No concibo o no admito el hecho visceral. No me adapto a la existencia de, por ejemplo, los intestinos. La vida se me hace insoportable sabiendo que si voy a Misa, mis asaduras vienen conmigo, me acompañan. Besar a Maribel es besar el comienzo de su tubo digestivo, sus labios han sorbido el caracol, chupado la cabeza de la gamba, acogido la molleja, ¿cómo deleitarme ante ese antro aduanero de tránsito alimentario? Somos sacos de materia fecal, recintos de explosiones glandulares, cuevas de sebo en constante erupción, bolsas de jugos y materia grumosa, un auténtico infierno informe de reacciones químicas altamente asquerosas. La piel delimita ese maremágnum legamoso del exterior, nos aísla de la podredumbre interna de los otros cuerpos, que viven tan ricamente sin conciencia alguna de las decenas de kilos de pestilencia embutida que arrastran a diario por parques y alamedas. Somos continentes inconscientes del contenido, menos yo, que vivo atrofiado de asco perpetuo sabiéndome contenedor de heces sin fin, de borborigmos informes, de procesos metabólicos repulsivos que resuenan en las oquedades y cloacas de mi abdomen globuloso y mefítico, sabiéndome generador de gases mortecinos, de ruidos escandalosos, de sensaciones peristálticas de una obscenidad fluctuante, grosera, aparatosa e infinita. Lo circulatorio se admite, lo neural se acepta con cierta elegancia, lo respiratorio se aprueba sin prejuicio, pero lo digestivo, ¡por Dios!, lo digestivo es la parte demoníaca de la Creación. De las encías al esfínter anal, todo ese infernal recorrido es un cuadro de El Bosco, es el trayecto abyecto del Maléfico. La vida pierde toda su belleza ante el paquete intestinal expuesto al aire, por muy de mi muy amada Maribel que este paquete intestinal sea. No hay belleza en la casquería portátil que estamos condenados a transportar de por vida. Hasta la más exquisita de las lujurias retrocede ante el hecho visceral. Físicamente amamos, por tanto, la superficie, sólo la superficie, por más que invoquemos al corazón como motor de eso que llamamos amor y que sólo puede alcanzar la epidermis y ciertos recovecos mucosos (¡Ay, Maribel, Maribel...!). El corazón de mi amada, su presencia en la palma de mi mano, aún latiendo con espasmos espumosos, estertores últimos de su existencia, me puede llegar a asquear tanto como si fuera el corazón del más feo de los aborígenes de la Micronesia. A veces sueño con un mundo en el que todos los seres que lo habitan son sistemas digestivos exentos, sólo sistemas digestivos que deambulan, que se comunican y desarrollan, paquetes más o menos voluminosos de intestinos y vísceras adyacentes que interaccionan a través de los sonidos propios de su naturaleza: ventosidades, eructos, sonidos cólicos. Esta pesadilla recurrente inflama la angustia que me atenaza y me empuja a ese estado de inanición al que hace meses que me someto. He dejado de comer, tan sólo mojo mis labios con suero, Maribel quiere que ingrese no sé dónde ni para qué, sólo sé que voy a acabar con mi enemigo, sometiéndole a un pertinaz asedio, sé que al final acabará huyendo, recogerá los metros incontables de tripas, las asquerosas asaduras y se irá de mi cuerpo. Ese día podré empezar una nueva vida, me haré taxidermista y vaciaré completamente la barriguita de Maribel.
+
FUMPAMNUSSES!
¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.
¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario