Soy de Benavente, provincia de Zamora, España. Cuando me doctoré en el Instituto de Investigación de Metales No Ferrosos de Pekín no sabía qué hacer. Mi padre siempre quiso que fuera novillero y mi madre, estraperlista. Estaba ofuscado, sin dinero, a las afueras de Pekín, hambriento y con mi título de Doctor. Muy a mi pesar pensé en enamorarme de alguien, en transcribir mis afectos a un idioma erótico de fácil comprensión para aquellas jóvenes orientales que, montadas en sus bicicletas, me sonreían en cada esquina. Y así fue cómo me casé con Siu Li, muchacha dulce como un colibrí garrapiñado, prudente como los relojeros de Dresde, de una belleza tenue como el ámbar gris, y ligera como su bicicleta. Trabajaba en la manufactura de peonzas, y yo daba clases de castellano en la universidad a un nutrido grupo de funcionarios sordomudos. Tenemos un hijo llamado Lu-hi Matallana. Pero no soy feliz y pienso acabar con mi vida el jueves. Aquí no hay futuro, y en mi país huele cada día más a pis. Siu Li se está poniendo gorda como las adivinas de la antigua Bizancio, despótica como el sátrapa de los bosques, indecente como una canzonetista sarda. Lu-hi es tonto.
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FUMPAMNUSSES!
¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.
¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.
23.5.09
23. La Horda Dorada
Soy de Benavente, provincia de Zamora, España. Cuando me doctoré en el Instituto de Investigación de Metales No Ferrosos de Pekín no sabía qué hacer. Mi padre siempre quiso que fuera novillero y mi madre, estraperlista. Estaba ofuscado, sin dinero, a las afueras de Pekín, hambriento y con mi título de Doctor. Muy a mi pesar pensé en enamorarme de alguien, en transcribir mis afectos a un idioma erótico de fácil comprensión para aquellas jóvenes orientales que, montadas en sus bicicletas, me sonreían en cada esquina. Y así fue cómo me casé con Siu Li, muchacha dulce como un colibrí garrapiñado, prudente como los relojeros de Dresde, de una belleza tenue como el ámbar gris, y ligera como su bicicleta. Trabajaba en la manufactura de peonzas, y yo daba clases de castellano en la universidad a un nutrido grupo de funcionarios sordomudos. Tenemos un hijo llamado Lu-hi Matallana. Pero no soy feliz y pienso acabar con mi vida el jueves. Aquí no hay futuro, y en mi país huele cada día más a pis. Siu Li se está poniendo gorda como las adivinas de la antigua Bizancio, despótica como el sátrapa de los bosques, indecente como una canzonetista sarda. Lu-hi es tonto.
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