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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



8.7.16

386. Sólidos levemente gaseosos


          Sigfrido Benaluza es un personaje inventado por Thelma Hoffman, escritora judía de origen húngaro que, a la sazón, tampoco existe, qué más quisiera ella. La creación de la escritora es mía, del autor de estas líneas, pero la invención de Sigfrido no es mía, es de Thelma. Yo sé que es algo de muy difícil comprensión, de muy arduo entendimiento, pero así es. Lo más curioso de todo ello (de todo esto) es que (no se lo van a creer ustedes) yo tampoco existo (lo juro), yo soy (hay pruebas) un personaje de un escritor sexagenario oriundo de México DF, aún no publicado, un personaje efímero, un simple ejercicio nominal de escasas características vitales que no ocupa si acaso media cuartilla, nada de ser el protagonista de una novelita o de un cuento, sino mero paisaje/paisano inoperante en un juego literario de prejubilado aburrido. A veces pienso en mi creador mexicano y me parece percibir su aura delicuescente entre la ya de por sí delicuescente atmósfera de la ciudad de México, y me parece sentir un algo de irrealidad en su mirada y mucho más en su silueta. Voy, por tanto, creyendo cada vez más en su inexistencia. No es algo que me angustie de manera especial (ya me voy acostumbrado a una vida de inexistencias concatenadas), pero me inquieta a veces el fantasmal decurso de esto que me sucede y que no tengo más opción que denominar vida: mi vida; no encuentro otra palabra para ello (para esto). Mi padre literario, mi creador mexicano (no lo he dicho) se llama Octavio Rulfo (nombre imposible), aunque firma sus escritos como Juan Paz (seudónimo más imposible aún). Sólo su mujer (a la que nunca he visto —a lo peor no hay tal mujer—) y su amigo Cuauhtémoc (de existencia más que dudosa) han leído sus trabajos. Por tanto y por ello (por esto) me siento pivote o eje inexistente de un mundo ciertamente imaginario. Soy una mota más o menos colorida de una irrealidad luminosa, fantaseada por seres a su vez imaginarios de una actividad ideadora sin fin, hacedores de historias broncas o sutiles, pero de trabazón infinita, seres que ejecutan y ejecutan una labor eterna encaminada a la nada. Autores y actores, creadores de entes creadores en un mundo especular e infinito. Volviendo al principio, Sigfrido no me cree, él piensa que es un ser humano real, con vida y libertad y pensamiento propios. Thelma piensa como él, pero es más romántica y (ya se sabe), los románticos siempre tienen alguna escondida puerta abierta. Octavio (Juan) se decanta más hacia mis presupuestos, aunque tiene que luchar con la fuerte oposición de Cuauhtémoc, más anclado y enraizado en conceptos telúricos y raciales. A veces pienso, como personaje de cuento que soy, que nazco de alguien y que me paseo por otros muchos alguien, me convenzo que hay un autor y un lector (muchos lectores) y que mi existencia se enriquece y se diversifica en la mente de cada nuevo lector. Pero en otros momentos, me siento, como ya he expresado, el diente de un engranaje eterno, irreal, un elemento más de una ensoñación, de una serie de elementos narrativos interconectados, en donde todos somos meros pensamientos, pero pensamientos ¿de quién? Quizás de Dios, que es otro personaje muy querido y muy socorrido, y que nos sostiene algunas veces cuando más sentimos el vértigo de la nada, la náusea de la muerte cercana, cuando nos vestimos con los lutos de la tristeza, que no son otros que los adornos con los que ornamos al personaje que nos toca representar en esa parte de la obra, cuyo autor, cada día, creo más que existe tanto como existo yo. Así es.

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