks fueron expoliadas por la segunda tanda de muertos. Sebastian fue el primero de los tres en verse afectado; se ve que los antirretrovirales que tomaba no incidían para nada con este virus tan inestable como deletéreo. Aún así nos ayudó lo que pudo, y ya muerto y todo, nos pintó las uñas a la doctora y a mí. Luego se fue con los demás a profanar las tumbas del cementerio. Mi amable amante, la Dra. Jinx, quiso hacer el amor por última vez; yo no quería, pero accedí, luego me alegré. Lo hicimos en la torre de control, y al acabar, allí estaba mi madre, muerta en 1994, aferrada a una botella de bourbon barato y eviscerándose la pobre con la mirada muy perdida y canturreando una triste balada de Bill Justice.

21.9.12

271. Omnia peccata mundi


          Ya saben ustedes que resido desde hace muchos años en un centro de reposo mental, en un manicomio, vamos, pero en un manicomio de barrio, no en uno de esos frenopáticos importantes del extrarradio. Rodeado de locos suburbiales paso mis días entre vapores urinosos y fragancias de neurosis desesperada. Todos nos hallamos atrapados en unos malolientes sayones de sarga medio apolillada con bandas verticales en tiempo azules y ahora desvaídas hacia un gris metafísico. En el pabellón de hombres somos treinta y uno, en el de mujeres son treinta y una. Yo soy paralítico cerebral y estoy incluido en el grupo de los sumamente peligrosos (PC-SP). Me alimentan de manera diferente a los demás, ensayando en mi caso especial unos shocks terapéuticos a base de harina de almortas y jengibre fermentado, pero para nada: sigo paralizado cerebralmente y con un índice muy elevado de peligrosidad suma. A veces me siento tan enamorado que rezumo esperanza y dicha por los poros de otro interno. Otras veces me ensombrezco de desidia y llego a la catatonia (tan apreciada y respetada en este establecimiento), un estado aquietado y férreo que en dos ocasiones me hizo levitar sobre los confusos balances dopaminérgicos de mis compañeros. Pero en lo general y cotidiano paso los días entre añoranzas del ejército, al que nunca pude acceder por mi PC-SP, y las risas babeantes que me producen las singulares conductas de mis locos cercanos. El Tortas es esquizofrénico hebefrénico grado IV (comedor de insectos) y H. H. es esquizoide con trastorno agudo de personalidad, creyéndose, desde el año de la riada, ser una cucaracha, proceso que se agudiza con un componente paranoide cada vez que ve entrar en la sala de la televisión al Tortas en fase depredadora. A todos nos gustaría que nos dejaran al menos una vez a la semana sobar a las locas del otro pabellón, sobre todo a la Marifuria, que, según dice Afrosio el tripolar, tiene tres pechos. Mi negro futuro no me impide pensar en que puedo alcanzar un hermoso pasado si me lo propongo. Sé que es una locura, pero es que yo estoy loco. Hay papeles que lo atestiguan. Hay testigos que lo empapelan. Haber, hay de todo en la cabeza de un loco. Por haber hay hasta posibilidades insospechadas. Yo me he descubierto dos posibilidades insospechadas, a pesar de mi PC-SP, pero en ambas toma carta de naturaleza (carta de naturaleza, ¿qué diablos es eso?) la Marifuria, a la que creo desear tanto, tanto, que si pudiera, la casaría con el Tortas.

16.9.12

270. El pene de la Emperatriz


          He salido de la cárcel esta mañana, a la 9.05. Allí he pasado los últimos diecisiete años por matar a alguien, no recuerdo a quién. Sí recuerdo el reguero de sangre, la motosierra, el liguero de encaje alrededor de mi cuello y el bote de mayonesa Hellmann's®. Durante los años de presidio he perdido muchos datos de mi vida, probablemente a causa de los golpes recibidos en la cabeza que me propinaba con reiteración el carcelero con un castor disecado que llevaba al cinto a guisa de porra.

          A la salida me esperaba Vera Rivers, una matrona negra, gorda, enjaezada con mil abalorios, que me ha dejado sin respiración durante los treinta segundos que ha durado su abrazo. Me he visto reflejado en sus dientes de oro y he salido huyendo. Sabía su nombre, pero no sabía qué relación guardaba conmigo. 

          Me he enfrentado confiado y a la vez espantado a la metálica mañana de esta ciudad innominada; me he enfrentado a la llovizna sucia, interminable y gris que me ha acompañado varias horas, hasta que he entrado en un barucho del puerto, donde pido un bourbon con agua que no sé si puedo pagar, porque no debo tener dinero. Miro la bolsa que llevo en la mano, exploro mis bolsillos. En la bolsa hay una cartera con un carnet de conducir y un billete de diez dólares. En el carnet dice que mi nombre es Nicholas Dowd.

          Cuando entró la mujer tambaleándose pensé que estaba borracha, y efectivamente lo estaba, circunstancia venturosa para mí, porque fue la causa de que errara el disparo con el que esperaba acabar con mi vida. La bala, quiso Dios, que fuera a alojarse en la garganta de un pobre músico que, sentado a una de las mesas del fondo, afinaba su vihuela. 

          No esperé a que hiciera acto de presencia la policía. Dejé los diez dólares en el mostrador y corrí a través de oscuros callejones hasta que mis pulmones pudieron resistir. La mujer que había querido matarme dejó en mis ojos los suyos. Esa mirada airada y cruel me recordaba a alguien, pero ¿a quién?

                                                                                                                                    (Continuará, o no)

9.9.12

269. Judíos y flamencos (Anales)


          La forma, el contorno o perímetro de los ojos de mi hijo no sigue una norma, un presupuesto geométrico preciso. El iris pardo de los ojos de mi hijo se halla ciertamente incómodo, como el reo cuya celda presentara una franca dismetría y una falta de paralelismo en sus paredes. La mirada de mi hijo es, por tanto, disarmónica, algo inestable y sujeta a mínimas voluntades. Pero todo esto es la mirada que yo miro, la mirada que me dirige, la mirada que me mira. Esa mirada suya no es la misma cuando yo no soy su objeto. Mirando a otras personas, a su mundo en derredor, a veces espío sus ojos y entonces, ya no los reconozco; y me atraen; y envidio no ser su diana; esos ojos han mutado, se vierten diferentes en la vida, más ufanos y seguros, más libres y dominadores. Yo quiero esos ojos para mí, quiero tenerlos cerca, alrededor, quiero que me miren igual que miran a su mundo.

          ¿Pero es que yo no soy su mundo?
          ¿No estoy en él?
          ¿Cuándo me fui?
          ¿Me fui yo o se fue él?
          ¿Dónde estoy, entonces?
          ¿Cuántos mundos hay?

