¿Es necesaria la renovación de toda la cabaña ganadera? Cuando tus ojos pestañean pienso que sí y cuando tu voz dispersa los vencejos de la torre, pienso que no. Tu padre, desde su atalaya de legajos me mira a través de sus lentes asesinas; tu madre desde la cocina me frunce todo lo que su cara puede fruncir, que ya no es mucho; tu hermana Paulita desde la ventana de su cuarto me saca sus quince centímetros de lengua azul; y tu hermano Roque, en cualquier estancia de la casa, me enseña el culo en cuanto puede. Me muevo por tu casa como lo haría un turco desollado por yacer con la sultana. Compongo versos harinosos, llenos de fanguito erótico, y los transcribo en hojas tiernas de tilo duro, y te los envío a través de las canalizaciones tubulares del sistema de comunicación neumática de la que dispone esta casa tan extraña en la que vives, y espero anhelante, lleno de picores, a recibir tu recibí, aunque sea en forma de vapor escatológico o en forma de disparo fugaz ejecutado por cualquiera de los componentes del sicariato de tu padre. Yo no disparo porque no tengo pistolas, y porque la artrosis nudosa de mis manos me impediría, si las tuviera, introducir el dedo ejecutor en el espacio diseñado y dedicado a la implementación del disparo en sí mismo, con lo que sería un acto fallido per se. En esta casa, debes saberlo, la muerte tiene significados distintos según qué habitación, qué hora del día y qué aroma se difunda proveniente de los comistrajos que pergeña o perpetra en las cocinas la que dice ser tu madre. En los pasillos que conducen a las estancias del inexistente servicio doméstico, la muerte se coloca, sólo sospechada, alrededor de los espantosos grabados de Miniers que decoran las paredes. En los baños de la primera planta la muerte abraza la loza de los retretes, de los lavabos y los bidés, y es una muerte que se siente cercana y hemorrágica. En el recibidor la muerte es abrupta, cardíaca, sobre todo si la madre tuya hace ejercicios culinarios con verduras centro-europeas. Cerca del cuarto del culiexpuesto de tu hermanito Roque, la muerte es ciertamente heladora, es una grima enorme la que da pasar por allí, porque, aunque se sienta una muerte aventurera y hasta heroica, ha de ser por fuerza muerte norteña y atroz. Sin embargo la muerte que se respira y hasta se mastica en el pasillo de acceso al dormitorio de la Paulita, es un encontronazo visceral y húmedo, como ocurre en los accidente de carretera cuando se sale del barrio del Cumichal, al norte de Quito, donde se agrupan los vertederos de la capital ecuatoriana. Tu madre tuvo cinco abortos antes de que tú nacieras y tres más una vez nacida tú. Las medio ánimas de los ocho fetitos no tienen ánimo para nada, son ánimas pequeñas, demediadas y desanimadas, y ejercen como los llamadores de ángeles, pero en función de llamadores de demonios. Nacieron/murieron en tu casa todos y cuando los demonios que llaman vienen, resulta que son demonios/niño o pequeños demonios/feto, son feos como demonios, pero entre todos, fetos y demonios, organizan fiestas infantiles, que no sé por qué parecen celebraciones rurales alemanas. Todo esto que te cuento lo he aprendido paseando como alma en pena por todos los recovecos de tu casa, porque algo tengo que hacer mientras se desploma sobre mi cabeza tu indolencia sin fin y tu asquerosa indiferencia. Tu familia no me quiere, tampoco yo a ella. La señora de la cocina siniestra, tu madre, el amanuense de los legajos informes, tu padre, la de la lengüita azul, tu hermana y el del pompis expedito, tu hermano, comienzan a darme miedo. También me inquietan los fantasmitas nonatos y el séquito de súcubos infantes con sus tudescos aquelarres de kindergarten. Todo ello, unido a la carencia innegable de tu amor por mí, hace que parta de esta extraña casona en busca de remedo y componenda para este corazón mío, semejante en la actualidad a una boñiga caballar de unos 390 gramos, aproximadamente, de peso. Espero que San Eliano, patrón de los intolerantes a la lactosa, os alumbre en vuestra necesaria caída.
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FUMPAMNUSSES!
¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.
¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.
11.12.16
27.11.16
393. Mi tabla de surf
El trueno rompe y tañe la espalda del cielo, que alumbra grises de muerte.
El buitre salva su nido de la voracidad de la serpiente.
El agua, en sórdidos rumores, precipita en fangos de jungla móvil.
Todo se mueve, todo vibra, todo nace y todo muere.
Todo deriva en un instante de emoción natural y mágica.
El verde pánico de la selva abruma de terrores panales y hormigueros.
El bisel del aire enmudece y corta aromas de lombrices recónditas, simientes telúricas de vida subterránea, vida vermiforme que somete silencios y sosiega las raíces.
Y el tigre que no cesa.
Y el lince que otea.
Y el caimán que abraza el manglar.
Y la mamba que acecha con su glauca molicie.
Y la espita abierta del mefítico pantano.
Y llueve, llueve con la entereza universal de la furia, con la zarpa abrupta de la ira natural.
La tierra ennegrece de tanto gris.
12.11.16
392. Estudios matriciales
Tota Periñán es maestra en artes marciales y le gustan las cerezas. Tota Cereceda es majorette en Marinaleda y le gustan los piñones. Nacieron el día 4 de febrero de 1957 con apenas unos minutos de diferencia. Tota P. en Tafalla, Tota C. en Almendralejo. De Tafalla a Almendralejo hay 691 Km. La vida de la tafallesa es difícil, porque es ciega de nacimiento. La vida de la almendralejense es fácil, porque es guapa y habilidosa lanzando bastones multicolores al aire. El papá de T. Periñán es registrador de propiedades ajenas. El papá de la Tota ciega murió en el día y a la hora en que las Totitas, Cereceda y Periñán, venían al mundo. En Almendralejo, las cerezas son duras como los piñones de Tafalla. Marinaleda es un pueblo de Sevilla y una de las localidades más feas de España. De Marinaleda a Almendralejo hay una distancia de 359 Kms. Tota Cereceda se hizo majorette en la escuela de adiestramiento para niñas ciegas de Tafalla. Era ella, de niña, buena y dadivosa. Por cada piñón que recibía y comía regalaba una cereza al Sindicato Obrero del Campo (S.O.C.). Su papá, el Sr. Periñán, era experto en artes marciales navarras y también en las otras, y enseñó a su Totita, desde bien pronto, desde muy niña, a lanzar el multicolor bastón a los blanquiazules cielos de Almendralejo. El Sr. Cereceda también murió cuando nacía su hijita Tota en el camino hacia Marinaleda, donde la familia se disponía a participar en la usurpación de las fincas de cerezas y piñones del Marqués de Almendralejo, junto a un numeroso y exaltado grupo de jornaleros. De Tafalla a Marinaleda habrá más o menos unos 1.000 Km. (exactamente, 993 Km.). Las cerezas del Marqués tienen compuestos arsenicales para regalar, debido a los productos nocivos organofosforados comprados al por mayor en el mercado negro de la Santa Sede y utilizados para la fumigación de estos frutales, asolados por el pulgón menuíto (Nerium oleander). Los piñones del Marqués, en cambio, son gordos y tiernos, pero producen o provocan clorosis, por su tradicional falta de componentes ferrosos, lo que se traduce en ese típico color verdoso de los Piñoneros Univarietales, secta de la Sierra Sur Sevillana, cuyos miembros sólo comen piñones del Marqués. Por tanto, ricos, lo són, pero conviene comerlos con lentejas y berberechos, alimentos ricos en hierro, para contrarrestar el déficit en el balance férrico. El Marqués de Almendralejo nació en Tafalla, cerca de la casa Patricia del Duque de Tafalla, nacido en Marinaleda en 1892, año de bienes para el Consistorio de Almendralejo debido a la inesperada visita del Papa Eusebio Nono (Eusebio IX). A su llegada a la ciudad extremeña, el Santo Padre fue recibido por el conjunto de majorettes "Las Cerecedas", aunque el futuro San Eusebio Nono hubiese preferido a "Las Periñanas de Tafalla", excelso grupo majorettero, cuya virtuosa capitana unía al soberbio manejo del lanzamiento de bastón, la ejecución paralela de unas complicadas katas de kárate pamplonés, que era en verdad algo sublime, sublime de ver. De Roma a Almendralejo hay lo mismo que de Almendralejo a Roma (tarde o temprano tenía que decirlo). Un kilogramo de piñones romanos (romani pignone) equivale aproximadamente a 1,25 kilogramos de cerezas de Tafalla. Tota Cereceda murió con unos minutos de diferencia. Tota Periñán murió justo a su hora. Coincidieron tan solo una vez en sus vidas. Fue el 18 de agosto de 2001 en Bremen, durante la celebración de unos juegos florales. Iban acompañadas por sus padres, que las guiaban solícitos, ya que ambas eran ciegas como infausta consecuencia de un accidente ferroviario la de Tafalla, y por un accidente aéreo la de Marinaleda. Curiosamente las dos detestaban los repugnantes caramelos de Almendralejo, duros como las cuernas del Marqués o las rótulas del Duque. De cualquier forma, y en honor y recuerdo de estas dos mujeres de tan inmensa valía, gritemos a voz en cuello: ¡Viva la Reforma Agraria!
