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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



23.6.13

300. Wilco


Una mirada de inocencia infinita.
El calor tibio de una vida superior e inerme a la vez.
Ves, sientes y notas cómo te atrapa un sentimiento que nunca acierta a componer una entrega necesaria.
Lo acaricias, rascas su pecho tierno con deleite, su lomo crespo, su frente ondulada, sus lacias  orejas.
Lo miras y te mira, sus pupilas expectantes, las tuyas absortas en la duda continua.
Su silencio marca las horas, las horas marcan sus pasos, que ya no señalan la cercana aurora.
Su alma pequeña.
El enorme peso de su alma, que nos ha hecho más tristes y más amados.
Sigue su lengua inquieta besando mi mejilla, la humedad de su hocico en la palma de mi mano.
Y sus ojillos negros han quedado embalsamados en alguna parte buena de mi cerebro.
Para siempre.
Ha atravesado dos vidas hiriéndolas de ternuras inolvidables y de un acre dolor imperecedero.
Tan juntas su vida y su muerte, tan cosidas la una a la otra...
Nuestras vidas se impregnaron de su corto y cálido aliento, del amor futuro que no tuvo tiempo de ofrecernos.
En un ínfimo punto se centró toda la crueldad del cosmos para llevarse esa pequeña vida de canela remansada.
Dios sabrá el por qué.
Yo, ya no le haré más preguntas.

5.6.13

299. La honda esperanza (borrador)


          La gastronomía no es la ciencia adecuada, ni la frenología lo es, y si me apuran, tampoco la topografía lo sería. Con la electrobotánica y la calistenia holística ya nos vamos acercando algo más a lo esencial de lo que hoy nos reúne. Las feligresías de la ciencia son, como ya saben, muy proclives a la diáspora y a la, ¿cómo lo diría?, a la disipación momentánea de lo absoluto en pos de estelas de cometas que las desintegren todavía más, si es que ello fuera posible. Tenemos, pues, un supuesto, ¿qué supuesto? No lo sé. Hace demasiado frío para pensar y demasiado calor para escribir. Los días vuelan, Marcelo, el tiempo fluye en caída libre o cae precipitadamente en un libre fluir; el tiempo más que pasar parece que huye a la desesperada o desespera en su constante huir. Será por ello por lo que las personas que conozco y las que intuyo y las que ni siquiera sospecho de su existencia renuevan su osadía, su ira irreverente hacía mí y hacia ellos mismos. Que sí, Marcelo, que todos no sentimos odiados, porque odiamos todos los días, y para el odio imperecedero, la práctica diaria es fundamental. Seremos un montoncito de polvo cuando muramos, pero polvo enajenado. Amaremos, acabaremos amando nuestros odios como amamos los tesoros inmaculados que guardamos en el alma. Porque para odiar hay que tener alma, igual que para amar hay que tener conciencia. El enemigo nunca nos podrá faltar porque lo detentamos en primera persona. Somos el capitán de la banda de malhechores que nos acechan en las estribaciones de cada pensamiento, de cada vuelta de tuerca en que hemos convertido estos días soleados de primavera eterna o de terebrante invierno. Te noto asombrado con mis palabras, Marcelo. No pienses demasiado en ellas, como tampoco lo deberías hacer con el mucílago de letra impresa que la canalla progresista y la fatua reacción vuelcan en tu portafolios. Hazme caso y abandona a los electromensajeros del averno herziano o catódico, a las infusas brujas cibernéticas e incluso a tu profeta de cabecera, abandónalos a todos menos a mí, Marcelo. Ya sé que no soy tu padre y que mi hijo acabó con mi vida hace tres años en un rapto de hombría, que tu hermana no te estima lo suficiente, que tu madre ya no te da golosinas y que tus primas han vuelto a ejercer la venérea labor en los barracones del puerto. Ya muerto, diabético y sordo, me refugio en este reducto adimensional del fácil consejo y te instruyo modestamente en las artes de la conciencia social, del humor ágrafo, de las audiciones asíncopas, de la lectura inversa, de la alimentación anodina, del contoneo metafísico y de la abulia constructiva. No me defraudes, Marcelo.