          En el fondo, los ojos de tu hijo son la gran incógnita de la vida. En esa pupila amada, donde florecen todos y cada uno de los enigmas del alma humana, alumbra una llama apenas vislumbrada, velada de preguntas y ternuras, y que toma la forma del destino. Es a él al que involucramos y preguntamos, y ante el que desespera nuestra incertidumbre. Alguien dijo que un hijo es una pregunta que le hacemos al destino. Mi pequeña aportación a esa teoría consiste en definir la localización específica en la que se encuentra el destino del hombre: puedo asegurar que, al menos en mi caso, el destino del hombre, al menos del hombre que esto escribe, se halla muy al fondo de la mirada de un adolescente errático, inconstante, lleno de dudas que no reconoce y de certezas que le protegen, en la mirada de ese planeta remoto y maravilloso que es mi hijo.
         

21.8.12

268. El síndrome de Foutrier, desestimado


          Me llamo Milton Wenceslao Cejudo Carroso, soy nacido en la ciudad de Riobambo, provincia de Chimborazo, Ecuador. Mi hermano Radoslao Nelson nació en las Galápagos, que si ustedes no lo saben, pertenecen a la República del Ecuador desde 1832. Se llaman así porque cuando fueron descubiertas estas islas había gran cantidad de galápagos, algunos muy grandes y otros no tan grandes. Mis padres tuvieron diecinueve hijos, de los cuales sólo hemos sobrevivido dos, Radoslao Nelson y yo, Milton Wenceslao. Los otros diecisiete murieron por diversas causas que no es momento de relatar. Yo soy el mayor de los vivos y el número once en el cómputo general; mi hermano es el número dieciséis del cómputo antedicho. Crecimos lo que a nuestra etnia nos está genéticamente permitido crecer, un metro cincuneta y un centímetros (yo soy más estilizado que Radoslao Nelson unos dos centímetros, aunque él es más elegante en su forma de bailar el yarabí). Tengo en la actualidad 27 años, mi hermano 20. Él se quedó en las islas intentando acabar con los últimos especímenes de la especie de tortuga autóctona que tanto asco le daba y tanto odiaba; ahora está en presidio cumpliendo una pena muy larga. Mis padres murieron de cosas del vientre uno detrás del otro en un corto período o espacio de tiempo. Me quedé solito y emigré sin papeles a Europa. Entré en Francia a través de El Havre, metido de polizón en un mercante de bandera panameña, una bandera a cuadros blancos, azules y rojos, muy bonita y con dos estrellitas. De allí a Mataró me dedique durante tres meses a pasar hambre, a pasar frío, a vomitar (disturbios abdominales heredados de mis papás) y a hacer grandes amistades con personas de hablar brusco y complicado. Mi forma de hablar, no obstante, he de decir, es muy correcta, tengo una bella voz, un dulce acento afeminado, un timbre claro y desenvuelto y, a la postre, ha sido esta infravalorada cualidad mía la que me ha salvado de un futuro mísero e ingrato, un futuro que ha devorado (valga el oxímoron temporal) a muchos de mis emigrados compatriotas. Y es que fui uno de los elegidos para operar en una central internacional de venta de diversos productos de comunicación a través del teléfono. Trabajo once horas diarias intentando que mis interlocutores cambien de compañía de servicios de telefonía, mensajería e Internet. Ahora mismo, 17.15h del 21/Agosto/2012,  he contactado con un amable caballero de Sevilla que al ofrecerle las múltiples ventajas del cambio de compañía ha tenido a bien mandarme al carajo y cagarse respetuosamente en todos mis muertos.

20.8.12

267. El martillo y la catana


          Otra vez, y de manera fortuita, como casi todo lo que nos ocurre a los seres de condición semi-transparente, otra vez, decía, he confundido al teniente Higgins con el mayor Brewer. Hace años que no veo al mayor, la última vez fue en casa del abogado Larkin, creo recordar que acabamos discutiendo sobre cuestiones de interés cada vez menos general, llegando a provocarnos muy particularmente. Es por ello que no entiendo la causa de mi equivocación. Nada hace recordar la fisonomía de Higgins, de complexión más atlética, rubios bigotes y andares marciales a la de Brewer, de estatura mediana, negra barba y porte más sumiso. A Higgins se le enturbia la mirada, se le encrespa el vello y carraspea cada vez que lo confundo con el mayor. Lo comprendo. Es un error, pero no imperdonable. A veces confundo en la vida otras cosas, muchas de ellas de una importancia capital, Higgins lo sabe y ha sido testigo de muchas de esas equivocaciones. En una ocasión no supe ver la fisión del núcleo en la más triste guerra en la que participé en mi vida, confundiéndola con los fuegos artificiales de las fiestas del pueblo cercano; en otra ocasión la luz de un faro salvador fue salvajemente apagada por una lluvia de mortero obedeciendo mis órdenes arbitrarias. Pero a Higgins le molesta que le llame Brewer, es comprensible, pero no es un error imperdonable. El piensa que las condecoraciones del mayor son inmerecidas y que las suyas son escasas. A mi edad, ya casi a punto de pasar a la reserva, me aburren y me cansan los escalafones, la guerra de guerrillas de la vanidad, la violencia de la paz impostada y los celos de jerarquía. Mi escala de valores se está haciendo como yo, semi-transparente. Cada día soy más sabio para reconocer aquellos errores que dejan ver un aura de solución y diferenciarlos de los que no la tienen. Higgins debe saber perdonar la intemperancia de mis nervios destrozados en muchos frentes, a veces uno se equivoca de arma o de estrategia, pero nunca de enemigo. Eso debe quedarle claro. Podemos dominar las ideas, pero no las palabras. Estas vuelan solitarias, siempre han sido demasiado numerosas. Sobran tantas como balas.

15.8.12

266. Amables genocidas


          ¡Qué elevados pensamientos supura la parte más noble de mi cerebro en estos días de esperanza malograda! Lo triste es que mi elocuencia desfallece con una rapidez desarmadora. Ya no soy el que era, cuando una idea por fugaz que fuera su naturaleza se constituía en el blanco perfecto al que mi dardo intelectual ensartaba con diligencia, precisión y puntería geniales para, a continuación y sin dar tiempo a que distracción alguna amainara el ímpetu de vendaval de mi intelecto, realizar soberbios juegos florales conceptuales, descriptivos, oratorios o didácticos con una facundia rica y febril, con una floración de pensamiento ubérrima, libre y original. Visto mi manferland, mi chalina gris, mis charoladas polainas, mi sombrero de copa, mis guantes de piel de cebú, mi bastón de baobab y mi monóculo de oro. Salgo con paso lento y sosegado transportado por el cívico aire de Regent Street, derivando verticalmente mi mirada hacia el acuoso cielo que hiende la columna de Nelson, sintiéndome cada vez más británico, un poco más británico en cada parque que atravieso, a cada puente que cruzo, a cada pub que entreveo a través del frondoso enjambre de negros bombines que cubren las cabezas de jóvenes financieros de blancas carnes y rojiza piel. Solicito a mi imaginación con premura un auxilio, que me ofrezca una idea o conjunción de ellas que satisfaga el ansia devoradora de materia espiritual, de pensamientos procreadores, de soluciones informales a conceptos etéreos o soluciones formales a problemas burdos y cotidianos, pero que apague la sed que desertiza mi alma y la convierte en una estepa salina y desolada. Todavía no soy viejo, todavía puedo alcanzar notas altas y plenas en el templado oboe de mi inteligencia. Es cierto que mi manferland huele a naftalina, que mi chalina se deshilacha, que mis polainas se agrietan, que mi sombrero ha perdido su flexibilidad y vira a sotavento, que mis guantes van teniendo vocación de mitones, que mi bastón se astilla y que hace tiempo perdí el monóculo jugando al whist en un callejón del Soho. Pero aun así, llevo al Imperio conmigo, y de mis poros se desprende, cada vez más y de modo inquietante, un terrible y glorioso aroma a muerto inglés.