391. El furor como coartada
23.10.16
390. La dieta vegana
14.10.16
389. The urine leakage of Hilary Clinton (Las pérdidas de orina de Hilaria Clinton)
Se me agota la tinta del alma. Perdura la sangre, también la lágrima puede brotar y la saliva enjugar las palabras que salen de mi boca. Pero la tinta del alma se reduce inexorablemente. Se me diluye toda en una blanca acuarela cada vez más sucinta, cada vez más ingrávida, como la gasa fugaz de un sueño remoto. Porque el alma envejece, porque somos ella y con ella nos morimos un poco cada día. La vida de las palabras, el verbo de Dios, los signos inmanentes de lo que somos, los símbolos de la muerte, que es vida, y los símbolos de la vida que son la sabia de la locura que nos nutre y atenaza. Y el alma escribe con la tinta indeleble que los hombres inventamos. Los verbos del alma crepitan como átomos y suscriben palabras que son metáforas sin dueño, libres y absurdas en sí mismas, pero cargadas con el símbolo cuando se unen y comulgan y adquieren la fuerza inherente que la unión otorga. Los pocos años hacen que la tinta burbujee y expanda filigranas multiformes por doquier, haciendo del microcosmos donde vivimos un enjambre de lógicas diversas y lenguajes encontrados. Los muchos años, entonces, reducen la dispersión, centran el objetivo y desbrozan el mundo de palabras infinitas para quedarse con las tres o cuatro que conforman la médula de la vida. Es escasa la tinta almacenada ya a mis años, la pensaba indeleble, espesa, concentrada, acendrada y compacta, pero no es así. En franca dilución, se evapora y atomiza en una bruma de pequeñas palabras que de libres apenas se notan en el ámbito de este alma en decadencia. Quisiera nombrar y apuntar el nombre de todo lo que nunca lo tuvo, quisiera describir con las pocas palabras que le quedan a mi alma, con palabras nuevas el olor de las gaviotas cuando aprenden a aprehender el concepto de que el vuelo no se emprende, la palabra que defina el color de un iris devastado por el furor luminoso de la belleza inesperada, la palabra que designe la pasión enajenada de un viejo frente a frente con la vida cumplida a sus espaldas, el vocablo aleve que enturbie la barbarie y delimite el oprobio, el adjetivo que exprese y exponga la sinrazón de los sueños olvidados, el verbo definitivo que amalgame los dispersos conceptos de lo sentido, de lo vivido y de lo imaginado.
17.7.16
388. Psicodelias
No concibo o no admito el hecho visceral. No me adapto a la existencia de, por ejemplo, los intestinos. La vida se me hace insoportable sabiendo que si voy a Misa, mis asaduras vienen conmigo, me acompañan. Besar a Maribel es besar el comienzo de su tubo digestivo, sus labios han sorbido el caracol, chupado la cabeza de la gamba, acogido la molleja, ¿cómo deleitarme ante ese antro aduanero de tránsito alimentario? Somos sacos de materia fecal, recintos de explosiones glandulares, cuevas de sebo en constante erupción, bolsas de jugos y materia grumosa, un auténtico infierno informe de reacciones químicas altamente asquerosas. La piel delimita ese maremágnum legamoso del exterior, nos aísla de la podredumbre interna de los otros cuerpos, que viven tan ricamente sin conciencia alguna de las decenas de kilos de pestilencia embutida que arrastran a diario por parques y alamedas. Somos continentes inconscientes del contenido, menos yo, que vivo atrofiado de asco perpetuo sabiéndome contenedor de heces sin fin, de borborigmos informes, de procesos metabólicos repulsivos que resuenan en las oquedades y cloacas de mi abdomen globuloso y mefítico, sabiéndome generador de gases mortecinos, de ruidos escandalosos, de sensaciones peristálticas de una obscenidad fluctuante, grosera, aparatosa e infinita. Lo circulatorio se admite, lo neural se acepta con cierta elegancia, lo respiratorio se aprueba sin prejuicio, pero lo digestivo, ¡por Dios!, lo digestivo es la parte demoníaca de la Creación. De las encías al esfínter anal, todo ese infernal recorrido es un cuadro de El Bosco, es el trayecto abyecto del Maléfico. La vida pierde toda su belleza ante el paquete intestinal expuesto al aire, por muy de mi muy amada Maribel que este paquete intestinal sea. No hay belleza en la casquería portátil que estamos condenados a transportar de por vida. Hasta la más exquisita de las lujurias retrocede ante el hecho visceral. Físicamente amamos, por tanto, la superficie, sólo la superficie, por más que invoquemos al corazón como motor de eso que llamamos amor y que sólo puede alcanzar la epidermis y ciertos recovecos mucosos (¡Ay, Maribel, Maribel...!). El corazón de mi amada, su presencia en la palma de mi mano, aún latiendo con espasmos espumosos, estertores últimos de su existencia, me puede llegar a asquear tanto como si fuera el corazón del más feo de los aborígenes de la Micronesia. A veces sueño con un mundo en el que todos los seres que lo habitan son sistemas digestivos exentos, sólo sistemas digestivos que deambulan, que se comunican y desarrollan, paquetes más o menos voluminosos de intestinos y vísceras adyacentes que interaccionan a través de los sonidos propios de su naturaleza: ventosidades, eructos, sonidos cólicos. Esta pesadilla recurrente inflama la angustia que me atenaza y me empuja a ese estado de inanición al que hace meses que me someto. He dejado de comer, tan sólo mojo mis labios con suero, Maribel quiere que ingrese no sé dónde ni para qué, sólo sé que voy a acabar con mi enemigo, sometiéndole a un pertinaz asedio, sé que al final acabará huyendo, recogerá los metros incontables de tripas, las asquerosas asaduras y se irá de mi cuerpo. Ese día podré empezar una nueva vida, me haré taxidermista y vaciaré completamente la barriguita de Maribel.
