Quisiera disculparme. Algo dentro de mí me obliga a hacerme perdonar por casi todas las entradas de este invisible blog. Pero ocurre que si me disculpo, me traiciono. Verán ustedes: Las primeras entradas cumplían a rajatabla la premisa fundacional, que no era otra que dar paso a un tipo de literatura automática, a una escritura sin tamizar, la más libre posible, sin trabas ni complejos, que surgiera directa, veloz y sin prejuicios. Y así fue al comienzo. Pero a medida que pasaron los meses (los años ya, quién lo diría) empezaron a acudir ideas que esperaban su turno, pensamientos más elaborados que progresivamente se hacían más enjundiosos; igualmente, aparecía un humor más trabajado, a veces, incluso glosaba acontecimientos reales, describía sujetos de mi entorno, hasta había incursiones en la poesía (desechando la lírica esquizoide de los comienzos). Es por todo ello por lo que debo una disculpa (a mí mismo, claro está, porque lectores tengo uno, quizá dos, no más, y creo que les importa muy poco mi ética bloguera). Pero yo me entiendo. Me hago perdonar escribiendo en otro estilo y en otros ámbitos y "para otro público". Porque para escribir, aunque no te lea ni Dios (que está para y en otras cosas) uno debe actuar como si fuera un escritor consumado, amando y respetando a tus hipotéticos lectores, odiando a tus críticos, discutiendo con tu agente y con los editores (aún más hipotéticos) y acudiendo en tu imaginación a las librerías a ver dónde se le ha ocurrido al distribuidor o al librero colocar la pila de volúmenes de tu última obra maestra. El resumen está claro: de traición en traición, gracias a este blog he evolucionado (o he involucionado) tanto literaria como humanamente, lo que no es ni bueno ni malo. Las revistas literarias no se han dado por enteradas y mi club de fans enmudece como siempre. Además, como he dicho, he diversificado en las redes mis otras aficiones: he creado un sardónico obituario que me traerá muy malas consecuencias cuando los tontos detenten el poder y se pongan a fusilar a diestro y a siniestro (bueno, solo a diestro) (¿Veis? Un chiste fácil que jamás hubiera salido de mi pluma hace unos pocos años. Me estoy haciendo viejo muy rápidamente). Con un programita informático infantil hago maravillosos cuadros de abstracción pura o expresionismo radical. Y para traca final, elaboro enjundiosos artículos de opinión de contenido social sobre temas de candente actualidad (another common place / outre place commun). En fin que tras este proceso de aburguesamiento literario ya estoy hecho un hombrecito y cada vez me cuesta más encontrar a aquel sujeto extraño que podía escribir cosas como:
"Arturita, hija, dispón el pomo de la puerta a 32º latitud norte y 68º longitud oeste. Para tal menester, Arturita, coge el astrolabio como yo te enseñé, con las nalgas enguantadas, así".
"¡Ay!, pobre Rubén, que se quemó las manitas con el agua de cocer nabos un Martes Santo de Carnaval".
"La Puri me enseña cuando puede lo que puede y yo miro lo que la Puri me enseña cuando puede enseñarme lo que ella puede".
"La arquivolta de la entrada al claustro, diseñada con torpeza y crueldad inauditas, hacía que los monjes, cuya estatura fuese superior a 147 centímetros (4,8 pies), se golpearan la testa encapuchada muy numerosas veces a la entrada y a la salida (del claustro)".
"La pila no la inventó Volta, la inventó su madre en un rapto de furor histeriforme en el laboratorio de su hijo. Se llamaba Pilar y era de Tarazona".
"La palabra buque es una de las más tontas de las que empiezan por b".
"Tras comer en un chino, la Srta. Tillson y su novio, el Srto. Simeón, se fueron a comer a un italiano de Benton Street".
"La muerte no es negra como dicen, es amarilla como el batir de las alas de los ángeles de la lepra, o como el fulgor en la mirada de los diablos que provocan el mal de Venturi".
"Los sordos son más en zonas rurales, pero sufren menos que los sordos urbanitas, que son menos, pero sufren más".
"Las orquídeas huelen mal, o al menos eso dicen las anémonas de Río".
¿Me comprenden?
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