13.8.12

265. Remembranzas del Niño Gordo


          Ultimada mi lectura de la traducción al sánscrito del Ulises (Ulysses) de Joyce, he de decir que sigo sin enterarme del todo del conjunto de la novela, y en particular de la relación que guarda el finado "Paddy" Dignam con la hija de Dedalus; ni tampoco acabo de asimilar el contraste entre el amarillo del polisón de Molly y el otro amarillo de los guantes de Bloom. En realidad, y ciscándome un poco en mi vanidad de tonto de pueblo o de burguesito lustroso (que no ilustrado), debo confesarme que no me entero de la misa la media de esta cima cismática de las letras universales. Es probable que la causa de esta incomprensión mía radique en mi absoluta ignorancia del sánscrito; es posible quizás, sea debida a mi ceguera total e irreversible que me impide la lectura ocular o quizás emane de mi inoperancia con el Braille, debida en gran parte a mi falta de dedos, dedos que salieron en su momento despedidos en una especie de big-bang digital sobrevenido por la explosión fortuita de una granada de mano durante la Batalla de Stalingrado. En aquella contienda conocí al Buda Federensky, moldavo activista de hipertrofiado bigote e ideas multiformes que mezclaban a Hegel, Confucio, Trotsky y Raimundo Lulio (Ramon Llull) en una ensalada de especularidad bolchevique/sintoísta tan hermética como épica. Es conveniente que quede claro que Federensky era moldavo, pero no malvado. Malvado lo era (y ya lo creo que lo era) Tomasín Uriarte, el bizco del Ensanche, que antecedió siempre que pudo. Malvadísimo, sí, pero un portento antecediendo; mamonazo eterno, gran cabrón continental, hijo de puta olímpico, pero nadie como él en su condición de antecesor. Jamás hubo alguien o nadie que lo igualase. Antecedió en su tiempo a Brett Fornoy, a Max Feinghart, a Nina Montebello y a Lukas Haas, todos ellos traductores de la Odisea de Homero al gaélico, al suabo, al sardo, y al checo, respectivamente. El protagonista de la Odisea, Ulises, era igual de malévolo o malvado (que no moldavo) que Tomasín y quizás el único mito antecesor (mitho antecesorum) del inefable Bizco.
          ¡Aprende y suda, Joyce!

14.7.12

264. La ignominia de Chruchill


          Ya creo llegada la hora de ejecutar lo que mis anteriores escritos profetizaban y habían ustedes casi sospechado desde el principio de mi obra. Es llegado el momento de introducirme de lleno en el viscoso y sugerente mundo de la denostada literatura erótica, sin más ambages, dilaciones o excusas metaéticas. Y es que lo sicalíptico ha llamado a mi puerta desde que era niño, desde que Úrsula, la planchadora que venía a casa los viernes por la tarde, me enseñó a dudar de la carne, de su carne oscura, cuando entre sus piernas supe que el calor y el olor eran una misma cosa y que la saliva con la que averiguaba la temperatura de la plancha servía también para crear estalactitas en cuevas de las que salían aleteando unos murciélagos dulces y acariciadores. Los niños detectan el misterio real de los roces, la sorpresa en las costuras; los niños saben que después de la piel hay algo más, expuesto y temible, la felicidad diferida del placer, el hallazgo de aquello que les hará no volver a sentir la impagable molicie de la falta de sentidos. Úrsula, la planchadora apagó mi tacto para que nacieran las caricias, me hizo oler unas flores extrañas que guardaba en lugares muy oscuros y a resguardo, sació mi paladar con jugos salobres y sabores insospechados, llenó mis oídos con nanas impropias, salmodiosas, hechas de pecado sonoro y risa negligente, y me hizo ver extensiones abruptas, sedosas, agrestes y acogedoras como dunas solícitas y sedantes. Aquel verano de pubertad quebrada me introdujo de golpe y a bocajarro en el manglar informe de la pasión, me desveló un futuro de obsesiones ya imposibles de abandonar, mis sueños dejaron el marco rígido de moralidades ya deshechas y tomaron una vereda inquietante, la vereda de la voluptuosidad que se fue desarrollando hasta los inesperados límites en los que me hallo en la actualidad. Todavía siento el dolor garrapiñado que brotaba de los dientes de Úrsula, su pecho pétreo ahogando mi acongojado gemido, mi corta experiencia onanista vapuleada por un dejar hacer inaudito, mis ráfagas de semen aturdido desparramado en trincheras ardientes, belicosas, ignotas. Pero la marca no quedó en mi piel tanto como en el resto de mi cerebro. Descubrí el mundo desequilibrado, el planeta sensitivo y cruel de la pasión sin fin. Mi único eje desde entonces, la única fuerza motriz que guía mis tropismos, porque como dijo Mario V. L. "Toda actividad humana que no contribuya, aun de la manera más indirecta, a la ebullición testicular y ovárica, al encuentro de espermatozoides y óvulos, es despreciable".