9.7.16
387. Operación "Paella"
8.7.16
386. Sólidos levemente gaseosos
Sigfrido Benaluza es un personaje inventado por Thelma Hoffman, escritora judía de origen húngaro que, a la sazón, tampoco existe, qué más quisiera ella. La creación de la escritora es mía, del autor de estas líneas, pero la invención de Sigfrido no es mía, es de Thelma. Yo sé que es algo de muy difícil comprensión, de muy arduo entendimiento, pero así es. Lo más curioso de todo ello (de todo esto) es que (no se lo van a creer ustedes) yo tampoco existo (lo juro), yo soy (hay pruebas) un personaje de un escritor sexagenario oriundo de México DF, aún no publicado, un personaje efímero, un simple ejercicio nominal de escasas características vitales que no ocupa si acaso media cuartilla, nada de ser el protagonista de una novelita o de un cuento, sino mero paisaje/paisano inoperante en un juego literario de prejubilado aburrido. A veces pienso en mi creador mexicano y me parece percibir su aura delicuescente entre la ya de por sí delicuescente atmósfera de la ciudad de México, y me parece sentir un algo de irrealidad en su mirada y mucho más en su silueta. Voy, por tanto, creyendo cada vez más en su inexistencia. No es algo que me angustie de manera especial (ya me voy acostumbrado a una vida de inexistencias concatenadas), pero me inquieta a veces el fantasmal decurso de esto que me sucede y que no tengo más opción que denominar vida: mi vida; no encuentro otra palabra para ello (para esto). Mi padre literario, mi creador mexicano (no lo he dicho) se llama Octavio Rulfo (nombre imposible), aunque firma sus escritos como Juan Paz (seudónimo más imposible aún). Sólo su mujer (a la que nunca he visto —a lo peor no hay tal mujer—) y su amigo Cuauhtémoc (de existencia más que dudosa) han leído sus trabajos. Por tanto y por ello (por esto) me siento pivote o eje inexistente de un mundo ciertamente imaginario. Soy una mota más o menos colorida de una irrealidad luminosa, fantaseada por seres a su vez imaginarios de una actividad ideadora sin fin, hacedores de historias broncas o sutiles, pero de trabazón infinita, seres que ejecutan y ejecutan una labor eterna encaminada a la nada. Autores y actores, creadores de entes creadores en un mundo especular e infinito. Volviendo al principio, Sigfrido no me cree, él piensa que es un ser humano real, con vida y libertad y pensamiento propios. Thelma piensa como él, pero es más romántica y (ya se sabe), los románticos siempre tienen alguna escondida puerta abierta. Octavio (Juan) se decanta más hacia mis presupuestos, aunque tiene que luchar con la fuerte oposición de Cuauhtémoc, más anclado y enraizado en conceptos telúricos y raciales. A veces pienso, como personaje de cuento que soy, que nazco de alguien y que me paseo por otros muchos alguien, me convenzo que hay un autor y un lector (muchos lectores) y que mi existencia se enriquece y se diversifica en la mente de cada nuevo lector. Pero en otros momentos, me siento, como ya he expresado, el diente de un engranaje eterno, irreal, un elemento más de una ensoñación, de una serie de elementos narrativos interconectados, en donde todos somos meros pensamientos, pero pensamientos ¿de quién? Quizás de Dios, que es otro personaje muy querido y muy socorrido, y que nos sostiene algunas veces cuando más sentimos el vértigo de la nada, la náusea de la muerte cercana, cuando nos vestimos con los lutos de la tristeza, que no son otros que los adornos con los que ornamos al personaje que nos toca representar en esa parte de la obra, cuyo autor, cada día, creo más que existe tanto como existo yo. Así es.
3.7.16
385. El pene azul
3.6.16
384. Slow Food
Antes de que me lleven al paredón (no sólo a mí, a muchos nos llevarán), antes de que eso suceda (no crean que falta tanto) sería conveniente que me despojara de todo el lastre posible para ir más ligerito a la tapia del cementerio, aunque viendo el cariz de los verdugos, es posible y probable que opten por el tiro en la nuca, de rodillas y frente a la fosa común, la excavadora amarilla pendiente del evento para volcar la tierra y los cuerpos en la gran zanja practicada previamente. Me imagino un día de primavera luminoso, nada de frío, nada de lluvia, nada de grisura trágica decorando las ejecuciones, el atrezzo mínimo propio de las soluciones finales. A mi lado, lo veo claro y nítido como si ya estuviera ocurriendo, hay muchos como yo, todos asustados, lívidas sus caras, algunos llorosos, otros estupefactos. Hay mujeres, niños, sacerdotes, travestis, negros, minusválidos, empresarios, sindicalistas, vagabundos, artistas, jornaleros, militares, terroristas, aristócratas, políticos... La paridad absoluta de la muerte, la plena democracia de la solución final.
Mi rostro no llora, no está ni estupefacto ni lívido, ni tan siquiera asustado. He soltado con prontitud todo el lastre posible para que la bala entre y salga sin obstáculo alguno, cumpliendo su misión asesina con limpieza y eficacia. Convertido en polichinela desmadejado, en huero autómata descoyuntado y sonriente, me dispongo a cumplir con los designios ajenos, mero argumento de sus fuegos internos, de su iracunda beligerancia, de sus odios ancestrales.
¿Y de qué me he despojado, dirán ustedes? ¿Qué clase de lastre he soltado? Pues me he visto obligado (para que la muerte sea más sucinta e indolora) de todas aquellas abstracciones, conceptos y disposiciones de pensamiento que han ido acumulándose en esa zona del cerebro que domina la parte más blanca y natural de su materia gris, aquélla que inventa la esperanza, que diseña la alegría, que lo llena todo de ritmo y armonía, la parte que se entera de la música, que comprende los colores, que recuerda el olor de mamá, el olor de la mesilla de noche de papá, la parte que ordena los recuerdos por su contenido en nostalgia y los afectos por las marcas de felicidad que nos han dejado. La parte que eriza nuestra piel con las espinas de un poema, con el roce de un talle amado, con la imposibilidad de una nube o el azar de un trino en la amanecida de nuestra juventud. De todo ello me deshice para que el plomo no depositara mácula alguna sobre la parte más preciada de mi existencia. Para facilitarle el camino que atraviesa otra zona cerebral más inhóspita y oscura, en la que se depositan los detritus más infames que generamos los humanos (bueno, que genero yo) y que se traducen en la bilis negra de la indignación proclive a la violencia imaginada, al exabrupto poco matizado, a posturas maximalistas, a la ira rabiosa y a la consecución del peor estado en que nos podemos sumir: la tristeza.
No sé como lo voy a hacer, pero sé que lo voy a hacer cuando llegue el momento. A la zanja sólo caerá mi cuerpo y esa parte humeante y podrida que ocupa una parte nada despreciable de mi alma. Creo que no me resultará demasiado difícil.
O tal vez sí.
O tal vez sí.
7.5.16
383. La niña turbulenta
Al principio aparece un hombre con un maletín rojo de cocodrilo. Se le ve asustado, mira atrás, se siente perseguido. Detiene un taxi, se sube y se va. A continuación surgen los títulos de crédito. La primera escena de la película transcurre en la cabina de mando de un transatlántico. El capitán fuma en pipa mientras detrás de él los oficiales estudian unas cartas de navegación sobre una mesa. Llaman a la puerta, un marinero entrega un cablegrama al capitán. Su gesto se ensombrece. Manda que paren las máquinas. La cámara efectúa un traveling y un picado panorámico del barco. La música realiza un crescendo hasta alcanzar una cota sonora bastante dramática. La imagen gira a la derecha y aparece el tentáculo vibrátil, viscoso, ominoso del gran pulpo. Fundido en negro. La pantalla se ilumina de nuevo. La corista Margot se sube la media de la pierna derecha y la sujeta con elegancia, agilidad y un punto de sensualidad al broche del liguero. Se ajusta ladeado el sombrero de copa y se dispone a salir al escenario. El dandy Antonio la observa desde el sillón orejero mientras fuma en su larga boquilla de carey. Le arroja un beso con la mano a Margot. Ella hace una mueca de asco y se va. Se deja oír música de fanfarria cabaretera. Antonio se levanta y se sirve un whisky de una mesita ad hoc que se halla al lado del tocador de la cabaretera. Efectúa unos medidos pasos de baile y ríe a carcajadas mientras acaricia el aire con una mano enguantada de blanco. La puerta del camerino se abre lentamente sin que el dandy se percate. Un disparo corta el aire y Antonio cae fulminado. La puerta se cierra con similar lentitud. En la siguiente escena, el inspector de la brigada de homicidios Mike lee los titulares del asesinato en la prensa mientras toma café en la cafetería de Marcia. Enciende un cigarrillo y se mete en la cabina telefónica del local. Habla con Troy, antiguo compañero en la brigada y a la sazón antiguo novio de Margot. Quedan en verse esa noche en la bolera de O`Bannon. Cambio de secuencia: camarote de Mr. y Mrs. Kincade. El matrimonio se prepara para la cena. Se preguntan por qué han parado las máquinas en mitad del océano. Detrás de Mr. Kincade se distingue el ojo de buey del camarote y tras él, el gran ojo vidrioso del enorme pulpo.
