La eternidad se halla en algunas tapas de yogur. La mía, mi eternidad, la encontré casualmente en el reverso de una tapa de yogur tártaro de una marca difícil de recordar y de encontrar. Desde que la obtuve no siento en verdad nada especial. El hombre que me atendió por teléfono y que al cabo de unos días se presentó en mi apartamento, una vez comprobada la naturaleza verídica de la tapa del yogur, me hizo entrega de una caja de metal no muy grande, en donde se hallaba la eternidad con la que fui agraciado. No sin cierta inquietud abrí la caja cuando el hombre se marchó, habiendo rehusado previamente mi ofrecimiento de té y compota, alegando que tenía que ir con prontitud al aeropuerto para regresar a Tartaria. Como ya he dicho abrí la caja cuando el hombre se marchó no sin cierta inquietud. En esto coincidimos el hombre de la empresa tártara de lácteos y yo, porque los dos presentábamos signos inequívocos de inquietud: yo, naturalmente, por verme abocado de manera inexorable a la eternidad, pero la inquietud de él, aunque similar a la mía, debía estar causada por otro orden de acontecimientos, quizás el alejamiento de su tierra natal, o el pánico a volar, o vaya usted a saber qué. A mí, además, el yogur me provoca inquietud desde niño, pero me gusta tanto que intento sublimar esa sensación con algún lenitivo dopaminérgico o, las más de las veces, con más ingesta de yogur, o, a veces, con alguna sesión de sexo mercenario, aunque esto último, he comprobado que me provoca también un alto grado de inquietud, pero de otro tipo, una inquietud temblorosa, algo marrana, que se apacigua, como tengo más que comprobado, con más consumo inmoderado de este tipo de lácteos. En una ocasión me tocó un pack de seis tipos diferentes de felicidad (conyugal, espiritual, financiera, deportiva, corporal y laboral) en un paquete de pan rayado (pan con rayas, no pan pulverizado), y poco tiempo después, un viaje alrededor del mundo paralelo adimensional en un colutorio de los chinos, que resultó francamente tedioso, aunque me reportó ciertos contactos muy provechosos que me sirvieron con posterioridad en mis incursiones en el mundo de los negocios en el plano astral. Volviendo al momento en que abrí la caja de la eternidad, me sorprendió que el manual de instrucciones viniera escrito sólo en tártaro. También me dejó atónito la forma y consistencia de la eternidad misma. Intentaré describirla grosso modo:
Más o menos.