El segundo más comprometido de mi vida lo pasé hace unos días en la terminal del aeropuerto de Twainville, Nuevo Méjico. Mi amante, la doctora Jinx, me acompañaba en calidad de albacea testamentaria; mi delicado manicuro, Sebastian Honnermayer, también nos acompañaba en calidad de testigo ocular transitorio. El avión, un Dözzer 551 de ala quebrada, hacía rugir sus múltiples motores en un afán de socavar el espíritu aventurero de sus infelices pasajeros. Desde la gran ventana vidriada de la terminal veíamos la aeronave vibrar como un enorme consolador bien bruñido y de un metálico regusto cibernético. Esta hermosa metáfora se la comuniqué al instante a la doctora Jinx, amante también de cualquier símil o tropo que conlleve una imagen sicalíptica de la existencia humana. Su mano aferró mi musculoso bíceps con una sugerente intensidad que no me pasó desapercibida, tampoco a Sebastian, que con un dejo de amargura en sus orquestados ojitos de mariposón antiguo, mirábame con un gesto de amor percudido y apenas solapado. En el momento en que nos disponíamos a embarcar, sonó la voz de alarma. Esa voz, que irrumpía en nuestras vidas a través de los alto parlantes y que nos impelía a buscar refugio de forma perentoria, dada la inminencia de la catástrofe, era, sin duda, la voz de mi madre, muerta en la Feria de Ganado de Cottonville, Wyoming, en 1994, cuando un toro, un gigantesco semental de la raza Portnoy, la intento montar (y de hecho la montó), en un fatal descuido de mi madre al doblar el tronco en busca de un paquete de Kleenex® que se le cayó, y que incitó a la bestia al contemplar las acanaladas y mórbidas nalgas de mi infeliz mamá. Murió en el acto, claro está. Por tanto, ¿qué hacía ella contratada por los servicios de megafonía del aeropuerto de Twainville, Nuevo Méjico? Ya el virus Ébola iba haciendo de las suyas por la sala de recogida de equipajes, lugar donde estalló el primer artefacto de destrucción masiva; los primeros cadáveres acapararon los pocos taxis y huyeron a donde nadie supiera de ellos; las máquinas expendedoras de snacks fueron expoliadas por la segunda tanda de muertos. Sebastian fue el primero de los tres en verse afectado; se ve que los antirretrovirales que tomaba no incidían para nada con este virus tan inestable como deletéreo. Aún así nos ayudó lo que pudo, y ya muerto y todo, nos pintó las uñas a la doctora y a mí. Luego se fue con los demás a profanar las tumbas del cementerio. Mi amable amante, la Dra. Jinx, quiso hacer el amor por última vez; yo no quería, pero accedí, luego me alegré. Lo hicimos en la torre de control, y al acabar, allí estaba mi madre, muerta en 1994, aferrada a una botella de bourbon barato y eviscerándose la pobre con la mirada muy perdida y canturreando una triste balada de Bill Justice.
+
FUMPAMNUSSES!
¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.
¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.