Ultimada mi lectura de la traducción al sánscrito del Ulises (Ulysses) de Joyce, he de decir que sigo sin enterarme del todo del conjunto de la novela, y en particular de la relación que guarda el finado "Paddy" Dignam con la hija de Dedalus; ni tampoco acabo de asimilar el contraste entre el amarillo del polisón de Molly y el otro amarillo de los guantes de Bloom. En realidad, y ciscándome un poco en mi vanidad de tonto de pueblo o de burguesito lustroso (que no ilustrado), debo confesarme que no me entero de la misa la media de esta cima cismática de las letras universales. Es probable que la causa de esta incomprensión mía radique en mi absoluta ignorancia del sánscrito; es posible quizás, sea debida a mi ceguera total e irreversible que me impide la lectura ocular o quizás emane de mi inoperancia con el Braille, debida en gran parte a mi falta de dedos, dedos que salieron en su momento despedidos en una especie de big-bang digital sobrevenido por la explosión fortuita de una granada de mano durante la Batalla de Stalingrado. En aquella contienda conocí al Buda Federensky, moldavo activista de hipertrofiado bigote e ideas multiformes que mezclaban a Hegel, Confucio, Trotsky y Raimundo Lulio (Ramon Llull) en una ensalada de especularidad bolchevique/sintoísta tan hermética como épica. Es conveniente que quede claro que Federensky era moldavo, pero no malvado. Malvado lo era (y ya lo creo que lo era) Tomasín Uriarte, el bizco del Ensanche, que antecedió siempre que pudo. Malvadísimo, sí, pero un portento antecediendo; mamonazo eterno, gran cabrón continental, hijo de puta olímpico, pero nadie como él en su condición de antecesor. Jamás hubo alguien o nadie que lo igualase. Antecedió en su tiempo a Brett Fornoy, a Max Feinghart, a Nina Montebello y a Lukas Haas, todos ellos traductores de la Odisea de Homero al gaélico, al suabo, al sardo, y al checo, respectivamente. El protagonista de la Odisea, Ulises, era igual de malévolo o malvado (que no moldavo) que Tomasín y quizás el único mito antecesor (mitho antecesorum) del inefable Bizco.
¡Aprende y suda, Joyce!