23.6.12

263. Mi hijo se va al Orinoco


          Custodiado por dos guardias civiles, el detenido entró en el balneario acompañado de dos guardias civiles. Bajo el hermoso ventanal de la entrada hallábase sentado el inspector que leía concentrado el periódico bajo el hermoso ventanal de la entrada. Los clientes no daban crédito a aquello que veían esos mismos clientes. Margarita Cienfuegos condujo a la terraza al inspector que, fijo en el contoneo de las caderas de Margarita Cienfuegos, fue conducido a la terraza. Luego Margarita marchó a la atarazana. Los guardias aguardaron en la cristalera de entrada, retiraron las esposas al esposado y se dispusieron a ambos lados de la cristalera de entrada. La conversación entre el detenido y el inspector tuvo un devenir ciertamente corto aunque no exento de crispación y un deje como de soberbia anglosajona por parte del detenido; sin embargo, la conversación entre el inspector y el detenido tuvo un devenir ciertamente largo aunque no exento de sosiego y un deje como de humildad latina por parte del inspector. La Cienfuegos vigilaba con sus gemelos (Patricio y Carlos Luis) desde lo más alto de la atarazana; era este lugar dominante desde donde Margarita C. vigilaba oculta la escena que ocurría al sur entre el detenido y el inspector con sus gemelos de nácar. El día era gris, pero no un gris cualquiera, era un gris sueño de bisonte, que es como el gris normal pero con ribetes o tornasoles o reminiscencias de bisonte ensoñecido, un color muy semejante al color del día en el que transcurre la escena que narramos. Los niños semejantes (univitelinos) marcharon en pos de mariposas tricolores por las lomas del soto acotado del Marqués; Margarita no los acompañó, preocupada y ocupada como estaba en sus labores de vigilancia, dejando a la postre que los chico se fueran febriles y obsesionados en la persecución de mariposas tricolores por las lomas del soto acotado del Marqués. Los Civiles, uno cansado y el otro no, se atusaban los bigotes el uno al otro, recíprocamente, como si fueran amantes, aunque uno estaba casado y el otro no. El casado no estaba cansado, y el soltero se cansaba a las primeras de cambio. Éste último quería casarse, pero estaba cansado y sólo lo haría con su compañero, pero al estar casado este compañero del que hablamos, la cosa se hacía improbable: era el típico romance entre Guardias Civiles. Ya, sin niños que la molestasen, la Cienfuegos dio rienda suelta a sus pecaminosos pensamientos al verse libre de niños que la molestaran, y comenzó a desnudarse muy precavida de sujetar con firmeza los gemelos de nácar, no fuera que por mano del diablo se le cayeran  los gemelos de nácar y se quebraran los mismos al impactar con las rocas de basalto con las que estaba construida la atarazana, firme baluarte construido por el Marqués con rocas de basalto en 1912.

          Lo que pasó después, ni lo cuento ni lo contaré por múltiples razones, entre las cuales no es la menos importante que yo soy parte implicada en estos extraños sucesos: mi nombre es Patricio Expósito Cienfuegos y me parezco al Marqués como una gota de agua se parece a otra gota de agua de características volumétricas y organolépticas similares; mi hermano también es clavadito al Marqués y a mí, pero unos goliardos embravecidos y borrachos le tatuaron el rostro al pobre con palabras obscenas e insultantes, así que va siempre con una máscara de hierro bruñido. Además yo soy guardia civil y en una ocasión vi desde lejos el conocidísimo encuentro entre el famoso inspector Lasange y el no menos famoso ladrón de guante blanco Vladimir K. Eso fue instantes antes de que consiguiera capturar una linda y tricolor Thymelicus sylvestris en las ondulantes lomas del soto acotado del Marqués.

7.6.12

262. Ucronía vs. distopía

          
          Tales era hermano de Tolete. Ambos eran de Mileto. Nacieron uno listo y otro tonto. El que esto escribe es uno de los dos hermanos, y el juego consiste en que al final de este extenso y lujurioso relato averigüen quién soy yo, si uno u otro; además, tendrán que ponerme el nombre acertado. Contarán para sus disquisiciones, análisis, elucubraciones y demás operaciones mentales con los siguientes datos que, a fe mía, serán más que suficientes para tal fin. Los numeraré para una mayor y mejor comprensión y síntesis: 

1. Mi hermano hubiera sido uno de los Siete Sabios de Grecia sino lo hubieran sido otros tantos, menos sabios y acaso no nacidos en la Hélade. 

2. La Escuela Jónica fundada por mí o por mi hermano, no recuerdo, instituyó un modo de pensar en el cosmos muy original, singularmente en cuanto a qué hacer con todo lo que nos sobra.

3. Pitágoras iba mucho por casa, sobre todo en tiempos de cosecha y aunque era más amigo de mi hermano compartía conmigo más que con él los mancebos que le donaban sus tíos de Samos.

4. Mi hermano creyó inventar un método de medición de cosas curvas según la sombra que proyectaban sobre cosas no curvas y le dio a este método el nombre arbitrario de gnosiediemonia que en nuestro idioma materno no significa nada.

5. "Acaso el conocimiento de los asuntos de la Naturaleza nada tenga que ver con la costura del pensamiento". Este aforismo se dijo en el jardín de nuestra casa el año 599 a. C.

6. La Geometría nos aburría a los dos, pero era sólo uno el que se entretenía con las mediciones de la longitud del hilo de baba que se desprendía con constancia de la comisura bucal del otro.

7. La música nos ponía frenético a mí, melancólico a él  e insoportable al Pita, que siempre venía a la hora de merendar con la dichosa flautita de pan.

8. Los eclipses de sol los sospechábamos más que intuirlos, los de luna los confundíamos continuamente, pero no publicábamos las fechas de esos inciertos acontecimientos; alguna vez uno de nosotros acertó de pura casualidad, ocasión ésta en que a uno de los dos nos felicitaban y nos invitaban a los ágapes de Protaxágoras.

9. Tolete es eunuco desde los once años, Tales lo podría haber sido sino hubiera llegado tarde aquella tarde.

10. La mujer de Tolete (Ifixia) perdió la virginidad con uno de los dos hermanos por llegar demasiado temprano la misma tarde de la castratio.

11. El teorema es básicamente mentira porque en aquella época la noción del concepto triángulo estaba en mantillas, no se sabía bien qué quería designar o a quién.

          Entre los acertantes se elegirá uno al azar y se le felicitará por un período de tiempo que consideremos amplio mi hermano Tales y yo (o mi hermano Tolete y yo).

