El trueno rompe y tañe la espalda del cielo, que alumbra grises de muerte.
El buitre salva su nido de la voracidad de la serpiente.
El agua, en sórdidos rumores, precipita en fangos de jungla móvil.
Todo se mueve, todo vibra, todo nace y todo muere.
Todo deriva en un instante de emoción natural y mágica.
El verde pánico de la selva abruma de terrores panales y hormigueros.
El bisel del aire enmudece y corta aromas de lombrices recónditas, simientes telúricas de vida subterránea, vida vermiforme que somete silencios y sosiega las raíces.
Y el tigre que no cesa.
Y el lince que otea.
Y el caimán que abraza el manglar.
Y la mamba que acecha con su glauca molicie.
Y la espita abierta del mefítico pantano.
Y llueve, llueve con la entereza universal de la furia, con la zarpa abrupta de la ira natural.
La tierra ennegrece de tanto gris.
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