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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



13.8.12

265. Remembranzas del Niño Gordo


          Ultimada mi lectura de la traducción al sánscrito del Ulises (Ulysses) de Joyce, he de decir que sigo sin enterarme del todo del conjunto de la novela, y en particular de la relación que guarda el finado "Paddy" Dignam con la hija de Dedalus; ni tampoco acabo de asimilar el contraste entre el amarillo del polisón de Molly y el otro amarillo de los guantes de Bloom. En realidad, y ciscándome un poco en mi vanidad de tonto de pueblo o de burguesito lustroso (que no ilustrado), debo confesarme que no me entero de la misa la media de esta cima cismática de las letras universales. Es probable que la causa de esta incomprensión mía radique en mi absoluta ignorancia del sánscrito; es posible quizás, sea debida a mi ceguera total e irreversible que me impide la lectura ocular o quizás emane de mi inoperancia con el Braille, debida en gran parte a mi falta de dedos, dedos que salieron en su momento despedidos en una especie de big-bang digital sobrevenido por la explosión fortuita de una granada de mano durante la Batalla de Stalingrado. En aquella contienda conocí al Buda Federensky, moldavo activista de hipertrofiado bigote e ideas multiformes que mezclaban a Hegel, Confucio, Trotsky y Raimundo Lulio (Ramon Llull) en una ensalada de especularidad bolchevique/sintoísta tan hermética como épica. Es conveniente que quede claro que Federensky era moldavo, pero no malvado. Malvado lo era (y ya lo creo que lo era) Tomasín Uriarte, el bizco del Ensanche, que antecedió siempre que pudo. Malvadísimo, sí, pero un portento antecediendo; mamonazo eterno, gran cabrón continental, hijo de puta olímpico, pero nadie como él en su condición de antecesor. Jamás hubo alguien o nadie que lo igualase. Antecedió en su tiempo a Brett Fornoy, a Max Feinghart, a Nina Montebello y a Lukas Haas, todos ellos traductores de la Odisea de Homero al gaélico, al suabo, al sardo, y al checo, respectivamente. El protagonista de la Odisea, Ulises, era igual de malévolo o malvado (que no moldavo) que Tomasín y quizás el único mito antecesor (mitho antecesorum) del inefable Bizco.
          ¡Aprende y suda, Joyce!