5.6.12

261. El tren más sucio del mundo


          Que sí, Berta, que sí. Ya te he dicho que son doce los cuarteles estelares de los signos zodiacales y no veintitrés como decían tu madre y tita Cándida. Acuérdate de cuando lo debatimos en la finca de Matito allá en diciembre, antes de las Navidades últimas. Claro, claro que me estoy portando bien, Bertita, ya ni desfloro a ninguna señorita de esta institución ni me como las estampitas, si acaso escribo alguna esquela picante a Doña Teresina, con seudónimo, claro está, la tengo arrebolada de pasión a la muy boba. De las pesadillas estoy mejor aunque de vez en cuando sueño con el tío Sebas que me persigue con su espingarda, y con que estoy haciendo gachas para todo un ejército pero no tengo cucharas para todos. Son unos sueños muy cortos, pero muy desasosegantes. ¿Que si me tomo la medicación?, bueno, algunas veces se me olvida, y eso que Martín me lo recuerda siempre que viene. La paroxetina genérica me produce estertores y veo a la Virgen al revés, cabeza abajo, cuando lo natural es que la vea al bies y riendo a carcajadas. Las demás pastillas y la inyección mensual a veces se me olvidan, y eso que Martín me lo recuerda siempre que viene. Sí, sí, sí. Claro que sí, el doctor me visita dos veces por semana, a veces viene acompañado de muchos aviadores, o fumigadores, incluso una vez vino con una actriz sueca muerta hace muchos años, pero muy guapa, con gafas negras y un perro enorme, grande, grande como un turco malo. Aquí en la cabina hace mucho calor, espera un momento que me voy a desnudar del todo. Que sí, que sí, ¿qué diablos le importa a nadie que me quede en cueros, eh? ¡Uf!, qué fresquito ahora. En la habitación que da al patio donde se tiende hay uno que se pasa el día entero en pelotas toqueteándose lo que tú ya sabes. Ahora a las seis suena la campana y subo para tomarme la pastilla, a veces se me olvida, y eso que Martín me lo recuerda siempre que viene. Antes de colgar, dile a Gabrielillo que le he compuesto una canción. Me falta la música, pero eso es lo de menos, la letra es lo importante, te la voy a recitar: "Tralalá, tralalí, he matado una perdiz. Tralalí, tralalá, etc.". ¿Te ha gustado?, espero que también a él. En referencia a los juegos florales póstumos en honor a Don Guillermo, dile a los del Consistorio que en breve les llegará un memorándum con todo lo que tienen que disponer, detallando los consecuentes gastos que de ello se deriven y pormenorizando los requisitos protocolarios requeridos según la naturaleza de tal evento. Me voy a poner el pijama, sí, el de los rombos ocres sobre fondo azul celeste, el que me regaló la Regente cuando lo de Cercedilla, me tomaré las pastillas y me acostaré, a veces se le olvida a Martín tomarse las suyas, pero yo siempre que puedo se lo recuerdo. Ale, adiós.

1.6.12

260. Amargos días en Vichy


Hoy es el día más largo,
quizás porque el azul profundo de tus venas ha horadado el lecho ceniciento de la piel mientras duermes casi inerte,
tan sólo viva por el temblor discreto de tus párpados.
Me das miedo cuando duermes,
porque no siento el vaivén de tu pecho,
porque no atisbo el aliento de tu boca,
porque dispones los silencios de tal forma que anulan mis sentidos.
En mis sueños me lamento
o son lamentos mis sueños
o despierto del largo lamento de la noche que nos mece inmisericorde.

Hoy es la noche más larga,
quizás porque anudamos ayer tantas cosas, que nuestras manos vibran con el fragor de la tarea,
los años se nos clavan como alfileres,
los días y las noches se suceden inhóspitos a veces,
a veces con singular belleza nos rodean,
otras nos dejan dudosos en la niebla como alondras jóvenes e inexpertas.
En la tundra malva de nuestras auroras te miro mientras duermes,
velo la oscura paz de tu cuerpo
y oigo silbar a duendes pasajeros que se burlan de nosotros,
de la esperanza que depositamos en ellos,
de nuestro cuenco de lágrimas y risas.

Hoy el amanecer perdura en las esferas celestiales,
probablemente se detiene para siempre.
Jirones de nubes como luminarias lo atrapan en el lejano horizonte de la noche plena,
pero tú, sigue durmiendo, Amor,
sigue tu lucha de esperanzas por donde quiera que estés,
perdura en tu sueño como este amanecer eterno en que vivimos.
en que sobrevivimos con el miedo aturdido en el corazón,
sigue durmiendo la paz de mi desvelo,
sigue soñando los sueños que no tendré.

Me das tanto miedo cuando duermes...

24.5.12

259. El presbítero y la sultana


          Vivo con dos mujeres indias. Una de ellas, la más abrupta, es de la tribu de los Guinejoloas, sita en la Amazonía peruana; la otra, la más cetrina, pertenece a una etnia mestiza del norte de Canadá, de padre Kizmoh y madre Akanasii. No quiero a ninguna de las dos, tampoco las detesto, pero no las entiendo, hablan raro y como si estuvieran en un continuo enfado conmigo y entre ellas. Vivimos en un apartamento muy lujoso de Central Park, tenemos dos empleadas de hogar, una de ellas es de Tulsa, Oklahoma, tiene 19 años y llegó a ser semifinalista en el concurso interestatal de Camisetas Mojadas en 2011; la otra es de Topeka, Kansas, tiene 21 años y fue la ganadora del concurso referido anteriormente. Las indias ni las miran. Yo sí, a  veces con verdadero deleite e incluso, debo confesarlo, con manifiesta concupiscencia. Una de las indias, la abrupta, ha intentado matarme en dos ocasiones, la cetrina sólo una. Mis amigos y compañeros de trabajo me inquieren, me instan a que las abandone (refiriéndose a las indias, no a las empleadas de hogar), pero yo soy reacio, siempre he sido reacio a todo, sobre todo al abandono de mujeres indias. Menos mal que no he tenido hijos con ellas (con las indias), hubiera sido un milagro, pues nunca cohabité con ninguna de las dos, más que nada por asco, un asco que recuerdo desde el primer día que las vi, porque son de difícil catalogación ambas como seres humanos, su falta de belleza es absoluta, su fealdad, plena, incluso en su ámbito eran repudiadas por desagradables y ejemplos de anomalía étnica. El olor que desprende la más abrupta es casi sólido, el expelido por la más cetrina es tan agrio como demoledor. La peruana, disculpen mi olvido, se llama Onongadú, que significa "Hija de la Quebrada", la canadiense, perdonen de igual modo mi olvido, se llama Údagnono, que significa "Osa Trastornada". Pero yo las llamo desde el primer momento con otros nombres más acordes con mi fonética: a una la llamo Abigail y a la otra, Amaranta, da igual que confunda sus nombres, jamás acuden a mi llamada, son así de ariscas y renuentes las dos. A veces me complazco en idear sus asesinatos, pero sólo como juego intelectual, soy incapaz de matar una mosca. Creo que tampoco les he dicho el nombre de mis empleadas de hogar: Britta y Sonja. Britta es la de Tulsa y Sonja la de Topeka. Definitivamente me gustan más que Onongadú (Abigail) y que Údagnono (Amaranta).

