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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



14.10.16

389. The urine leakage of Hilary Clinton (Las pérdidas de orina de Hilaria Clinton)


          Se me agota la tinta del alma. Perdura la sangre, también la lágrima puede brotar y la saliva enjugar las palabras que salen de mi boca. Pero la tinta del alma se reduce inexorablemente. Se me diluye toda en una blanca acuarela cada vez más sucinta, cada vez más ingrávida, como la gasa fugaz de un sueño remoto. Porque el alma envejece, porque somos ella y con ella nos morimos un poco cada día. La vida de las palabras, el verbo de Dios, los signos inmanentes de lo que somos, los símbolos de la muerte, que es vida, y los símbolos de la vida que son la sabia de la locura que nos nutre y atenaza. Y el alma escribe con la tinta indeleble que los hombres inventamos. Los verbos del alma crepitan como átomos y suscriben palabras que son metáforas sin dueño, libres y absurdas en sí mismas, pero cargadas con el símbolo cuando se unen y comulgan y adquieren la fuerza inherente que la unión otorga. Los pocos años hacen que la tinta burbujee y expanda filigranas multiformes por doquier, haciendo del microcosmos donde vivimos un enjambre de lógicas diversas y lenguajes encontrados. Los muchos años, entonces, reducen la dispersión, centran el objetivo y desbrozan el mundo de palabras infinitas para quedarse con las tres o cuatro que conforman la médula de la vida. Es escasa la tinta almacenada ya a mis años, la pensaba indeleble, espesa, concentrada, acendrada y compacta, pero no es así. En franca dilución, se evapora y atomiza en una bruma de pequeñas palabras que de libres apenas se notan en el ámbito de este alma en decadencia. Quisiera nombrar y apuntar el nombre de todo lo que nunca lo tuvo, quisiera describir con las pocas palabras que le quedan a mi alma, con palabras nuevas el olor de las gaviotas cuando aprenden a aprehender el concepto de que el vuelo no se emprende, la palabra que defina el color de un iris devastado por el furor luminoso de la belleza inesperada, la palabra que designe la pasión enajenada de un viejo frente a frente con la vida cumplida a sus espaldas, el vocablo aleve que enturbie la barbarie y delimite el oprobio, el adjetivo que exprese y exponga la sinrazón de los sueños olvidados, el verbo definitivo que amalgame los dispersos conceptos de lo sentido, de lo vivido y de lo imaginado.

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