Érase una mariposa andina que volaba por una hermosa floresta, cuando una mosca tigre, perversa de corazón y de pensamientos oblicuos (porque así es su naturaleza, como la del escorpión de la copla) la sedujo con malas artes (no existen artes buenas, es un bulo que sólo beneficia a los papas y a los gitanos) y la llevó a la pequeña oquedad del chusque donde habitaba (el chusque es una hierba recia como un arbusto que es característica del bosque andino de la altiplanicie). Una vez allí, la mosca tigre le contó a la mariposilla un cuento, que es el que sigue: Érase una peruana chiquita que vendía bombines en el mercado de Tarapoto. Un día conoció a un bengalí alto como una espingarda y rico como el sátrapa Juan. Se enamoraron al instante y marcharon juntos a la India, para que la peruanita conociera a su mamá política y a sus cuñadas y demás miembros de la familia del bengalí. Nada más llegar, la vendedora de bombines fue atacada por un búrgaro, serpiente cuyo veneno es dieciséis veces más potente que el de la cobra real. Ésta, a la sazón, es dieciséis veces más hermosa que el búrgaro, que se parece mucho al excremento del manatí adulto. La chica, claro está, murió a los dieciséis segundos y fue incinerada siguiendo el rito banashi, mucho más vistoso (también más caro) que el rito angathana, más parco y modesto. El pobre bengalí quedó desconsolado. Su prima Veena, que lo quería apasionadamente lo consoló a base de ungüentos, infusiones sosegadoras y mucho sexo tántrico, hasta que en el placer del sublime consuelo, la prima le narró el siguiente cuento: Diez miembros de la Gestapo, escogidos entre la élite de la organización, fueron enviados en octubre de 1943 a Pontevedra, al noroeste de la península Ibérica, por equivocación. Una vez allí, desplegaron sus actividades en busca de mensajes cifrados provenientes del enemigo por rías, riscos, bosques y pazos. Sólo hallaron unos restos celtas y algunos fósiles de trilobites poco evolucionados. De los diez espías, dos murieron de un hartazgo de ostras y los otros ocho, también. El triste bengalí, ya algo más reconfortado y repuesto tras el consuelo de su prima, regresó al Perú para hacerse cargo del negocio de bombines de su esposa muerta en Tarapoto (ella no murió en Taratopo, murio en Navadwip a 125 km. de Calcuta, en Taratopo es donde vendía los bombines), negocio que el hindú traspasó por dieciséis mil soles (110.435 rupias indias) a un holding sombrerero del Cono Sur. La mosca tigre, tras finalizar su cuento, devoró a la mariposa con calma y delectación, para posteriormente ir a descansar al puerto, donde encontró una hermosa manta de viaje, en uno de cuyos pliegues durmió un número indeterminado de horas. Cuando despertó, observó el camarote y a un triste y alto caballero que sentado en el camastro miraba sin ver el suelo, con esa mirada ausente del desposeído. Ya en la India, la mosca tigre adaptó con prontitud las costumbres de su nuevo país y fue todo lo feliz que se puede ser en el corto tiempo de vida del que dispone la mosca tigre.
P.D El caballero hindú se llamaba Naisha Tagore y era nieto del insigne poeta y Premio Nobel bengalí.
P.D El caballero hindú se llamaba Naisha Tagore y era nieto del insigne poeta y Premio Nobel bengalí.
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