Tradicionalmente, el hurbu macho deposita los huevos en unas cantimploras celestes que suelen hallarse en las tiendas de coloniales del extrarradio. Se necesitan dos machos y una hembra para la oviperación precisa, y tres hembras y un sacristán para una ovación imprecisa. Los aciagos días de monasterio y catequesis ya pasaron, sólo nos queda la salmodia intermitente de los monjes de canela. La tribu acompaña con su olor a misericordia. La tribu nos consuela de la ausencia cada vez más pesada, más compacta, como compacto es el plumaje del marabú austriaco de las marismas. Las señoras que no lo desean se abstienen de asistir a la asamblea, pero las que se emplean con denuedo, ésas sí van. Se escarnecen de fervor y se licuan como anguilas bimembres. Los señores que no se abstienen forman otra asamblea, pero inclinada, casi abatida, una suerte de colapso asambleario bifronte. Hombres y mujeres se enlodan de sabiduría sin abjurar, sin abdicaciones espurias, de manera luminosa, de cara al respetable, como el hijo de Tomás el Estratega, como la luna de mayo en Samarkanda.
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FUMPAMNUSSES!
¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.
¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.
9.5.09
13. El kimono rosa
Tradicionalmente, el hurbu macho deposita los huevos en unas cantimploras celestes que suelen hallarse en las tiendas de coloniales del extrarradio. Se necesitan dos machos y una hembra para la oviperación precisa, y tres hembras y un sacristán para una ovación imprecisa. Los aciagos días de monasterio y catequesis ya pasaron, sólo nos queda la salmodia intermitente de los monjes de canela. La tribu acompaña con su olor a misericordia. La tribu nos consuela de la ausencia cada vez más pesada, más compacta, como compacto es el plumaje del marabú austriaco de las marismas. Las señoras que no lo desean se abstienen de asistir a la asamblea, pero las que se emplean con denuedo, ésas sí van. Se escarnecen de fervor y se licuan como anguilas bimembres. Los señores que no se abstienen forman otra asamblea, pero inclinada, casi abatida, una suerte de colapso asambleario bifronte. Hombres y mujeres se enlodan de sabiduría sin abjurar, sin abdicaciones espurias, de manera luminosa, de cara al respetable, como el hijo de Tomás el Estratega, como la luna de mayo en Samarkanda.
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