+

FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



15.8.12

266. Amables genocidas


          ¡Qué elevados pensamientos supura la parte más noble de mi cerebro en estos días de esperanza malograda! Lo triste es que mi elocuencia desfallece con una rapidez desarmadora. Ya no soy el que era, cuando una idea por fugaz que fuera su naturaleza se constituía en el blanco perfecto al que mi dardo intelectual ensartaba con diligencia, precisión y puntería geniales para, a continuación y sin dar tiempo a que distracción alguna amainara el ímpetu de vendaval de mi intelecto, realizar soberbios juegos florales conceptuales, descriptivos, oratorios o didácticos con una facundia rica y febril, con una floración de pensamiento ubérrima, libre y original. Visto mi manferland, mi chalina gris, mis charoladas polainas, mi sombrero de copa, mis guantes de piel de cebú, mi bastón de baobab y mi monóculo de oro. Salgo con paso lento y sosegado transportado por el cívico aire de Regent Street, derivando verticalmente mi mirada hacia el acuoso cielo que hiende la columna de Nelson, sintiéndome cada vez más británico, un poco más británico en cada parque que atravieso, a cada puente que cruzo, a cada pub que entreveo a través del frondoso enjambre de negros bombines que cubren las cabezas de jóvenes financieros de blancas carnes y rojiza piel. Solicito a mi imaginación con premura un auxilio, que me ofrezca una idea o conjunción de ellas que satisfaga el ansia devoradora de materia espiritual, de pensamientos procreadores, de soluciones informales a conceptos etéreos o soluciones formales a problemas burdos y cotidianos, pero que apague la sed que desertiza mi alma y la convierte en una estepa salina y desolada. Todavía no soy viejo, todavía puedo alcanzar notas altas y plenas en el templado oboe de mi inteligencia. Es cierto que mi manferland huele a naftalina, que mi chalina se deshilacha, que mis polainas se agrietan, que mi sombrero ha perdido su flexibilidad y vira a sotavento, que mis guantes van teniendo vocación de mitones, que mi bastón se astilla y que hace tiempo perdí el monóculo jugando al whist en un callejón del Soho. Pero aun así, llevo al Imperio conmigo, y de mis poros se desprende, cada vez más y de modo inquietante, un terrible y glorioso aroma a muerto inglés.