El color azul desaparecerá del espectro y será sustituido por un aroma que lo evoque.
Al sol le saldrán finos flagelos que alcanzarán la superficie de la Tierra y dibujarán en los bosques intrincados mapas de cenizas.
Todos los ríos del planeta regresarán a sus fuentes de origen y sus lechos lo llenará la ingente materia herrumbrosa de las siderurgias.
La belleza de los insectos desaparecerá en favor del horror en las fisuras del mármol.
Como maná de plomo lento lloverán grumos de lava gris sobre las cancillerías y palacios.
Las niñas del mundo comunicarán sus secretos a los árboles, en voz baja, casi susurrada.
Los mundos paralelos se harán realidad con la brusquedad propia de lo inaudito.
El mar, todos los mares, regurgitarán los barcos que sus olas devoraron, y los marinos ahogados arribarán a tierra firme con los sueños de liquen adheridos en las cuencas de los ojos.
Estos nueve hechos acontecerán el día del Fin del Mundo. Al finalizar ese día, Dios recitará este poema:
Es lo que aborrece bajo la piel,
bajo tu piel,
lo que enamora al instante.
Es el tacto imaginado,
es tu realidad que rechazo,
es el árbol que sospecho,
es el lecho de tu sangre,
de tu savia.
Son los nudos azules de tus venas,
es el más allá de la frontera lo que acoge,
lo que aturde
y lo que engaña,
es tu innegable piel que me dispone a aventuras de caníbal inocente.
Posteriormente los ángeles nos encaminarán a todos hacia el Infierno. El Juicio Final y el Cielo siempre fueron una patraña.
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