Luego nos sacaron a escobazos de las celdas de contención y nos introdujeron en carretas de romería con destino a las fábricas de flecos para gaitas (al menos eso fue lo que nos dijeron, ya se verá que fue todo una cochina mentira). A Úrsula la separaron del Monje Rojo y lloraba con incandescencia de bruja núbil. A mí me ordenaron sacerdote allí mismo, antes de subir a la carreta enjaezada con envoltorios de antiguos bimbollos y estampas de futbolistas gitanos. Al final de la larga marcha por las arenas llegamos a la aldea donde nos quemaron vivos a todos menos a mí, que me cosieron los orificios (todos los orificios) y me dejaron en un tonel de salmuera para ser comido por el Bog de Davos, rey del lugar y mecenas de los Artistas Dementes de Talmudia (los ADT). No sé cómo, pero pude escapar con la ayuda de un pulpo gigante. Posteriormente la suerte me sonrió y me encontré un maletín de cocodrilo con 700.000 rupias y me embarqué en un gran crucero por el Atlántico. Allí conocí a la que actualmente es mi esposa, Margot, antigua actriz de mucic hall y, según me confesó, asesina por vicio de niñatos de pelo engominado y poses de dandy amariconado. Posteriormente me hice policía, también por vicio, y descubrí un complot para matar al viceconsejero Luis. Implicados en ello estaban un compañero, llamado Mike, una tipa, llamada Marcia, que regentaba una cafetería cercana a la comisaría, y un ex-policía que, hay que tocarse los huevos, fue novio de mi mujer.
Mi nombre, por cierto, es Timothy Kincade.
2.5.16
382. Oratorio
Los pliegues de mi barriga albergan mundos paralelos.
Los paralelos de mi barriga albergan mundos plegados.
Los albergues de mi barriga pliegan mundos paralelos.
Los mundos de mi barriga albergan pliegues paralelos.
Los mundos paralelos pliegan albergues en mi barriga.
Los pliegues paralelos albergan barrigas mundanas.
Los mundos plegados albergan barrigas paralelas.
El mundo de la barriga es el albergue paralelo del pliegue.
La barriga albergada en los pliegues es paralela al mundo.
El pliegue del mundo es paralelo a la barriga albergada.
El albergue de los pliegues es el paralelo mundano de la
barriga.
El mundo y sus pliegues albergan barrigas paralelas.
Los paralelos plegados son las barrigas albergadas del mundo.
La barriga mundana es paralela al albergue plegado.
El mundo de albergue y pliegue es como una barriga paralela.
Las paralelas mundanas pliegan barrigas albergadas.
El pliegue del mundo alberga mi barriga paralela.
El mundo paralelo de mi barriga pliega albergues.
Los albergues mundanos son como barrigas plegadas y
paralelas.
La paralela de mi barriga es un mundo albergado de pliegues.
El mundo plegado de albergues es una barriga paralela.
El paralelo pliegue del albergue es un mundo de barrigas.
La barriga plegada en paralelo alberga un mundo.
Un mundo albergado de paralelas es como una barriga plegada.
La barriga paralela alberga un pliegue mundano.
23.4.16
381. Los pololos del Maligno
El ejercicio de escribir es semejante a la tortura, sí señor; es como la tortura en sus dos vertientes: la del torturador y la del torturado. En mí caso además, el papel de víctima es aún más dramático que el de los demás escritores al uso, porque ellos plasman lo que piensan o imaginan y, aunque sea desgarradora y complicada la materialización en palabras de esos pensamientos, de esas imágenes creadas en su mente, el escritor sabe a dónde se dirige, y ese dolor conlleva implícito el disfrute y la satisfacción que otorgan la frase precisa, el párrafo logrado, la perfección del concepto pergeñado en el magín más o menos talentoso del escribiente. En mi caso, en cambio, el abismo es más profundo y la angustia más amarga por cuanto no sé a dónde me dirijo ni lo que quiero expresar, porque no parto de ningún supuesto y puedo asegurar que segundos antes de empezar no tengo la menor idea de lo que voy a escribir. Es la muy manida imagen del terror del escritor frente al papel en blanco que, en mi caso, se duplica, al sumarse el terror del pensamiento en blanco. Aun así, los dedos (mis dedos) se disponen para asir el instrumento de escritura, que deviene pronto en instrumento de tortura y comienzan a arañar el papel o a golpear el teclado con presteza profesional en un portentoso acto de impostura literaria, que me hace poner una mueca mezcla de sonrisa y vergüenza. Ahora bien, en vez de huir o salir con la elegancia que me caracteriza de la habitación y ponerme a largar el hilo de mi cometa o a dar de comer a los guppys y escalarius de mi acuario, resulta que me quedo, que incido en flagelarme ante el papiro infame y vacío, escribiendo como un resorte de alma autómata y verbo gárrulo y cacofónico. Verdugo y reo en un sólo ente obtuso de edad más que provecta para andar haciendo tonterías de tribulete intonso, de amanuense de doctas imbecilidades o de escribidor de la infamia psicótica y verbenera que se agazapa y se diluye por mi alzheimérico cerebrito de corcho y humo. No obstante debo reconocer que escribo porque me sale de los cojones y escribo lo que me sale de los cojones. Quizá sea la única cosa que hago cuyo origen físico de nacimiento sea esa parte de mi organismo, las demás cosas que realizo en la vida tienen otro origen no necesariamente corporal. Por ejemplo, ahora voy a escribir lo que sigue por la razón ya expuesta:
Los ejercicios de minusvalía moral, la excelencia en los trabajos de ética tetrapléjica, la conformación de neo-ideologías esquizoides han dado sus frutos en forma de horda de ardorosos hombrecitos, cada uno de los cuales desarrolla un tipo específico y unívoco de podredumbre, aunque todos participan en parte en las demás podredumbres de sus camaradas de horda; podríamos decir que cada componente se especializa en una aberración social, pero conoce y practica las otras aberraciones del grupo. El laboratorio clandestino donde se implementaron los ensayos pertinentes para el nacimiento de estos homúnculos estaba ahí mismo, no lo veíamos de tan evidente y cercano que estaba. Resulta que, como la carta misteriosa de Poe, estaba encima de la mesa, frente a nosotros, nuestros ojos fijos en el rincón oscuro, en el trasfondo del secreter, en los abismos del sótano. Pero de nada sirve la queja. Ya están aquí y han llegado para quedarse. Vamos a tener que convivir con ellos mientras nos llenan de babas malolientes e infectan con sus voces el aire que respiramos y respiran nuestros hijos. Cada día soltarán una diatriba incendiaria, un mefítico desdén, un venablo de desvergüenza y acracia absurda, un ventoseo de malas intenciones y peores deseos.
