Un enjambre de avispas. La media maratón que comienza. El enjambre se polariza en su dirección. Los atletas comienzan a medir sus fuerzas, a dosificar el ímpetu muscular de sus miembros. Las avispas adoptan a la sazón una figura volumétrica semejante a un dardo, a una saeta de agudeza vibrátil. Ora los corredores se apelmazan en una nube compactada, ora se distribuyen en un haz fusiforme o arrosariado. El grupo de himenópteros veletea siguiendo la dirección contraria a la carrera. La curva bajo los olmos, discretamente empinada, une de nuevo a los esforzados muchachos. Es el momento en que la flecha de insectos se lanza con velocidad lumínica hacia el cúmulo de atletas. Ellos son doscientos. Ellas son dos mil. Todos ellos se transforman en enfermos epilépticos al contacto con los aguijones emponzoñados de los voracísimos insectos. La carrera llega a su fin. Las dos mil avispas mueren al dejar parte de su sistema digestivo adherido al aguijón que queda clavado en la dermis de los maratonianos (en realidad medio-maratonianos). De los doscientos deportistas mueren dos, otros dos son salvados in extremis por los servicios de emergencia médica tras sufrir un shock anafiláctico severo, treinta y cuatro sufren secuelas infecciosas que han de ser tratadas con antibióticos y el resto, ciento sesenta y dos, sólo se resienten de diez picaduras en diversas partes del cuerpo. Porque, eso sí, lo curioso de este caso de biología deportiva, de suceso entomológico, es la prodigiosa exactitud de las agresiones: dos mil cadáveres de avispas en la curva bajo los olmos, doscientos corredores afectados cada uno de diez picaduras. Cifras demasiado redondas, demasiado exactas para deberse a una mera casualidad. La teoría de la inexactitud sobrevenida de Klaus Niemayer o la paradoja de Louis Manni (ya saben, la de los cacahuetes y el bandoneón) se estrellan ante los hechos de la curva de los olmos. Yo pienso, siguiendo a Vanduelles y a los acólitos de su escuela, que la promisión de los vectores inanes, al menos en las avispas, no conculca la veracidad del axioma primordial, y que en el deporte aeróbico los sistemas formales no forman los bucles esperados en otros complejos más cerrados como la lidia a tres bandas o el uniformismo klebbsiano.
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FUMPAMNUSSES!
¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.
¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.