18.5.12

258. La reina ventrílocua


          He sobrevivido a duras penas al año de mi deceso, así que hablo desde la otra fase, desde el lado oscuro, desde el lugar en que la suerte es un enorme árbol de hoja perenne que crece hacia abajo, hacia el hondo magma ardiente del centro de la tierra (Tierra). Veo desde esta privilegiada posición la espalda metálica de todas las huestes guerreras que defienden incansables esta frontera ilimitada de cuyas anfractuosidades salen famélicas figuras en ambas direcciones, unas aladas hacia la muerte y otras andariegas hacia la vida. No estar vivo, pero muerto, o estar muerto, pero vivo, ha sido mi ignoto destino. Las vísceras (mis vísceras) me rodean y acompañan palpitantes y temblorosas, la piel (mi piel) la siento dentro de mí, pensante y creadora, añorante y orgullosa. Y en este juego de ambivalencias ya resueltas me desploma el tedio infinito de la duplicidad de paisajes en que me veo inmerso, en que me veo envuelto como un embalsamado de otro tiempo y otro mundo. Ya lo sé todo para impedirme el regreso y desconozco lo suficiente para anhelar lo ya conocido. Porque en esta tierra de nadie y de todos en la que extiendo mi aliento sulfúreo ya no hay amor por el más allá, por el abismo desconocido. Los dioses huyeron uno detrás de otro, en perfecto orden. Cuando observaron aterrados que su obra quedaba asimilada, que aquellos seres primordiales ya sabían hacer milagros y hacer sucumbir razas y naciones, formaron escuadrones y marcharon por sesgos dimensionales poco trillados y nunca se supo más de ellos. Por estos antecedentes y dada la soledad que me alimenta y la desidia astronómica que me abate voy a convertirme en Dios Supremo del Universo, voy a ocupar el lugar de los cobardes que huyeron de su propia obra y voy a ser, de nuevo, la Cifra, el Verbo y la Espada, que ellos no supieron ser ni encarnar. No sé muy bien para qué, ni porqué ni hasta cuándo, pero es que me aburro tanto...

12.5.12

257. California


          La Primera Comunión del Comandante O'Banion se celebró en la barriada madrileña de Orcasitas u Horcasitas u Orkasithas o Moratalaz, no recuerdo, y no recuerdo el dato por dos primordiales y primorosas razones, ¿o eran tres?, no sé, no consigo acordarme, no consigo atar mis pensamientos ni mucho menos los pensamientos de los demás, de aquéllos que me rodean, que además y ahora que me percato, ¿por qué me rodean?, sé que no les he hecho nada malo, quizás no acojan con bondad y amplitud de miras mi manera de ser, quizás no entiendan el origen y la naturaleza de mis constantes cobardías, porque no son una, son varias las cobardías que poseo, a saber: soy cobarde con mi pasado, soy cobarde con mi presente y soy cobarde con mi futuro imperfecto o condicional o condicionado, pero sea como fuere, de subjuntivo, en eso sí que estoy casi seguro, válgaseme el oxímoron (¿oxímoron?, ¿válgaseme?), sí, oxímoron, ¿qué ocurre?; oxímoron es una palabra que significa lo contrario y lo paradójico que ustedes piensas de continuo, a diario, y es por ello que no se dan ni cuenta, porque oximoronean pausada y largamente como al albur, como al socaire (otras dos bonitas palabras que adornan mi prosapia, mi lengua ahíta de pedantería huera); pero dense cuenta, piensen que si mi pensamiento fuera rico y ubérrimo dejarían ipso facto de odiarme y venerarían mis palabras por aquello que por desgracia ahora no son, y ya a mi provecta edad ya no lo serán nunca, aunque en sentido lato no soy tan viejo como mi tendencia manifiesta, tengo nueve años, soy Comandante de la Royal Army al servicio de Su Serenísima Majestad la Reina Isabel II, poseo carnet de socio numerario de cuatro de los tres mejores clubes privados de Londres, mis defectos son muy anglosajones todos, ninguno me produce dividendos, pero tampoco problemas fiduciarios o legales, el sexo me trae a mal traer, pero solo la mañana de los martes, leo mucho, demasiado quizás, pero sólo autores de raza negra, porque yo soy negro como toda la rama dublinesa de los O'Banion. Una vez que reciba el Santísimo Sacramento embarcaré con mi tripulación rumbo a la China para protegerla de las invasiones que presumo inminentes de los Atlantes Maoríes. Dios salve a la Reina (God save the Queen).

5.5.12

256. Hablemos de Obama


          La oclocracia en que me desenvuelvo día a día llega a cifras de toxicidad que bien pudiera acabar con todas las ferias del libro de la campiña o al menos desleír la tinta tipográfica de todos los volúmenes de filosofía de mis pueblos limítrofes. Porque yo vivo inmerso en esto, en esta tierra de componendas diabólicas donde se desayuna el azufre de los cantos glorificados a la tundra azerbaiyana con un chorreoncito de licor de guindas. La huida de este burdel agrio y ponzoñoso no es fácil pues siempre hay una rémora de inconclusas premoniciones de bondad en el futuro garrapiñado que alguien elabora con buena fe y cateta predisposición. La arcada mañanera se nutre como un niño goloso y glotón de un puñado de exquisitas y malsanas patrañas envainadas en dulces baladas de salmodia pagana y corrompida, siempre hay donde echar mano para llevarse a los ojos y a la boca estas ricas viandas que con tan generosa maña y diligencia nos proporciona la fábrica de próceres malditos. No sé si hay que matar a alguien, o matarse delante de ellos, pero están pidiendo muerte a gritos, a veces sin saberlo, a veces con la idiocia fermentada en sus ojos de súcubos, como si en vez de muerte ofrecieran vida a precio de saldo: "Comprad la dicha eterna que os ofrecemos por los diezmos asquerosos que nos dais". En esta tierra que habito ya no se sabe odiar, pasamos directamente al asco, y no es bueno para un cristiano afanarse en ser algo en un entorno de asco, no hemos sido bautizados en el asco, no sabemos convivir con él, pero aquí lo impregna casi todo, es la pátina de nuestro tiempo que nos hace resbalar y caer una y otra vez, y lo peor de todo es que a mis coetáneos les seduce este juego infernal y abogan para que perdure y se entronice como lo más sólido de sus tristes vidas. Yo sólo siento el asco, pero me temo que ellos sienten asco y miedo a partes iguales. Sé que algún día abandonaré su inútil compañía, abandonaré esta tierra desmoronada y quizás se desprenda, se aleje de mí este asco que ahora me domina.

2.5.12

255. Demasiada claridad en Saint Michel


          Desde el dolor fluye más sabia y libre la palabra. Desde el lamento parece que las ideas peregrinas se desvanecen en el humo tóxico de lo perdido y olvidado. Es una triste paradoja que a medida que el cuerpo físico se encadena a un sufrimiento lento y paulatino, el cuerpo psíquico desentumece y a la vez tensa su musculatura y se convierte en un ente ágil y diáfano. Este llanto celular que me conmueve hoy no necesita de la totalidad de mi ser para su progreso de manantial continuo; me deja la paz exigua de mi pensamiento para que juegue a ser un pequeño dios creador de vaguedades literarias, de bagatelas gramaticales tan terapéuticas como insustanciales, pero que devienen en un ápice de vanidad modesta, de soberbia humilde que me relaja por dentro y me deja expedito el camino de la templanza necesaria. No reivindico el dolor porque es superfluo en esta vida de constancia dolorosa; la lágrima por sí misma no trasciende más allá de su momento. Sólo expreso que el lamento de estar vivo emociona ciertas terminaciones nerviosas ejecutoras de símbolos nuevos cada día. Sin esa atroz angustia cotidiana la mente divaga obtusa, inerme en un magma de naturaleza amniótica, horizontal, equidistante y roma. Nacemos del dolor y hacia el dolor caminan nuestros pasos. Entre ambos puntos existimos. Entre el alfa y el omega de nuestra vida luchamos con denuedo frente a la adversidad, sabiendo de antemano nuestra derrota y delirando victorias espurias con la mentira de nuestras pobres defensas imaginarias. Ni propongo abogar por la inoperancia en la lucha, ni dejar de lado la vanagloria de los ocasionales y ciertos triunfos, tan sólo quiero dejar al descubierto la posibilidad de una amnistía feroz, de una simbiosis catártica con todo aquello que día a día nos subvierte el cuerpo y el alma. Porque si el dolor fustiga cruelmente nuestros miembros, también acrisola nuestra breve inteligencia y nos fortalece la vena creadora, ese resquicio que Dios dejó en algún lugar de nuestro cerebro, no sé si de manera intencionada, y que constituye el reservorio natural donde anida y se desarrolla aquello que nos diferencia de todo lo demás, y que no es otra cosa que el poder evocar aquella Creación o lo que es lo mismo, el poder mecer la cuna del arte.

