Guardo papeles con notas, ideas, frases o párrafos de diversa procedencia: pósits, trozos de impresos, servilletas de papel… los dejo sobre la mesa de trabajo cuando llego a casa; al tiempo las sujeto con una pinza de metal, y al tiempo los leo para que sirvan de base para algún suelto, para algún artículo o para algún divertimento literario de los que me nutro en mis ratos de onanismo artístico. En una copia de receta médica, muy doblada, leo la siguiente fórmula:
“FRUSTRACIÓN + INDIGNACIÓN + CULPA + MIEDO + VERGÜENZA + ASCO = MI VIDA”
No recuerdo el momento en el que vino a mí este rapto de metafísica aritmética, pero es indudable que no describe exactamente lo que entendemos por un buen día. No pienso justificar la verdad de la fórmula, no pienso hacer la refutación necesaria (¿necesaria?), sólo acepto su presencia en el tiempo. Así fue: el producto de un tiempo de mi vida se resumió en esa ecuación. Comprendo que mi vida está compuesta de más sumandos, pero cuando formulé aquellos, los hipotéticos sumandos restantes serían algo ínfimo, inapreciable, algo que no influiría en el resultado final. Y es que las seis abstracciones que forman la primera parte de la fórmula tienen, es verdad, un peso específico muy importante en mi vida. Un hombre frustrado, indignado, culpable, cobarde, avergonzado y asqueado no sería un estereotipo muy alejado de la realidad si quisiera esbozar en lienzo lo que aprecio frente al espejo. Ese día el retrato presentaría signos de un nítido hiperrealismo; quizás otro día los rasgos estuvieran más difuminados, en una especie de puntillismo brumoso, desradicalizados; en otra época, el trazo sería más empastado, con definiciones imprecisas, en un estilo de un expresionismo primitivo; y, por supuesto, en muchas otras situaciones vitales, las líneas maestras del retrato serían una madeja inasumible de geometrías, manchas y colores: un Pollock siempre inacabado. Es así que acepto la fórmula con esos seis colores primarios, seis rasgos muy importantes en mi paleta existencial, pero también acepto su dinamismo, sus cambios de posición o disposición, para dejar paso a otros elementos no tan dramáticos, e incluso, a veces, con un cierto contenido esperanzador y positivo. Nada nuevo, nada que no le pase a cualquier mortal, todos somos la suma de cosas, miles de cosas, y en algún lugar de nuestra mente dejamos translucir un indicador de intensidad emocional, que nos define a cada uno en nuestro temperamento, en nuestro carácter y en nuestra personalidad. Descubrir la fórmula vital, la ecuación que nos define es el camino a seguir, el conocimiento de uno mismo, la inveterada opción cultural y ética que han preconizado todas las civilizaciones. Definirnos como primer paso para el conocimiento del mundo, formularnos para formular el universo. Para ello se pueden utilizar los instrumentos que las ciencias positivas han puesto a nuestro alcance, e incluso se pueden utilizar los oscuros procedimientos de las ciencias ocultas o los blancos rituales que ponen a nuestro alcance la Religión y por supuesto el Arte. El descubrimiento de nuestra ecuación existencial no nos va a acercar a Dios, esa entelequia tan publicitada es el mayor de los absurdos. Pero hay algo que podemos hacer: investigar y cambiar los términos de la igualdad, mediante los procedimientos que estén a nuestro alcance y mediante los que no siendo los habituales, nos sirvan a nosotros para tal fin. La ironía (a veces el humor más desordenado) es la que a veces utilizo para distanciarme de la infame matemática que reina largos períodos en mi lado oscuro. La idea, y sirva como ejemplo, sería encontrar algún día en el bolsillo interior de mi macferlán el tique de una tintorería en cuyo anverso encontrara escrito lo siguiente:
“ÉXTASIS + SOSIEGO + AMOR + CORAJE + TALENTO + BELLEZA = MI VIDA”
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