Efectivamente, estoy hablando de ellos, hablando mal de ellos, porque nadie habla bien, algo curioso y a la vez difícil de entender.
9.4.16
380. Memphis Train
—Si es que es para morirse de risa, Tomás. Si es que no te puedes imaginar la cara que puso el menestral cuando se le vino encima el rimero de papel secante que Luisito había colocado, mal que bien, en los anaqueles al lado de la ventana del fondo. Fue un jolgorio en la oficina que ni te cuento. Hasta la señorita Montse, que nunca se ríe, casi se desmaya de la risa. Don Ricardo no estaba, menos mal, aunque si hubiera estado, la cosa hubiera sido igual. El menestral se llamaba Dioniso Ruibó y, según dijo, pesaba 111 libras escocesas. También nos informó que era oriundo de Calahorra la Chica, y no supimos que había muerto hasta bien entrada la tarde. Pensamos al principio que se había dormido o que se había estado haciendo el muerto para evitar el ridículo de saberse derrumbado bajo pliegos y pliegos de papel secante. El médico lo confirmó (mejor dicho, certificó su muerte, puesto que quien lo confirmo fue Monseñor Larraona en 1942, en la parroquia de San Totufo, en Calahorra la Mediana). Buenos, pues eso, que el médico dijo que efectivamente estaba muerto, y la verdad es que nos dio un poco de lástima, pero nosotros, qué íbamos a hacer, seguimos con nuestro trabajo, aunque al recordar lo sucedido, nos faltaba el resuello para aguantar la risa que nos provocaba la forma en que aconteció el luctuoso hecho de la muerte del menestral Ruibó. A las 14.30 cada uno se fue a su casa, y como era viernes, los rictus de todos estaban alegres y relajados, no cabizbajos y amargos, como al siguiente lunes, gris y lluvioso, en que fuimos entrando a la oficina como reos en el corredor de la muerte, oficina que presentaba el mismo aspecto lóbrego que el pasado viernes, aunque un dulzón y desagradable tufillo nos hizo miran a la ventana del fondo, donde yacía, algo hinchado y tumefacto, el cadáver del menestral Dionisio. Cuando don Ricardo se presentó a eso de las 12, se lo comunicamos de inmediato y rápidamente nos conminó a meternos en nuestros asuntos y a que no perdiéramos tiempo en cosas ajenas al trabajo que nos competía, así que eso hicimos. Cuando pasaron veintiún días el hedor ya era casi sólido, ocho horas de trabajo en pleno enero con los ventanales abiertos de par en par no se las deseo a nadie. Tres caímos con pulmonía, Ferrusola, Gavíñez y yo. Un charquito hueante y gris rodeaba a Ruibó, al que de sus cuencas oculares le salían una suerte de hilillos blancos vermifomes y muy móviles que nos causaba gran espanto, y una pertinaz diarrea a la señorita Montse que, embozada, como todos, con pañuelos impregnados en colonia, lloraba casi todas las horas desconsolada. A mediados de verano la gusanada era ya pandémica en la oficina. Don Ricardo tuvo por escrito en dos ocasiones nuestras quejas, asegurándonos, también por escrito, que el "problema" quedaría resuelto en pocos días, un par de semanas como mucho. Un mes después trajimos un saco de cal, al saber que Ferrusola se había pegado un tiro en la sien izquierda con un revólver para zurdos, que obtuvo bajo licencia (era alférez provisional) en la Armería Arriana Confederada de Terrassa. Una pena, una gran pérdida. Ferrusola era de los buenos, pero muy sensible de olfato. Aun así, es de recibo agradecerle su gesto, pues gracias a su acto feroz de repulsa a las tropelías que nos tiene reservada la vida, nos vimos con el valor suficiente para comprar la cal que, en contacto con el agua, obra milagros en la calcinación (obvio) y desaparición de menestrales fallecidos por aplastamiento bajo el peso de cientos, tal vez miles, de pliegos de papel secante. Descansen en paz Ruibó y Ferrusola. Y a don Ricardo, que li donin per cul.
P.D.: Nunca pudo llevarse a efecto el merecido sepelio de don Dionisio Ruibó en Calahorra la Grande, localidad de donde no era oriundo, pero que por veleidades de una vanidad confesa, siempre quiso que fuera el lugar de su inhumación.
P.D.: Nunca pudo llevarse a efecto el merecido sepelio de don Dionisio Ruibó en Calahorra la Grande, localidad de donde no era oriundo, pero que por veleidades de una vanidad confesa, siempre quiso que fuera el lugar de su inhumación.
16.3.16
379. Estampas lacustres
Sonó el gong como si fuera un páncreas enfermo. Era la hora. Desatornillé el bastidor, me soné en el bordado lienzo y enfrenté la testuz del carcelero, que abrió la celda con la parsimonia paquidérmica del carcelero viejo. Me ató las manos y los pies con soga fina y me rapó el cogote con una navaja nueva. Me acercó un puro habano que rechacé y un higo seco que comí entero con delectación golosa. El sacerdote, el reverendo Padre Dalmacio, esperaba en el umbral para acompañarme con latinajos y aroma a colonia canalla. A pasitos cortos y entre dos guardias morenos recorrí los pasillos húmedos y correosos hasta el portalón de acceso al patio. Allí me esperaba, vestida de novia como el día de nuestra boda, mi joven esposa para acompañarme hasta donde se erigía el túmulo del garrote. Lloraba quedamente. A mitad del caminó vi a mi padre sujetando a la abuela, que gritaba y profería maldiciones e insultos al Rey y a la Reina. Al pie del cadalso estaban el alguacil, el alcaide, el coronel y el notario. Con el regusto del higo seco en la boca me acorde de cuando era niño y robaba con mis compinches de pandilla nísperos y peras de San Juan en el hontanar de Lucio, y cómo cazábamos oscuros y gordos sapos en la hondonada de la fuente seca. En el segundo escalón me oriné, dejando una mancha en forma de forçado portugués en mi pantalón de sarga gris. Un reguero amarillento goteaba del maderamen. En el noveno de los once escalones, me cagué, como era a todas luces predecible. El Padre Dalmacio se retrajo en su labor de acompañamiento, mi joven esposa, que quedó desconsolada al pie de la escalera, se dio media vuelta como escondiendo su angustia, y el grupo de funcionarios aprovecharon el vahído de mi abuela para salir raudos a socorrerla. Los dos guardias se alejaron de mi cuerpo lo que sus brazos podían extenderse sin dejar de aprisionar los míos. El verdugo que me esperaba, hombre enjuto, macilento y con aspecto de nigromante bosnio, me miró con una mueca de asco insondable. Agarrando mis sienes con una mano enorme me hizo sentar en el recto taburete adosado al palo, y mientras me disponía los correajes de sujeción, vomité con plenitud, no sólo el higo seco, sino todo lo que mi sistema digestivo contenía en su parte superior desde hacía algún tiempo. Entre arcadas, el Padre Dalmacio aligeró un responso apresurado y bajó con excesiva presteza la escala de madera, no sin antes de llegar al suelo resbalar, pegar una sonora culada y ponerse perdida la sotana con el tibio producto de mi micción. El verdugo, que se llamaba, Amancio, se las tuvo que entender con las correas que sujetaban mi cuello y la parte superior del tórax, ambos anegados de grumos avinagrados de vómito, y con los grilletes metálicos que inmovilizaban mis tobillos, lugares por los que desembocaban de las perneras los dos ríos de blandas y humeantes heces. Ya con todo dispuesto, Amancio, sudando y poniendo en duda la honestidad de mi madre y demás miembros femeninos de mi familia, y sugiriendo la feliz posibilidad para él de que acabara yo en lo más profundo del infierno, con todo dispuesto, pues, Amancio ajusto el mortal perno a mi bulbo raquídeo, miró al coronel, y en el momento en que el coronel asentía con la cabeza, dando su aquiescencia para que el verdugo cumpliera con su misión, sonó el trompetín del heraldo real que, a lomos de un veloz alazán, hacía su entrada a través de las puertas de la prisión, trayendo en una especie de aljaba no sólo el indulto del Rey y la Reina, también la constatación testificada de mi inocencia. Quedaba libre y exonerado de culpa. Mi abuela, mi padre, mi joven esposa, el carcelero, los dos guardias, el alguacil, el alcaide, el notario, el Padre Dalmacio, todos menos Amancio, el verdugo, expresaban una profunda alegría en sus rostros, aunque ninguno se acercó para abrazarme, para estrecharme entre sus brazos, algo que necesitaba con intensidad ahora que había salido literalmente de las garras de la muerte.