21.4.12

254. Los comunistas no son


          Un enjambre de avispas. La media maratón que comienza. El enjambre se polariza en su dirección. Los atletas comienzan a medir sus fuerzas, a dosificar el ímpetu muscular de sus miembros. Las avispas adoptan a la sazón una figura volumétrica semejante a un dardo, a una saeta de agudeza vibrátil. Ora los corredores se apelmazan en una nube compactada, ora se distribuyen en un haz fusiforme o arrosariado. El grupo de himenópteros veletea siguiendo la dirección contraria a la carrera. La curva bajo los olmos, discretamente empinada, une de nuevo a los esforzados muchachos. Es el momento en que la flecha de insectos se lanza con velocidad lumínica hacia el cúmulo de atletas. Ellos son doscientos. Ellas son dos mil. Todos ellos se transforman en enfermos epilépticos al contacto con los aguijones emponzoñados de los voracísimos insectos. La carrera llega a su fin. Las dos mil avispas mueren al dejar parte de su sistema digestivo adherido al aguijón que queda clavado en la dermis de los maratonianos (en realidad medio-maratonianos). De los doscientos deportistas mueren dos, otros dos son salvados in extremis por los servicios de emergencia médica tras sufrir un shock anafiláctico severo, treinta y cuatro sufren secuelas infecciosas que han de ser tratadas con antibióticos y el resto, ciento sesenta y dos, sólo se resienten de diez picaduras en diversas partes del cuerpo. Porque, eso sí, lo curioso de este caso de biología deportiva, de suceso entomológico, es la prodigiosa exactitud de las agresiones: dos mil cadáveres de avispas en la curva bajo los olmos, doscientos corredores afectados cada uno de diez picaduras. Cifras demasiado redondas, demasiado exactas para deberse a una mera casualidad. La teoría de la inexactitud sobrevenida de Klaus Niemayer o la paradoja de Louis Manni (ya saben, la de los cacahuetes y el bandoneón) se estrellan ante los hechos de la curva de los olmos. Yo pienso, siguiendo a Vanduelles y a los acólitos de su escuela, que la promisión de los vectores inanes, al menos en las avispas, no conculca la veracidad del axioma primordial, y que en el deporte aeróbico los sistemas formales no forman los bucles esperados en otros complejos más cerrados como la lidia a tres bandas o el uniformismo klebbsiano.

15.4.12

253. Hiperbolizaciones, ¡ea!

   
          "La voluntad, me decía Toni Mengol, el guaperas del Paralelo, es la madre de todo lo que el ser humano será en su vida, la única cosa real que nos da carácter, que nos otorga naturaleza humana y que nos diferencia de los demás animales". Toni no daba para más, ese era su pensamiento eximio y así lo exponía fuera donde fuera. En la barra de cualquier taberna del barrio de San Miguel te endilgaba su pensamiento entre copa y copa de coñac barato. Carmela, la única mujer que lo quería, lo seguía desde lejos, desde la atalaya de su balcón floreado de geranios, los únicos geranios en la calle de la Muralla, el único balcón con vida, la única baranda que se vencía con las flores de los tiestos de Carmela, una andaluza llena de tópicos, que cantaba, reía, bailaba y llevaba y traía a más de cuatro por la calle de la amargura con aquel movimiento de caderas, con aquel meneo de culo, con aquella parsimonia encendida de su mirada morena . Todo en ella era alegría, una alegría cuyo máximo receptor era el inefable Toni, el de la férrea voluntad, el que en los cabarets de medio pelo hacia un arte del trapicheo. Carmela siempre le esperaba y Toni, tarde o temprano, siempre aparecía".

          Lo anterior, como habrán barruntado ustedes, es el comienzo de un libro, de una novela de carácter realista, una novela abierta al análisis sociológico de una época concreta de nuestro país y de una zona geográfica determinada. Sus personajes, emblemas de clase, paradigmas meramente vehiculares, simbolizarán los elementos sustanciales del devenir político de esa época convulsa de la posguerra española.

          Este magistral arranque, escrito por el que esto firma, está en venta. Los derechos de autor pueden ser otorgados a la persona o corporación interesada a un precio que, dadas las circunstancias actuales, se diría que es casi risible, por no decir que es prácticamente un regalo.

          Es muy probable que a poco que alguien desarrolle este enjundioso comienzo narrativo se haga con algún premio literario de postín y con la fama perdurable que este tipo de galardones conlleva.

          Así que anímense.

          Mi nombre es:

          Sebastián Tello Mendieta-Satrústegui

          e-mail: seteme-sa@yahoo.eu

7.4.12

252. Vírgenes y soldados


          La literatura del alma o, lo que es lo mismo, la literatura a secas, porque todos tenemos el alma seca, la literatura, decía es una ciencia inexacta, porque matemáticamente está llena de incertidumbre, incompletitud e indecibilidad. Esto me lo ha dicho un amigo mío, poeta extremo que utiliza en sus poemas expresiones algebraicas de alto contenido moral. Pero yo es que voy mucho más allá. Lo realmente incompleto e indecible, lo que crea más incertidumbre de todo es la palabra dicha, la expresión verbal vocalizada, la idea hecha sonido. Esto último se lo dije tiempo después al poeta extremo amigo mío y me dejó de hablar para ser consecuente y bondadoso con las formas de vida y pensamiento de sus amigos, en este caso, yo. Le echo de menos desde entonces, aunque a decir verdad nunca entendí ninguna de sus "poesías metaeuclidianas", como él las denominaba. Es por todo ello por lo que me dedico a escribir cartas de presidiarios, libros de texto para escuelas pías, ordenanzas municipales, anales diocesanos, edictos judiciales, condenas a muerte, dietas de mantenimiento, actas de exorcismo..., cualquier cosa que me mantenga callado. Todo el mundo sabe que yo no hablo. Algunos piensan que soy mudo, pero sólo tengo de mudo un par de pantalones y un babero de franela. Mi familia me respeta lo suficiente para poder ejercer mi apostolado sin cortapisas, porque lo mío es un apostolado en toda regla. Dirijo un grupo de adeptos: nos proponemos silenciar el planeta en unos pocos años. Enseñaremos a escribir a los dos continentes ágrafos y repartiremos bolígrafos y papel a todo el mundo que nos lo pida. Decretaremos el día en que todo el mundo callará y en el que a partir de entonces sólo se oirá el deslizarse del lápiz sobre el papel como ente sonoro primordial, que caracterice y simbolice a la humanidad y al mundo a partir de entonces. Ni una palabra más desde ese fausto día. Sé que Dios me entiende, porque Él siempre trabajó en silencio y sin tener a nadie con quien consultar sus magnos proyectos. Es el primero de mis seguidores. Con su ayuda sé que mis ideas tomarán consistencia y que silenciaremos el mundo dentro de poco tiempo. Le voy a regalar a Dios una pluma Mont Blanc®, de las gordas.

