La lunática apareció en el bar de la estación a las ocho de la mañana como era su costumbre, ataviada con los harapos de costumbre y dejando ese tufillo agreste a basural y matojo húmedo. El arcipreste acabó con su caneco de anís de un sólo trago, pagó, se enfundó su guayabera imperial y tras soltar una blasfemia salió precipitadamente al frío andén. Monseñor, abjurando de su epidídimo, salió tras él, no sin antes abonar las tres últimas letras del piano al ditero Silas, que allí lo estaba esperando desde las tres de la madrugada. El perdonavidas de McKingley se hacía, como siempre, el loco tras su periódico atrasado, mientras el negro Freddy le limpiaba las botas con saliva y el mismo trapo de hacía treinta años. El bar quedó desgalichado con la salida de los dos eclesiásticos. La mosca Bruna dejó dos caquitas en la esquina superior izquierda del televisor Kolster, que dominaba la esquina superior derecha de la pared que enfrentaba la puerta del bar de la estación. La mosca Bruna había sido con anterioridad registradora de la propiedad en el condado de Shatesbury, la primera mosca registradora de la propiedad del Reino Unido. Pero abandonó tan prolijo quehacer por el de dejar caquitas en los ángulos superiores de televisores Kolster de bares de estación.
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FUMPAMNUSSES!
¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.
¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.
7.5.09
11. Madreselvas
La lunática apareció en el bar de la estación a las ocho de la mañana como era su costumbre, ataviada con los harapos de costumbre y dejando ese tufillo agreste a basural y matojo húmedo. El arcipreste acabó con su caneco de anís de un sólo trago, pagó, se enfundó su guayabera imperial y tras soltar una blasfemia salió precipitadamente al frío andén. Monseñor, abjurando de su epidídimo, salió tras él, no sin antes abonar las tres últimas letras del piano al ditero Silas, que allí lo estaba esperando desde las tres de la madrugada. El perdonavidas de McKingley se hacía, como siempre, el loco tras su periódico atrasado, mientras el negro Freddy le limpiaba las botas con saliva y el mismo trapo de hacía treinta años. El bar quedó desgalichado con la salida de los dos eclesiásticos. La mosca Bruna dejó dos caquitas en la esquina superior izquierda del televisor Kolster, que dominaba la esquina superior derecha de la pared que enfrentaba la puerta del bar de la estación. La mosca Bruna había sido con anterioridad registradora de la propiedad en el condado de Shatesbury, la primera mosca registradora de la propiedad del Reino Unido. Pero abandonó tan prolijo quehacer por el de dejar caquitas en los ángulos superiores de televisores Kolster de bares de estación.
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