12.3.16
378. IBEX 35: PECTLH
¿En qué drama de Strindberg sale un rinoceronte? ¿La Cantante Calva de Ionesco era en realidad una cortesana rusa exiliada en Zurich, de nombre Zhenya Mijáilova? ¿Qué relación había sospechado el rumano Tristan Tzara entre Ludmila Poliakova y el novelista Guillaume Apollinaire? Chaplin, Picasso y Pacabia coincidieron en Saint-Tropez en 1931. Aun siendo verdad esto último, seguimos sin saber en qué obra de Ibsen sale un cocodrilo. Boris Vian tiene en su haber la autoría de una novela dedicada a los lobos y otra a la música de jazz. La Najda de Breton ¿hizo o no hizo el amor con Breton? Thomas E. Louis era el típico americano en París en 1937. Gertrud Stein lo convirtió en su amante asiduo. Stein era lesbiana feroz, luego esto no se comprende. Un elefante blanco sale en una obra de teatro, pero no de la época a la que nos estamos refiriendo, sino a la época de la comedia pre-renacentista. Man Ray fotografiaba violines como espaldas de mujer o espaldas de mujer como violines. Hay material gráfico en el que De Chirico flirteaba con Domicheli en presencia de varios futuristas. Beckett, el aburridísimo Beckett, el irlandés anguloso y amargo, quiso parecerse a Joyce y sólo consiguió parecerse, eso sí, a otro dublinés, del que ahora no recuerdo el nombre. Tamara de Lempicka sí que entendió el juego de coloritos de su paleta y las formas primarias de la geometría de Braque. Las bailarinas del Bolshoi diezmaban su número en cada viaje a París. Orson Welles decía que no había cópula más sublime que la realizada con una bailarina clásica, juventud elástica de carne firme y envolvente, rítmica conjunción de vibración metronómica y pasional. Animales en funciones de tarde y noche, elefantes, cocodrilos, rinocerontes, exhaustos pero emocionados con los aplausos (a veces desmedidos). Berlín oscuro, Zurich a la espera ¿de qué?, Viena marchita, París viviendo en un jamás para siempre, Londres entre cloacas, entre estiércoles a medida. El resto no cuenta. Dresde observa en sus bares a gente sañuda que escribe. Los periódicos los lee la clase obrera. Marx, ya viejo, empieza a comprender el sabor a boniato de la plebe. Dalí delinea futuras galas entre lametones a cualquier régimen. Destrozando bicicletas, Duchamp empeora las cosas, o no. ¡Qué frío de guerra! Los cines se aturden atestados y los teatros son zoológicos inhóspitos. La chicas del folies, con su llanto, acaban con la moda del sombrero de copa. Los cuadros se manejan como moneda de cambio en las verdulerías de la orilla izquierda. Y los libros se comienzan a robar en grandes cantidades. Ya la gente no va a misa, del cabaret van a la guerra y de la guerra al bazar, donde Lubitsch, allá tan lejos, hace del agua de colonia una forma de vida. Los hombres duros se suicidan y ya no bailan. Y las flappers comienzan a tener hijos y a hablar pestes de la bohemia. Baudelaire, Verlaine, Rimbaud, esos grandes financieros, abren sucursales en cada esquina. Y los negros con sus saxos conquistando la línea Maginot. Quizás no fuera de Strindberg la obra en la que sale un rinoceronte.
9.3.16
377. El lastre
Quisiera disculparme. Algo dentro de mí me obliga a hacerme perdonar por casi todas las entradas de este invisible blog. Pero ocurre que si me disculpo, me traiciono. Verán ustedes: Las primeras entradas cumplían a rajatabla la premisa fundacional, que no era otra que dar paso a un tipo de literatura automática, a una escritura sin tamizar, la más libre posible, sin trabas ni complejos, que surgiera directa, veloz y sin prejuicios. Y así fue al comienzo. Pero a medida que pasaron los meses (los años ya, quién lo diría) empezaron a acudir ideas que esperaban su turno, pensamientos más elaborados que progresivamente se hacían más enjundiosos; igualmente, aparecía un humor más trabajado, a veces, incluso glosaba acontecimientos reales, describía sujetos de mi entorno, hasta había incursiones en la poesía (desechando la lírica esquizoide de los comienzos). Es por todo ello por lo que debo una disculpa (a mí mismo, claro está, porque lectores tengo uno, quizá dos, no más, y creo que les importa muy poco mi ética bloguera). Pero yo me entiendo. Me hago perdonar escribiendo en otro estilo y en otros ámbitos y "para otro público". Porque para escribir, aunque no te lea ni Dios (que está para y en otras cosas) uno debe actuar como si fuera un escritor consumado, amando y respetando a tus hipotéticos lectores, odiando a tus críticos, discutiendo con tu agente y con los editores (aún más hipotéticos) y acudiendo en tu imaginación a las librerías a ver dónde se le ha ocurrido al distribuidor o al librero colocar la pila de volúmenes de tu última obra maestra. El resumen está claro: de traición en traición, gracias a este blog he evolucionado (o he involucionado) tanto literaria como humanamente, lo que no es ni bueno ni malo. Las revistas literarias no se han dado por enteradas y mi club de fans enmudece como siempre. Además, como he dicho, he diversificado en las redes mis otras aficiones: he creado un sardónico obituario que me traerá muy malas consecuencias cuando los tontos detenten el poder y se pongan a fusilar a diestro y a siniestro (bueno, solo a diestro) (¿Veis? Un chiste fácil que jamás hubiera salido de mi pluma hace unos pocos años. Me estoy haciendo viejo muy rápidamente). Con un programita informático infantil hago maravillosos cuadros de abstracción pura o expresionismo radical. Y para traca final, elaboro enjundiosos artículos de opinión de contenido social sobre temas de candente actualidad (another common place / outre place commun). En fin que tras este proceso de aburguesamiento literario ya estoy hecho un hombrecito y cada vez me cuesta más encontrar a aquel sujeto extraño que podía escribir cosas como:
"Arturita, hija, dispón el pomo de la puerta a 32º latitud norte y 68º longitud oeste. Para tal menester, Arturita, coge el astrolabio como yo te enseñé, con las nalgas enguantadas, así".
"¡Ay!, pobre Rubén, que se quemó las manitas con el agua de cocer nabos un Martes Santo de Carnaval".
"La Puri me enseña cuando puede lo que puede y yo miro lo que la Puri me enseña cuando puede enseñarme lo que ella puede".
"La arquivolta de la entrada al claustro, diseñada con torpeza y crueldad inauditas, hacía que los monjes, cuya estatura fuese superior a 147 centímetros (4,8 pies), se golpearan la testa encapuchada muy numerosas veces a la entrada y a la salida (del claustro)".
"La pila no la inventó Volta, la inventó su madre en un rapto de furor histeriforme en el laboratorio de su hijo. Se llamaba Pilar y era de Tarazona".
"La palabra buque es una de las más tontas de las que empiezan por b".
"Tras comer en un chino, la Srta. Tillson y su novio, el Srto. Simeón, se fueron a comer a un italiano de Benton Street".