24.3.12

251. Arsa, Pilili


          No tengo necesidad alguna de repeler la hostil presencia de este gerente de negociado con cara de mondadientes. Su inoperancia le hará caer de su pedestal tarde o temprano, pero mientras tanto, debo mantener firme el baluarte de mi idiosincrasia bancaria. Sé más, mucho más que él sobre empréstitos fiduciarios y él lo sabe, y yo sé que él sabe que yo lo sé. Me hace y me hará la vida imposible, eso es evidente, pero lo que ni sospecha es que me estoy vengando cruelmente: no sabe que me estoy beneficiando desde hace algunos meses a todas las hembras de su familia y a todas y cada una de sus amantes, que son cuatro. El muy cabronzuelo además, nunca podrá vengarse de mi venganza, si es que alguna vez llega a enterarse de mis frecuentes escarceos de cama con su madre, hijas, hermanas, tías, primas, abuelas, nietas y nueras, porque en mi familia nunca ha habido hembras de ningún tipo y no tengo amantes, sólo tengo cuatro cornucopias en un estado lamentable, tan lamentable que cuando paso por mi salón de cornucopias y las miro, aunque sea de soslayo, me entra como una especie de pena gorda por los ijares, que me hace palidecer y cantar uno o dos lieder de Schubert. Así que por esa parte estoy satisfecho. La venganza es bonita como lo son las hijas de mi vulcanólogo. Son cuatro las niñas, se llevan dos meses cada una y como seguro ustedes han sospechado, son las amantes del gerente de negociado con cara de mondadientes, a la cuales yo me beneficio por venganza los martes de 21 a 23.30h. No lo paso bien, me aburren, sólo lo hago para vengarme, porque las cuatro damiselas son pesadísimas, todo el día hablando de los volcanes de su padre, de las fumarolas del Popocatépetl o de las ígneas y móviles cenizas del maloliente Krakatoa. Me he extraído todas las piezas dentarias de mis arcadas maxilar y mandibular con un fin concreto que expongo a ustedes a continuación: entre los dientes, premolares y molares solían quedárseme al comer con harta frecuencia, enganchaditos, briznas de lechuga, hebras de carne del puchero, filamentos de tocinillo blanco de jamón, algún bigotillo de gamba y un extenso muestrario de alimentos ricos y variados. Para su extracción mecánica me veía obligado a la utilización de mondadientes que, como queda recogido al comienzo y a la mitad de esta corta y deliciosas epopeya, hacían que me recordaran constantemente la cara del odiado jefe del negociado donde trabajo; así que no tuve más remedio que proceder a tan expeditiva solución para soslayar esta desagradable circunstancia vital. Mi odontóloga extrajo a dolor (así se lo requerí) mis 32 piezas. Aún así, sedújela y toméla carnalmente, dado que era prima segunda del cabrón carapalillo. De cualquier forma, hoy estoy ciertamente demudado, inquieto, irritado: una de mis cornucopias ha desaparecido sin dejar rastro. No quiero ni pensar en que haya sufrido rapto, vejación o destrucción parcial o total de su integridad objetual. No quiero pensar que la venganza de mi venganza haya comenzado a florecer. Les mantendré informados a medida que vayan llegando los teletipos.

17.3.12

250. Caramelitos de Mistol®


          Ahora que sé que mis admiradoras siguen pensando que mi tacañería es antonomásica, ahora que mis enamoradas y fanáticas seguidoras saben de lleno y pleno que soy un avaro sin remisión, ahora que mis a veces consentidas amiguitas y mis ufanas protectoras intuyen mi avarienta mezquindad y mi proclividad a la usura, ahora, decía, ya no tengo que esconder mi deleznable condición con misivas de eléctrica conmiseración, con edictos de pulcritud espiritual ni con requisitorias inflamadas de buenos y perentorios deseos. En efecto, sí señor, soy un rácano del copón. Me levanto todas las mañanas y engullo un napoleón de oro, me causa un placer faraónico sentirlo en mi estómago. Dedico el resto del día a pensar en mis posesiones inmuebles que bordean la costa de punta a punta, mis palacios de verano, mis colecciones de joyas, mis dijes y relojes de oro, mis cuadros de valor incalculable, mis cristales de Bohemia... Devoro estas presencias materiales con delectación casi lasciva. El generoso grifo mensual de mis emolumentos acrecienta de manera incalculable mi fortuna. Aun así y todo, gasto muy poco, para que la miseria genética que me sustenta se glorifique en un futuro de dicha millonaria. Ha sido una enorme liberación dar a conocer mi proverbial y sórdida codicia y que el mundo todo conozca mi roñosa rapacidad. Respiro mejor con los envidiosos efluvios que emanan de los demás miembros de esta pusilánime sociedad. No reparo en la fatalidad que a mi paso voy dejando en mis seres allegados, no siento mías su infelicidad, su pobreza cotidiana ni la miseria que les adorna. Todo lo quiero para mí, porque todo lo que hay me pertenece por derecho y porque nada se merecen los demás que no sea mi desprecio. Las hembras de mi serrallo, mis hijos, todos ellos van descalzos por la senda de la vida, todos marchan a pie y con hambre por el camino que les marca mi ávido apego material. Ser como soy ha colmado el orgullo de mi estirpe, una estirpe consagrada a la posesión universal de bienes y males, tener, tener y tener, ése es el santo y seña de mi vida, sólo tener, poseer, bucear en un océano infinito de materia suntuaria, de riquezas sin fin. Una vida consagrada a la negación del óbolo, al rechazo de la bondad, al alejamiento de la ofrenda, distante de la entrega, ajena al regalo y ausente del sacrificio desinteresado. Pues bien, todo esto ya no se esconde entre las cortinas del disimulo, ahora mi avaricia surge exenta y libre, para que todos la vean, y quizás, para que alguno la valore en su justa medida y comprenda la magnitud casi inhumana de mi empresa.