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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



6.3.16

372. Romance del aguador y la molinera


          Si yo me preguntase por la disposición de mi sistema de pensamiento, ahora mismo, no sabría qué responder. Si me lo preguntase cualquier otra persona, tampoco sabría. Pero si me lo preguntase el Sumo Hacedor, sí le respondería, porque sí sabría la respuesta. Siempre es función del emisor el diseño de la respuesta, por esta razón, siendo Dios el emisor, no cabe más que una respuesta concreta, sabia y veraz, dado que Él no podría, en su función de divino emisor, diseñar algo cuya consecuencia directa no estuviera a la altura de su diseño (o designio). Pero Dios, ¿pregunta alguna vez? ¿Ha sentido alguno de nosotros la pregunta de Dios? He ahí el problema, si es que es tal. Dios no pregunta, es otra de sus prerrogativas, aunque el beneficio que obtiene de su negación (o negativa) a preguntar se nos hace, una vez más incomprensible. Pregunto a mi Dios cada vez menos, no sé si por acostumbramiento a su falta de respuestas o al incremento en la madurez de mi pensamiento, que cada vez necesita menos cuestionarse el mundo y más explorar atónito los senderos del alma. Ya no busco respuestas a las preguntas que me hice (que le hice), ya no me importan, nada me beneficiarían, fueran de una naturaleza o de la contraria.
          Por tanto, vivo sin preguntarme, sin la curiosidad intelectual de saber lo que no me corresponde saber, con el agnosticismo confortable de saber que no saber es saber. Me permito ese confort una vez haber llorado sangre de angustia dura, muy dura en noches de invierno, de corrosivo vértigo auscultando el alba en busca de una respuesta a preguntas imposibles. Seguimos humanizando a Dios y suponiendo humanos sus tropismos, queriendo comunicarnos en una especie de esperanto teológico en el que nivelar alturas, hasta ese extremo llega nuestra gigantesca soberbia. Corfomémonos con delinear derivados dialectos de ese idioma divino muy poco o nada comunicativo, engañémonos con series de sagas mitológicas, con vocablos evocadores de estructuras supraterrenales, hagamos cualquier cosa por superar el pasmo de la incomunicación, no hagamos tampoco de cada suceso un acto teleológico encaminado al definitivo desarrollo de un lenguaje con el Creador. No es prudente devastarnos con la búsqueda de un diálogo divino, cuando hemos construido día a día el gran muro de la duda de su misma existencia. 
          Vivir con Dios, pero sin Él. No hay misterio dentro del misterio. La rosa seguirá siendo la rosa, aunque la rosa se pregunte por qué es ella la rosa. No hay preguntas fuera de la mente humana. No concedo el valor a la pregunta porque no concedo valor a la respuesta. La rosa no adquiriría un grado superior de perfección si adornara su belleza natural con un halo de preguntas sin respuestas. La perfección a la que el hombre quiere encumbrarse a través de esa curiosidad cósmica que le caracteriza, no es difícil observarla desde el otro lado del espejo, donde una realidad azogada y contraria lo dejaría inmerso en un lodo involutivo y cada vez más alejado de la Verdad que busca. Podemos vivir sin Él, pero su presente ausencia o su presencia ausente debería ser indiferente, porque para todo lo demás lo es.

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