"La muerte no es negra como dicen, es amarilla como el batir de las alas de los ángeles de la lepra, o como el fulgor en la mirada de los diablos que provocan el mal de Venturi".
"Los sordos son más en zonas rurales, pero sufren menos que los sordos urbanitas, que son menos, pero sufren más".
"Las orquídeas huelen mal, o al menos eso dicen las anémonas de Río".
¿Me comprenden?
8.3.16
376. Carencias y sobranzas
Los comunistas, que en realidad sólo hemos sido tres, mis dos primos de Dakota del Sur, Elmer y Silas, y yo, Eduardito, somos un grupo humano denso, compacto, uniforme. Nuestras ideas son bloques de corindón, sin fisuras. Los comunistas tienen/tenemos tres ideas. La primera idea se le ocurrió a Elmer, mi primo de Dakota del Norte, ya saben, el hermano de Bob, y consiste en que todos los obreros del mundo utilizaran el mismo idioma. Esto crearía mucha cohesión, pues la comunicación entre, por ejemplo, un talabartero de Mozambique y un verdulero de la provincia de Ontario sería más que fluida y fortalecedora de los lazos de unión inherentes a la clase obrera pancontinental. Y así se llevó a efecto. El bable es por ello el idioma utilizado por todos los trabajadores del mundo, por su sintaxis primaria y abigarrada prosodia, por no hablar de su rico vocabulario y suave sonoridad consonántica.
El comunismo es muy bonito.
Mi otro primo, Silas, el del Carolina del Norte, ya saben, el hermano de Virgil, fue el que intuyó y desarrolló el que sería el segundo pilar y fundamental basamento del pensamiento revolucionario comunista, presentado en sociedad en Kiev, en el transcurso de las sesiones preparatorias para la Tercera Internacional Socialista de 1946. Su idea era que nunca sería suficiente el número de millones de muertos hasta conseguir el número óptimo de miembros del partido que él consideraba como cifra perfecta para la consecución de los objetivos políticos, económicos y sociales del ideario marxista-comunista, es decir, tres. A ello ha dedicado su vida y por ello lo veneramos y otorgamos el honor de representar el paradigma para nuestros hijos y los hijos de nuestras hijas.
El comunismo es que es muy bonito.
La tercera idea es mía. Mi nombre es Eduardito. Soy el primo de Elmer y de Silas, mis primos de Nebraska. Soy ruso y provengo de una familia de rancio abolengo. Los otros tipos de abolengo, los no rancios, siempre los hemos rechazado en Rusia y los hemos depositado en contenedores ad hoc y arrumbado en la orilla derecha del Volga. Mi apellido es Secreto (aten cabos). Soy el orgulloso instigador, creador e implementador de esa tercera idea sustentadora del ideario comunista que nos nutre y vivifica y que ha servido de lanzadera para que todas las masas obreras del planeta nos sigan enfervorecidas, afiebradas, hechizadas por la esperanza en un mundo hermanado por la fuerza productiva y liberada del yugo del sistema alienante capitalista. Soy, ya lo saben todos ustedes, el autor del Libro Blanco, el libro que superó al poco tiempo de ser editado las cifras, tanto de ventas, como de número de ediciones, como de número de lectores a la mismísima Biblia, al Corán y al Talmud, al Quijote y al Principito. Como saben, es un libro de 365 páginas, todas en blanco, no mancilladas ni por una sola letra; libro de obligada lectura (una página cada día del año) por todos y cada uno de los trabajadores del mundo; un vuelco diario de la masa trabajadora en la nada absoluta; un baño multitudinario en un Jordán de vacío y de acogedora blancura; un continuo atravesar una nube clara sin horizonte ni fin. Sumido el obrero en tan preclara lectura, divaga con dulzura en la metáfora inefable de la vida, en el sopor de un ámbito magmático-uterino, sin dolor, sin infecciones disidentes ni rubores de conciencia. Por todo ello, mis primos y yo nos sentimos muy orgullosos de haber creado al Hombre Nuevo, al hombre comunista de hoy, un hombre que, rodeado de millones de muertos a su alrededor, habla en bable con sus émulos, con sus camaradas de todo el mundo, mientras en sus horas libres lee páginas y más páginas de un libro en blanco, en el que se expresa todo lo que puede saber y todo lo que debe esperar: un futuro de paz, sosiego, miseria y muerte. Tengo otros dos primos, uno de llama Pedro y está enfermo de ira, y el otro de llama Pablo y está enfermo de odio. Son enfermos terminales y van a morir pronto.
El comunismo es bonito, pero bonito de verdad.
7.3.16
375. Los nuevos hipolipemiantes
Los lunes no debería escribir. Tampoco asesinar. Los lunes no debería intentar ninguna humorada, el humor es más para los martes. Los miércoles incitan a una escritura amable, liviana, muy del gusto de las amas de casa. Los jueves son para la literatura seria (si es que tal cosa existe), sobre todo para los ensayos o los tratados de apicultura. El viernes es un día anómalo para la creación, no debería constituir parte de la semana (vocablo éste que significa seis), por ello es un día para la literatura de raíz surrealista, para la vanguardia en general y la literatura automática en particular. Los sábados son para las obras maestras, para las cimas literarias, para que los premios Nóbeles, los Goncourts, o los Pulitzers se esmeren y plasmen sus luminosas ideas sobre la pantalla o el papel (o como Bertrand Lavilliers, novelista decimonónico francés, que escribió sus mejores obras sobre la espalda de Eudora Neville, su amante borgoñona). Por último, los domingos son para la literatura de ínfima calidad, la que consumen y les gusta tanto a todos ustedes, la que copa con sus portadas de bellos coloritos los escaparates de las más exitosas librerías de su ciudad.
Pero hoy resulta que es lunes, así que lo que salga del estrujamiento de las partes creativas de mi envejecido cerebro será una absoluta mierda. Esta palabra, por cierto, es un vocablo que jamás utilizo, me parece una de las palabras más feas del idioma. Intento no utilizarla nunca. Todo lo referente a la excreción de los detritos corporales me produce rechazo absoluto. Además, como soy básicamente un cursi, lo tengo mucho peor, porque los cursis nos movemos en un mundo irreal sin emuntorios, esfínteres, secreciones, purulencias, flemas, ventosidades, eructos, ni cosas que se les parezcan ni remotamente. Fantasía que choca de pleno con la repugnante realidad. Por eso los ángeles son cursis, por eso los cursis somos ángeles. Los querubines no hacen nunca nada asqueroso, eso es cosa de demonios. Un demonio es la cosa menos cursi que existe. Satán lo será todo, pero nunca será cursi. La mayoría de los santos, sí que lo son, sobre toso San Lucilio Mártir. Las mujeres, aunque no lo parezca, tampoco son cursis, porque la mayoría son demonios. Esto no constituye ningún exabrupto machista, ni mucho menos. Lo satánico e infernal entroniza de manera más fluida en el alma femenina que en la del hombre, y no voy a dar más explicaciones sobre esto por cuestiones de espacio y tiempo, y porque todos los hombres sabemos que tan solo podemos llegar, como mucho, a ser perversos, y porque todas las mujeres saben que cuando quieran pueden negociar con el averno y sus inquilinos con sólo abrir la ventana y elevar una sonrisa envenenada a la luna.
Conclusiones de este memorándum:
1. Los lunes no están hechos para escribir.
2. La inmensa mayoría de ustedes sólo leen basura.
3. Nunca digo "mierda".
4. Soy cursi como también lo son los ángeles y los santos.
5. El demonio no es cursi, como tampoco lo son las mujeres.
6. Hoy, como queda constatado, es lunes.
374. Mantengamos la calma
De los nombres de las cosas se derivan las diversas ecuaciones que diseñan las estelas de los barcos. Los trirremes que surcaban el Mediterráneo, las canoas del Orinoco, los bajeles del Tigris, los champanes del Mekong, sus estelas derivaban hasta esta misma noche de complicados silogismos matemáticos. Pero el último equinoccio ha deshecho el álgebra de los cálculos estelares de la náutica clásica para siempre. Los navegantes, azorados, se hunden en rimeros de astrolabios y sextantes, sonreídos en la noche por constelaciones giradas, cambiantes, objetos de un tiovivo sideral, que aturde embarcaciones y mareas, que disgrega cardúmenes de medusas y calamares, que asola playas e islas desconocidas y remotas.
