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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



17.3.12

250. Caramelitos de Mistol®


          Ahora que sé que mis admiradoras siguen pensando que mi tacañería es antonomásica, ahora que mis enamoradas y fanáticas seguidoras saben de lleno y pleno que soy un avaro sin remisión, ahora que mis a veces consentidas amiguitas y mis ufanas protectoras intuyen mi avarienta mezquindad y mi proclividad a la usura, ahora, decía, ya no tengo que esconder mi deleznable condición con misivas de eléctrica conmiseración, con edictos de pulcritud espiritual ni con requisitorias inflamadas de buenos y perentorios deseos. En efecto, sí señor, soy un rácano del copón. Me levanto todas las mañanas y engullo un napoleón de oro, me causa un placer faraónico sentirlo en mi estómago. Dedico el resto del día a pensar en mis posesiones inmuebles que bordean la costa de punta a punta, mis palacios de verano, mis colecciones de joyas, mis dijes y relojes de oro, mis cuadros de valor incalculable, mis cristales de Bohemia... Devoro estas presencias materiales con delectación casi lasciva. El generoso grifo mensual de mis emolumentos acrecienta de manera incalculable mi fortuna. Aun así y todo, gasto muy poco, para que la miseria genética que me sustenta se glorifique en un futuro de dicha millonaria. Ha sido una enorme liberación dar a conocer mi proverbial y sórdida codicia y que el mundo todo conozca mi roñosa rapacidad. Respiro mejor con los envidiosos efluvios que emanan de los demás miembros de esta pusilánime sociedad. No reparo en la fatalidad que a mi paso voy dejando en mis seres allegados, no siento mías su infelicidad, su pobreza cotidiana ni la miseria que les adorna. Todo lo quiero para mí, porque todo lo que hay me pertenece por derecho y porque nada se merecen los demás que no sea mi desprecio. Las hembras de mi serrallo, mis hijos, todos ellos van descalzos por la senda de la vida, todos marchan a pie y con hambre por el camino que les marca mi ávido apego material. Ser como soy ha colmado el orgullo de mi estirpe, una estirpe consagrada a la posesión universal de bienes y males, tener, tener y tener, ése es el santo y seña de mi vida, sólo tener, poseer, bucear en un océano infinito de materia suntuaria, de riquezas sin fin. Una vida consagrada a la negación del óbolo, al rechazo de la bondad, al alejamiento de la ofrenda, distante de la entrega, ajena al regalo y ausente del sacrificio desinteresado. Pues bien, todo esto ya no se esconde entre las cortinas del disimulo, ahora mi avaricia surge exenta y libre, para que todos la vean, y quizás, para que alguno la valore en su justa medida y comprenda la magnitud casi inhumana de mi empresa.