Debo saber todo lo que pueda del asunto, de ese y de cualquier otro, debo saberlo todo sobre todo, debo conocer todo lo oscuro y todo lo que no lo es. Debo escarbar en todo aquello que me otorgue conocimiento, información, sabiduría, todo aquello que me coloque en una posición de supremacía sobre los demás. Desde lo infinitamente pequeño a lo inconmensurablemente grande. Debo saberlo todo y saberlos a todos. El conocimiento de mí mismo será secundario, es más, quiero conocer todo a partir de la frontera que supone mi piel. Será una absorción epistemológica de carácter centrípeto, mi piel no sólo como frontera, sino también desempeñando una función de membrana osmótica, que sólo permitirá el paso de lo exterior a lo interior, de fuera a dentro, del macrocosmos evidente y real, al microcosmos misterioso e irreal de mi mente. Desdeñando mi interior, acaparar la totalidad del universo menos esa molécula efímera e inoperante que soy yo. Comprender la vida sin comprenderme a mí mismo. Comprender todos los procesos, todos los sistemas, saber el funcionamiento de la vida, a cambio del desconocimiento de mí mismo. Este conocimiento de lo absoluto, de lo absolutamente externo, me proporcionará el poder, el máximo poder, que es el que se obtiene de la conformación y obtención (de la absoluta posesión) de un sistema ordenado de datos exhaustivos de todos y cada uno de los elementos que me rodean. Para que esto se realice, he de ser el único que ejecute la acción, el único que planee, diseñe, protocolice e implemente el proyecto, paso a paso. Por tanto son tres los elementos a abolir para la feliz conclusión del programa: matar a todo aquel que haya pensado algo similar (el poseer todo no concede asiento de copiloto ni tripulación); matar todo aquello que pueda interferir con el desarrollo del plan (es por ello fundamental mi muerte, ya que entorpecería con miserables servidumbres la consecución del proyecto); y, por supuesto, matar a Dios (es fundamento nuclear que los hijos maten al padre para que la vida se desarrolle con la crueldad propia del progreso natural). Una vez cumplidas estas tres premisas esenciales todo se desarrollará a través del algoritmo previsto.
La discusión sobre cómo se hacen las torrijas. Por dónde nacen los niños. (H)ostia va con hache o sin hache. La masturbación es pecado venial o mortal. Cuántas moscas ha habido o cuántas moscas han habido. Linneo no tuvo tiempo para tanto. Si se hacen muchos crucigramas es que se realizan muy pocos coitos. Los calvos han sido el grupo poblacional que más fusilamientos ha recibido a lo largo de la Historia. No se distingue fácilmente un ciruelo de un majuelo salvaje. Josephine Baker era un hombre, y además caucásico. El arcipreste de Hita no era de Hita, sino de Palamós. No se sabe quién fue el antecesor de Eddy Mumford, el negro que cuidaba las cuadras de Mr. Ellison durante la primavera de 1928 en su finca de Connecticut. El caldillo de caracoles estaba mucho más rico hace unos años. El plástico se introdujo en la comarca de Carmona alrededor de 1962. La leche de vaca produce pensamientos lésbicos en quien no la prueba. Las niñas se hacen más voraces a medida que suplen los sándwiches de mortadela por el bocadillo de filetes de caballa. Néstor era o no era hijo de Nereo y Cloris. Kiko Ledgard tuvo algo con Emilio José. Las modistas, cuando se hacen mayores, se lavan poco y mal, y sus carnes se vuelven crepitosas y acidulantes. “Burman”, en alemán, significa lo que en holandés significa “alemán”. La copla, en sí, es metafísica aplicada a la peina. Las ligas de color azul son propias de meretrices, las de color café con leche son propias de meretrices a las que no les gusta el color azul y les gusta más el tono café con leche, en cualquier caso a la meretrices no les gusta el café con leche, y sólo soportan el mar azul cuando van acompañadas de sus chulos ciegos.
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