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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



8.5.09

12. Otra vez a Roma


          Se es un poco más cada día, o se es un poco menos cada noche, es lo mismo. A veces queremos ser no más, a veces queremos ser no menos, en estas ocasiones, lo que queremos ser es diferentes. Pero ser diferentes nos llevaría casi con toda probabilidad a no plantearnos ni esta posibilidad ni esta disyuntiva, o quizá sí, quién sabe.
          La verdadera historia, que es siempre mentira, que es siempre soñada, se resume en el grito proferido por una mujer dominicana recientemente asesinada, o por el estertor, último o penúltimo, exhalado por una abuela letona, a lo mejor vendedora en su juventud de piezas de tela robadas en el economato.
          Las milicias, que han jalonado el devenir de los tiempos, sólo sirvieron para que emanara la ponzoña, nunca fueron necesarias, los hombres hubieran conseguido llegar al exterminio sin necesidad de su costosa participación. La ecuación de la guerra y de su incógnita se guarda en las cuevas de guardarropía de la Escala de Milán, muy cerca de donde Mrs. Hartwood quedó desflorada por el insano Marqués de Lamartine, el mismo hombre que, años después, se arrojó al Etna en un intento absurdo de emular a Empédocles, filósofo éste, esnob hasta extremos siderales.

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