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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



18.11.12

273. Otra vez no, Paco



          Qué de alambre enmohecido, qué madeja eléctrica de nervios a flor de piel, qué recuerdos enervados de aquella puta niñez; aquellos días de noches amargas como el fango alquitranado, de lágrimas humeantes y angustias tuberosas, aquella niñez insalubre en su misma falta de sustento real; unos años de amor impropio, de lejanías y apegos melifluos y extravagantes: Dios en todas partes y en todas partes su ausencia. Tiempo de vaguedades y dramas estructurales, de temor a que mis ojos temieran, a que mis manos temieran, a que todo yo reverberara de puro miedo; un miedo húmedo táctil, salado, que casi fosforecía como fuego fatuo de mi pecho enlosado y funerario.
       
          El miedo de un niño acoge océanos inexplicados.

          Y yo conocía el miedo, mi miedo, sabía detrás de dónde se ocultaba, cuáles eran sus disfraces, pero no sabía describirlo. Dios no me ayudaba, le pedía su protección, pero su proverbial silencio me dejaba exhausto. Cuando fui mayor comprendí que el terror, el verdadero terror, no es otra cosa que la ausencia de Dios.
       
          Continúo viviendo con miedo, con un miedo más intenso que entonces, aunque la lágrimas ya no surca mi rostro arrugado; ahora la ira lo inunda y abarca todo; vivo con la ira presente y futura, vivo sin matar, matando; asustado como una fiera devoradora; clamando por una justicia que sólo sirve para mí; huyendo hacia una soledad que me resulta ominosa. Y la culpa amalgamando los días pasados y los que me anuncia el porvenir. Y la nada divina ensanchando su horizonte y acercando el fin en un cuadro de soberbio tenebrismo. Y el amor verdadero penando, y el amor falsario tronando. Y el dolor como amigo venerado. Y cada día sintiendo que el niño que fui sigue en mi pecho, sigue corrompiéndose, destilando un zumo letal que me va impregnando por dentro, segregando un magma original que me ha ido haciendo como soy, como no quise ser, como no quiero seguir siendo.