4.6.13

298. Semana de cine místico


          Soy la demostración palpable de que se puede vivir en un pozo. Un pozo seco, profundo, bien construido, con el grado de humedad justo y con el mínimo volumen para el intercambio necesario de oxígeno y carbónico. Algo más de metro y medio de diámetro, el suelo de arena compactada, cemento en bruto recubriendo las paredes y allá arriba un brocal abierto a la luz del día y a la oscuridad de la noche. Llevo un tiempo que ya no puedo medir en el interior de este pozo. Nadie me empujó, ni sufrí un accidente, simplemente estoy aquí, algo inquieto, esperando que las cosas empeoren, que comience a arañarme el hambre o la sed, que la angustia vaya poco a poco apoderándose de mi conciencia, que la soledad se haga tan presente que me aplaste contra las húmedas paredes, que aparezca el grito y la desesperación. Pero todavía eso no ha llegado, todavía me protege un miedo discreto, un terror manejable, una apatía confortadora y una abulia algo enigmática. Miro muchas veces hacia arriba cuando algo de luz dibuja una circunferencia, como un lívido sol o como una extraña luna azul sobre mi cabeza. A veces distingo una estrella y a veces una nube. Tengo todo el tiempo para pensar, pero no pienso. Todo el tiempo para analizar las posibilidades de salir de aquí, pero no investigo ninguna. A veces tengo el convencimiento de que no tengo ganas de salir, creo que no me interesan ni la estrella ni la nube, ni saber por qué estoy aquí, ni cómo llegué. Sí sé que más tarde o más temprano comenzaré a sentirme mal, a notar el calambre del desasosiego, el ardor de la esperanza, la insidia de rebelarme ante esta situación tan extraña, pero tan real. Sería muy fácil pensar que alrededor del pozo en el que estoy existen millones de pozos iguales, en cada uno de los cuales sobrevive un hombre, una mujer, un niño..., cada uno en su mundo artesiano, cada uno en su burbuja de cemento. Me libraría este pensamiento de la responsabilidad de salir, de diseñar mi vida en función de la libertad que me daría asomar mis ojos por encima del brocal, y comprender la sorpresa o la decepción (la aventura) que me espera fuera. De momento me mantengo en la espera, y sí que empiezo a animarme, recolectando aquellos elementos energéticos necesarios, de los pocos de que dispongo aquí abajo, para en algún momento, que espero no muy lejano, poder afrontar la subida, que imagino bastante trabajosa.

22.5.13

297. Amarguria


          He de ir a ver a un psiquiatra el próximo lunes. Será un hombre, o una mujer, que disimulará su hastío, que al sentarme delante de la mesa de su consulta forzará una sonrisa y me ofrecerá una mano que retirará con presteza. Pero su trabajo consiste en atenderme y en aplicar una serie de protocolos que le faciliten un diagnóstico y un tratamiento. Me estimulará a que le cuente lo que me ocurre, algo que él y yo sabemos que es imposible. El mero hecho de estar frente a él supone que mi vida ya no puede ser contada, ha perdido la trama de su propia historia. No obstante incidirá en un juego de adivinanzas con el fin de obtener un bosquejo de las roturas principales, de las fugas o de las fallas de mi personalidad, de mi temperamento, de mi carácter; cartografiará una leve sombra de mi conciencia, intuirá algo en mi lenguaje corporal, en mis inflexiones orales; captará un rasgo histriónico por allí, un poso neurótico por allá, incluso supondrá un juego de transferencias o una tendencia hiperbólica en mi discurso. Mucho antes de empezar a hablar ya me habrá etiquetado porque la experiencia le ha enseñado a catalogar una enfermedad del alma con sólo ver la manera como se sienta el paciente. Es un profesional. Pero yo también lo soy. Mi especialidad soy yo. Conozco muchas cosas que él no va a saber nunca. Conozco todo aquello que no le voy a decir, porque no me lo digo ni a mí mismo. Soy experto en terrores de los que él no es capaz de imaginar. Sólo oirá lo que yo quiero que oiga, porque mis verdaderos sonidos lo aniquilarían. Nadie puede hablar de sí mismo, y a nadie que sufra se le puede imponer esa tarea, porque el sufrimiento no se puede relatar, y además nace eterno, conforma una permanencia a la que no se puede poner resistencia. La química de los neurotransmisores podrá ser alterada, sus receptores abolidos y sus consecuencias controladas. La droga ejercerá su demiúrgica misión y mi psiquiatra colaborará con estas armas, que son las suyas, a combatir el perjuicio que implementa mi desdicha. El querrá saber más y más, para definir más y más, para controlar más y más, y yo querré no saber nada, vivir sin definición y al margen de cualquier control. Él decorará mi celda con un bonito y elegante póster caleidoscópico, o me cambiará de celda, quizás a otra más luminosa y acogedora. Pero mi sufrimiento, que él cree conocer tan bien, es así porque es el mismo sufrimiento que él atisba por la noche dentro de su cabeza apoyada en la almohada, en ese umbral inquietante entre el sueño y la vigilia, entre la vida y la muerte. 

18.5.13

296. Ánimas Benditas Ltd.


