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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



20.8.12

267. El martillo y la catana


          Otra vez, y de manera fortuita, como casi todo lo que nos ocurre a los seres de condición semi-transparente, otra vez, decía, he confundido al teniente Higgins con el mayor Brewer. Hace años que no veo al mayor, la última vez fue en casa del abogado Larkin, creo recordar que acabamos discutiendo sobre cuestiones de interés cada vez menos general, llegando a provocarnos muy particularmente. Es por ello que no entiendo la causa de mi equivocación. Nada hace recordar la fisonomía de Higgins, de complexión más atlética, rubios bigotes y andares marciales a la de Brewer, de estatura mediana, negra barba y porte más sumiso. A Higgins se le enturbia la mirada, se le encrespa el vello y carraspea cada vez que lo confundo con el mayor. Lo comprendo. Es un error, pero no imperdonable. A veces confundo en la vida otras cosas, muchas de ellas de una importancia capital, Higgins lo sabe y ha sido testigo de muchas de esas equivocaciones. En una ocasión no supe ver la fisión del núcleo en la más triste guerra en la que participé en mi vida, confundiéndola con los fuegos artificiales de las fiestas del pueblo cercano; en otra ocasión la luz de un faro salvador fue salvajemente apagada por una lluvia de mortero obedeciendo mis órdenes arbitrarias. Pero a Higgins le molesta que le llame Brewer, es comprensible, pero no es un error imperdonable. El piensa que las condecoraciones del mayor son inmerecidas y que las suyas son escasas. A mi edad, ya casi a punto de pasar a la reserva, me aburren y me cansan los escalafones, la guerra de guerrillas de la vanidad, la violencia de la paz impostada y los celos de jerarquía. Mi escala de valores se está haciendo como yo, semi-transparente. Cada día soy más sabio para reconocer aquellos errores que dejan ver un aura de solución y diferenciarlos de los que no la tienen. Higgins debe saber perdonar la intemperancia de mis nervios destrozados en muchos frentes, a veces uno se equivoca de arma o de estrategia, pero nunca de enemigo. Eso debe quedarle claro. Podemos dominar las ideas, pero no las palabras. Estas vuelan solitarias, siempre han sido demasiado numerosas. Sobran tantas como balas.