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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



18.11.12

274. La experiencia soviética (hаш он покой)


          Escher pintaba con la mano derecha su mano derecha pintando su mano derecha, infinitas veces. Era un truco que le enseñó su maestro de esgrima, Anselm Grutmanchër. Lo que hacía el maestro Anselm G. con su mano derecha (¿o era la izquierda?) no se puede transcribir aquí por diversos motivos, entre los que no se halla entre los menos importantes el que no procede transcribir ciertos pasajes de la vida de personas excomulgadas de manera sumarial por sus veleidades masónicas. Ya se sabe que un masón es igual a un hereje multiplicado por un judío, partido por dos liberales. No hace falta integrar mucho ni derivar menos para concluir así, pero siempre es bueno remozar los conocimientos que obtuvimos en nuestras becarias mocedades académicas. Los curas centroeuropeos manchan de loción para después del afeitado sus casullas curiales como muestra de sus desacuerdos con la Santa Sede. Y esto viene a colación por la adscripción monacal y sacerdotal tanto de los hermanos de Escher como de los primos del esgrimista Grutmanchër. Muchos prelados e incluso frailecillos no tonsurados de aquellas latitudes no propendieron en su debido momento al Cisma Luterano ya fuera por falta de redaños o por puro fervor cenobita, pero el caso es que se sintieron desde entonces confusos por su falta de decisión en los momentos de crisis. El sacerdocio, ya se ha demostrado, es para otros paralelos más equinocciales: un cura es sudamericano o no es. Un sacerdote austriaco es una quimera con clergyman; en realidad, un cura que hable un idioma eslavo debería matarse en un hartazgo de salmón ahumado o en un frenesí de chucrut. El Padre nuestro que está en los cielos, ni por asomo pensó en Alemania cuando hizo lo que hizo. Siento decir (siento confesar) que mi madre es alemana, aunque ella piensa en boliviano y actúa a veces como una corsa furiosa. Escher podría haber orinado al sesgo en vez de pintarse la mano pintando la mano ( ...), o haber pintado una mano orinándose a sí misma, o pintarse Escher a sí mismo orinándose de continuo. Pero no, hizo lo que hizo santificando el nombre de Dios en vanos intentos de ser un creador original, cuando tan sólo era un amanuense que se pintaba la mano con el sudor de su frente. Otros pintaban mujeres desnudas al sol, o crepúsculos florales, o escenas belicosas entre moros y cristianos, pero no, él pintaba manos y frailes cartujanos inconexos junto a pequeñas cataratas incongruentes. La pintura pecadora de Escher no creó escuela, gracias a Dios, pero informó la anomalía iconoclasta hasta nuestras actuales generaciones de monjes trapisondistas y fervorosos papistas de moda vintage.