De los nombres de las cosas también derivan los errores de las plantas, los desplantes animales, la vulgar animalidad del hombre, la humanidad de las rocas, la solidez y dureza de ciertas auroras, las felices amanecidas de los guerreros que no han muerto en la batalla, la belicosidad de tu mirada cuando el placer no alcanzado se derrama en la mentira, la falsedad de la Historia cuando se narra en los espejos convexos del odio, la convexidad de la verdad desnuda cuando deviene en espanto.
De los nombres de las cosas también derivan ocasos primaverales, que destrozan cartografías celestes, lúgubres oquedades en el alma de los niños que no saben pronunciar la palabra soledad, alegrías infundadas en los cuarteles y en las iglesias, sosiegos monacales en la casa de los hombres muy ricos y muy tristes, los olores nauseabundos en las cloacas del pensamiento único y compartido, el batir de las armas en el nuevo renacimiento de la fe múltiple y hostil, la enfermedad terminal del planeta que no termina, la asunción como epifanía de la muerte de Dios que, al final, murió asesinado por nuestras propias manos.
De los nombres de las cosas también deriva la negación de las potencias y poderes del hombre, la entronización de la idolatría en las células germinales del ser humano, la abolición de la música en lo inhóspito de la cárcel del alma, la belleza perpetrada y culpable que aniquila la pureza verdadera de lo simple, la estupidez de hierro de los próceres de goma, de los líderes acneicos, de los sátrapas de salón.
¿Y de mi nombre? ¿Qué surge de mi nombre? De los nombres de los hombres, ¿qué surge? Sé que de mi nombre surgen efluvios de jirafas que miran con descortesía a los detectives de la sabana, bandadas de cuchillos volantes que hieren columnas de humo fabril, miriadas de seminaristas esperanzados bajando por colinas de electrodomésticos varados. También surgen de mi nombre elementos innombrables que determinan conceptos sediciosos, conductas traidoras, modos maléficos, posturas que incitan a lo obsceno del pensamiento, e ideas que hacen quebrar el cristal interno y primordial de la vida de los gatos.
De los nombres de las cosas se deriva la muerte de las cosas que nunca mueren.
6.3.16
373. Truman Capote de grana y oro
Norman, que es nombre de asesino en serie, fue un asesino en serie, de apellido Mitman, nacido en el estado de Delaware que, una vez capturado, fue condenado a la silla eléctrica por haber dado muerte a ciento treinta y seis personas de color. Norman era también de color, algo que creyó le haría parecer como no sospechoso, pues jamás un negro había matado de manera sistemática y seriada a personal de su misma raza, y menos aún en número tan abultado. Mató a un negro cada 71 horas. Si hacen la cuenta, sabrán que Norman estuvo matando ininterrumpidamente 402 días sin que lo trincara la bofia. Al que hizo 403, mientras se tomaba una chikenburguer en el bar de Molloy, en la confluencia de la interestatal 4 con la circunvalación norte de la autopista 40, a la altura de Beerstown, junto al motel Blenda's, en espera de que acabara el turno de cocina Julius Pits, el cocinero negro, para matarlo con un martillo Truckmann A-808, y estando a su lado Ted Postman de paisano, a la sazón sheriff del condado de Brunswick, y también a la sazón Miembro Honorario de la facción Hard Blood del Ku-Klux-Klan, conferencia este, y al observar Ted que Julius salía por la puerta y que Norman también salía inmediatamente tras él, para lo cual levantó su pesado martillo que llevaba envuelto en un estuche de stick de hockey sobre hierba, y golpear accidentalmente el testículo derecho del sheriff, que intentaba alcanzar en ese momento el bote de salsa de arándanos Killman®, la tragedia inherente a la muerte programada de la víctima 137 viró radicalmente a otra tragedia parecida, pero con protagonistas y víctima diferente. La mano derecha de Ted agarró la capucha del anorak de Norman, que giró violentamente golpeando con la funda del stick la base del silloncito giratorio donde había desayunado en espera del cambio de turno de Julius. Antes de que el sheriff abriera la boca y pidiera explicaciones al que le había golpeado sus genitales, la funda de Norman se abrió y cayó al suelo el martillo Truckmann A-808, aún manchado de la sangre quizás de la o las anteriores víctimas. Hubo un momento de parálisis témporo-espacial en el que todas las miradas quedaron focalizadas en la herramienta. Cuando Norman alzó la mirada ya tenía a 1,5 cms. de su boca el cañón de la Sig-Sauer P-226 de Ted. Lo demás ya es historia.
Las conclusiones de este cuento moral son las siguientes:
1. Norman es nombre de asesino en serie, como ya quedó expresado al principio.
2. Delaware es uno de los estados de Estados Unidos.
3. En el bar de Molloy sirven chikenburguers.
4. Julius es nombre de negro.
5. Ted es nombre de sheriff.
Quiero agradecer a la Real Academia de Estudios Jurídicos de Washington D.F., a la Fundación Charles Manson para la Rehabilitación de Asesinos en Serie, a la Logia Republicana de Vermont Locus-2, a La Biblioteca Shultze-Rotschild, a la Congregación Protoanabaptista de la Cienciología de Hollywood, a la Secretaría de Estado para Asuntos Diversos por su colaboración, asesoramiento e impulso intelectual, sin cuya participación y sabios consejos no hubiera sido posible el desarrollo y culminación de este artículo.
372. Romance del aguador y la molinera
Por tanto, vivo sin preguntarme, sin la curiosidad intelectual de saber lo que no me corresponde saber, con el agnosticismo confortable de saber que no saber es saber. Me permito ese confort una vez haber llorado sangre de angustia dura, muy dura en noches de invierno, de corrosivo vértigo auscultando el alba en busca de una respuesta a preguntas imposibles. Seguimos humanizando a Dios y suponiendo humanos sus tropismos, queriendo comunicarnos en una especie de esperanto teológico en el que nivelar alturas, hasta ese extremo llega nuestra gigantesca soberbia. Corfomémonos con delinear derivados dialectos de ese idioma divino muy poco o nada comunicativo, engañémonos con series de sagas mitológicas, con vocablos evocadores de estructuras supraterrenales, hagamos cualquier cosa por superar el pasmo de la incomunicación, no hagamos tampoco de cada suceso un acto teleológico encaminado al definitivo desarrollo de un lenguaje con el Creador. No es prudente devastarnos con la búsqueda de un diálogo divino, cuando hemos construido día a día el gran muro de la duda de su misma existencia.
Vivir con Dios, pero sin Él. No hay misterio dentro del misterio. La rosa seguirá siendo la rosa, aunque la rosa se pregunte por qué es ella la rosa. No hay preguntas fuera de la mente humana. No concedo el valor a la pregunta porque no concedo valor a la respuesta. La rosa no adquiriría un grado superior de perfección si adornara su belleza natural con un halo de preguntas sin respuestas. La perfección a la que el hombre quiere encumbrarse a través de esa curiosidad cósmica que le caracteriza, no es difícil observarla desde el otro lado del espejo, donde una realidad azogada y contraria lo dejaría inmerso en un lodo involutivo y cada vez más alejado de la Verdad que busca. Podemos vivir sin Él, pero su presente ausencia o su presencia ausente debería ser indiferente, porque para todo lo demás lo es.
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