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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



9.7.16

387. Operación "Paella"


          B. Burton (B.B.) era un enciclopedista canario de origen irlandés, que durante las Guerras Túnicas se forró literalmente con las cintas de las capas estudiantiles de los tunos muertos en los campos de batalla. Envuelto tal que una momia con las multicolores bandas y escarapelas y con varias desvencijadas bandurrias a la espalda se presentó en la ciudad portuaria de Masdam con el fin de hablar con el jefe de los enciclopedistas de la ciudad, el temido y temible Onésimo Ochram (O.O.). Burton, de nombre Bartholomew, era adicto y relapso, a veces era túrbido y sólo en alguna ocasión fue diabético tipo II. En Masdam fue recibido con dardos de insulina por el Coro de Enfermeros Enciclopedistas del Hospital de San Opas, que agasajan mucho y bien a los forasteros de mirada curvada y andares taciturnos. Solicitada la cita con el Maestre Ochram, Burton se hospedó en la Fonda Máxima, propiedad de Max Merton (M.M.), organista y sochantre del Coro de Niños Bautismales de la catedral. En la oscura y lúgubre habitación, el enciclopedista canario compuso en quintillas unas octavillas que serían debidamente distribuidas durante la misa de doce por medio de su lanzamiento a través del ventanuco del atrio lateral que enfrenta a la arquivolta posterior de la capilla esquinada de San Serapio Scrotto (S.S.S.). Este pequeño acto subversivo le abriría definitivamente las puertas del palacio del Maestre Onésimo, casi con total seguridad, muy entusiasta éste del modus operandi anarquista y de la propaganda libertaria en general, cosas ambas (sendas cosas) que le hacían al Maestre recordar sus años mozos en la Masonería de Merceros Holandeses. Esa noche durmió Burton como nutria mancillada, con sueños almibarados y leves como quistes de doncella pastelera. Al despertar gustó de los espléndidos bollos de unto de foca que la camarera Hürda Hiss (H.H.) le sirvió con el café de colodrillo. Cuando tiró de la manigueta de campanillas de la puerta del palacio de Ochram, él mismo la abrió, le recibió y lo hizo pasar (nada que ver, pero admiren en la última frase la perfecta utilización de los pronombres la, le, lo, sin laísmo, leísmo ni loísmo alguno), lo hizo pasar, decía, pero con el serio rostro que siempre han adoptado los enciclopedistas de Masdam, cuando llaman a su puerta los enciclopedistas canarios. Burton se quita una cinta bordalesa de tintes anaranjados y se la ofrece a Ochram. Posteriormente le administra un rotundo bandurriazo en la zona temporal izquierda que hace que el enciclopedista masdamés dé con sus huesos en el suelo y pierda el conocimiento. Con otra bandurria, tañida con sin par denuedo y curiosa desenvoltura, le canta al contusionado Maestre, Clavelitos en versión atonal y en acordes de novena natural. Deja entonces una de las octavillas en su boca enrollada como canutillo de canela y se vuelve al ventanuco del atrio de la catedral donde vuelve a lanzar el resto de las octavillas que caen justito al lado de la capilla del bueno de San Serapio Scrotto. Las beatitas, que postraditas rezan cerca de la imagen, recogen los papelitos que vuelan y los leen con fervorosa delectación y con un poquito también de fruición. Tras la lectura, las viejitas se quedan como iguanas ahítas de babosas. La obra (el objetivo) de Burton, por tanto, se ha realizado. Su cometido ha sido ultimado y él se halla satisfecho y de orgullo henchido. Recoge sus pobres pertenencias en la fonda de Max, paga el alojamiento y pellizca la nalga superior de Hürda. Burton se va de Masdam. Entre los blancos y picudos álamos se ve la silueta cintada y multicolor del canario enciclopedista. Una bandurria solitaria le cuelga del hombro izquierdo. Una nube con forma de cangreja borra un sector circular del poniente sol. Unos pájaros indefinidos, ¿abubillas?, ¿melitopes? surcan el horizonte cambiante que tornasola las lindes del bosque. Un aullar anuncia y delimita sonoramente la llegada de la noche, y una alimaña carroñera, oscura como un tuno, hace el amor a la mujer más bella del mundo.

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