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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



3.7.16

385. El pene azul


          Mientras el fuelle aguante, la cornisa gotee y la animadversión del vasco perdure, podemos estar tranquilos. En volandas los nazarenos en las calles de Sevilla y en galeras los judíos conversores de moneda. Todo un mundo de lascivos muerdebotas en los arrecifes de los barrios chinos de Pekín. Miles de negras enfadadas por su nacencia racial y por su desidia jornalera. Policías estrafalarios en todas las esquinas de la ciudad de Praga. Pero nosotros estamos tranquilos. Tranquilos de verdad. Olores a pólvora mojada, a pólvora cocida, a pólvora mecida en yemas de bambú. Dispendio de fulgores de futilidad efímera en todos los horribles cuadros de Simonetti. Y la guerra que no cesa en los pliegues de la combinación de la Dama Negra. Sufren las cocineras de Palacio y los tuercepuerros tabernarios del Ensanche. Maastricht en el pensamiento y Teherán en el fondo de la tripa. El súcubo veneciano perdido en las calles de un pueblecito de la Provenza. Las apuestas sobre el tapete de sangre, la sangre sobre el campo de golf infinito y las riquezas, todas las riquezas, gestionadas por aquel tío con cara de pato y sus tres sobrinitos con caras de patito. No sabemos nada de lo que realmente importa, sólo que hay que renovar de vez en cuando el material ortoprotésico de los nobles todos y de los aristócratas en su gran mayoría. La plutocracia merece nardos siempre. El pueblo nunca. Los pianos sobre placas de hielo flotantes en busca de semicorcheas díscolas y semifusas muy putas. Las almas, llenas de agujeros, claman a los solsticios, pero no saben qué cosa es un solsticio. Miles de barcos surcan raros mares sin playas ni arrecifes ni peces ni olas, sólo alguna sirena loca de celos. Y la fiebre que arrebata y arrebola, y el aire que no respiramos es el que lleva los pigmentos del orgullo de ser los otros. La capa de ozono fluye por mis venas y todo lo que la tierra empobrece lo enriquece mi sudor. Es un axioma. Lo demás es pura contemplación. Dios, de espaldas, deja hacer y llora lágrimas de acero inoxidable. La potestad es del padre con hijos parricidas e hijas inmolantes. La obviedad es de la madre y de los creadores de artificios literarios. Aun así, estamos tranquilos. Que juzgue el juez lo que haya que juzgar, y que la burguesía siga embalsamando zarigüeyas y mirando alelada las grúas de la Sagrada Familia. Mis amigos y yo vamos en metro a todas partes y en ninguna hemos encontrado el Santo Grial ni tampoco la lambretta de El Enviado. El odio que sentimos, hemos de confesarlo, surge en los ámbitos artísticos más insospechados, en los ambientes más mucilaginosos de la bohemia arrabalera de ciudades como Turín, Cartagena de Indias o Kioto. Mis hijos luchan en fronteras extrajeras y me escriben auténticas barbaridades que me da grima transcribir. Ya soy viejo, pero sigo con ganas de asesinar algo. Aunque sea un poco. Tengo verde los ojos, los hombros y los pies. Tengo liquen en la boca, en el corazón y en el sexo. Y me exprimen limones las tribus que me rodean, las que me son afines. Me regalan litros y litros de limonada, seguramente envenenada, para ver cómo cambio de aspecto con la muerte. Las catedrales, según creo, aún perdurarán muchos siglos más. Pero estamos tranquilos. Muy tranquilos.

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