Serían las seis de la tarde cuando el obeso señor Trackmann entró en su despacho. Los limones esparcidos por el suelo como gotas ácidas de canarios embravecidos; los pequeñitos semáforos desvencijados y arrancados de cuajo dispuestos en cruz sobre los anaqueles de libros como crucifijos multicolores; los matraces intactos colgando del artesonado del techo como lágrimas de laboratorio; los pífanos incrustados en las paredes como puñaladas ardorosas. Las dobleces de corazón y el lado oscuro del alma del señor Trackmann lo habían conducido a esta situación. Su vida era hasta entonces un continuo deambular por las almenas de la procacidad, de la insidia magna, de la tiranía ilimitada. La sed de su sevicia necesitaba trasegar ríos de sangre inocente para ser calmada. El señor Trackmann era muy malo. “Trackmann” significa en alemán, en su primera acepción, “poseedor de una notable maldad”. En su segunda acepción significa “el que con dos celemines de estiércol reforesta dos estadios de pinsapos reales en noche de luna llena”. “Trackmann” no tiene tercera acepción, es una palabra sin acepción tercera, como yo.
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FUMPAMNUSSES!
¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.
¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.
22.5.09
22. Multipropiedad
Serían las seis de la tarde cuando el obeso señor Trackmann entró en su despacho. Los limones esparcidos por el suelo como gotas ácidas de canarios embravecidos; los pequeñitos semáforos desvencijados y arrancados de cuajo dispuestos en cruz sobre los anaqueles de libros como crucifijos multicolores; los matraces intactos colgando del artesonado del techo como lágrimas de laboratorio; los pífanos incrustados en las paredes como puñaladas ardorosas. Las dobleces de corazón y el lado oscuro del alma del señor Trackmann lo habían conducido a esta situación. Su vida era hasta entonces un continuo deambular por las almenas de la procacidad, de la insidia magna, de la tiranía ilimitada. La sed de su sevicia necesitaba trasegar ríos de sangre inocente para ser calmada. El señor Trackmann era muy malo. “Trackmann” significa en alemán, en su primera acepción, “poseedor de una notable maldad”. En su segunda acepción significa “el que con dos celemines de estiércol reforesta dos estadios de pinsapos reales en noche de luna llena”. “Trackmann” no tiene tercera acepción, es una palabra sin acepción tercera, como yo.
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