Se es un poco más cada día, o se es un poco menos cada noche, es lo mismo. A veces queremos ser no más, a veces queremos ser no menos, en estas ocasiones, lo que queremos ser es diferentes. Pero ser diferentes nos llevaría casi con toda probabilidad a no plantearnos ni esta posibilidad ni esta disyuntiva, o quizá sí, quién sabe.
La verdadera historia, que es siempre mentira, que es siempre soñada, se resume en el grito proferido por una mujer dominicana recientemente asesinada, o por el estertor, último o penúltimo, exhalado por una abuela letona, a lo mejor vendedora en su juventud de piezas de tela robadas en el economato.
Las milicias, que han jalonado el devenir de los tiempos, sólo sirvieron para que emanara la ponzoña, nunca fueron necesarias, los hombres hubieran conseguido llegar al exterminio sin necesidad de su costosa participación. La ecuación de la guerra y de su incógnita se guarda en las cuevas de guardarropía de la Escala de Milán, muy cerca de donde Mrs. Hartwood quedó desflorada por el insano Marqués de Lamartine, el mismo hombre que, años después, se arrojó al Etna en un intento absurdo de emular a Empédocles, filósofo éste, esnob hasta extremos siderales.
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