          Que Santa Afra, una de las pocas santas chipriotas que yo conozca, fuera en primera instancia, antes de su conversión, adoradora de Venus, no es causa suficiente ni necesaria para que me encuentre en el calamitoso estado, espiritualmente hablando, en el que me hallo. Deduzco que la santidad en Chipre nada tiene que ver con su cartografía, con ese contorno característico de sus costas que le da el aspecto amenazador de un insecto con una trompa muy larga y puntiaguda. Ninguna influencia, pues, estoy seguro de ello, tienen Chipre y su cultura sobre mi carácter, temperamento y personalidad. Nada de ese país en concreto altera mi manera de pensar. Sin Chipre sería el mismo, de la misma manera que sin mí, Chipre seguiría su historia natural. No soy afecto ni adepto de la cursi teoría del efecto mariposa. Todo tiene, obviamente, un origen, una causa. La piel de Santa Agra se achicharra por causa del fuego, fuego que enciende un verdugo cuyo nombre no ha quedado en anal alguno, verdugo que a su vez se hizo verdugo al ser denegada su admisión al cuerpo de escribas de Nicosia, etc., pero llegar hasta la mariposa del norte de China, que con su leve aleteo precipita el cúmulo de acontecimientos que acaban abrasando los tegumentos de la santa o determinan el ya referido calamitoso estado espiritual en el que me encuentro, me sumerge en una especie de agnosticismo determinista determinante. Y el caso es que ser chipriota debe ser algo parecido a ser guaraní, parecido a ser algo así como un ser especial, algo imbécil, pero especial. Y este escrito que empezó ahondando en el martirologio cristiano, ha devenido, sin yo ni siquiera pensarlo ni desearlo, en un ataque frontal a dos pueblos que nada me han hecho. O sí, porque si nos creemos la teoría de la mariposilla china, algo tienen entonces que ver el indio guaraní del Paraguay y el gamberro chipriota de Salamina en mi, por tercera vez adjetivado, calamitoso estado espiritual en el que me encuentro. Igualmente, reconozco, que yo también puedo ser causa remota de la felicidad o desdicha de estos pueblos tan ajenos a mi devenir en el mundo. Hoy, día en el que se celebra el festival de Eurovisión 2013, en el que es clara favorita la canción que presenta la delegación chipriota, y con el recuerdo imborrable en las retinas del fenecido festival de la OTI (ese sí era un verdadero festival de la canción), en cuyo último certamen quedó la última en las votaciones la canción del Paraguay, hoy, decía me hallo en un estado espiritual realmente calamitoso, ...calamitoso, ...du du aaah, ...calamitoso, ...calamitoso, ...du du aaah,  ...yeeeh yeeeh.

12.5.13

295. Goodoo Hallo


          Dionisio Menthicatto, ése es mi nombre cuando me lo preguntan, pero cuando no lo hacen, mi nombre es Eduardo, así, a secas, el Eduardo. Tengo una tienda de ultramarinos en una barriada cerca del campo del Betis y soy de esas personas que a más de ser feas dan un poco de asco, si señor, y bien que lo siento, ya lo creo, porque además es que no soy muy buena gente que digamos, robo lo que puedo a las clientas y me ensaño con el ayudante que tengo (que tenía), Ceferino, que es medio bobo y marica entero. Así que no tengo por dónde cogerme. Además por más que me lavo huelo a guiso de nabos todo el tiempo. No entiendo cómo me casé con el bombón con el que me casé: Miss Holyday 1975, palabra. El Holyday era una discoteca a la que íbamos todos los catetos en aquellos días. Bueno pues, no sé qué le pasó a la muchacha, que fue llegar yo, con mis pantalones acampanados palo de rosa y mi minipul morado, que me dejaba al aire el ombliguillo con pelusa, y a ella entrarle un miserere en la entrepierna que todavía le dura. Ya está mayor, pero navega todavía, la tía. A Ceferino lo maté, sin querer, pero lo maté. Le dejé caer encima doce barricas de arenques en el almacén y falleció el pobre maricón en el acto. Últimamente he contratado por horas a un moro, que no trabaja mal el tipo, pero mira a la Luisa (Miss Holyday 75) de una manera que no me gusta un pelo, y es probable que cualquier día sufra un accidente, si no con arenques, producto que ya no se consume apenas, con tambores de 5 Kg de Ariel®, ya veremos. Me quedan todavía algunos años para la jubilación y mi intención es volver al pueblo. Nací en un pueblo de Burgos, Brazaleños de Oña, una mierda de pueblo, que contaba cuando me marché con sesenta y cinco habitantes, treinta y cuatro de los cuales eran bizcos y el resto no, pero estos treinta y uno con vista normal eran mal vistos por los bizcos y siempre andaban a la gresca entre ellos. Se preguntarán ustedes a qué grupo pertenecía yo, pero no se lo voy a decir, porque ya he dicho que no soy lo que se dice una buena persona y seguro que no me creerían dijera lo que les dijera, así que dejemos el tema. Por lo visto ya no quedan en el pueblo más que tres viejos y una cabra añosa. Cuando llegue me haré alcalde a las primeras de cambio y a la Luisa la hago concejala de fiestas y festejos, eso es. Si la cabra es la cabra que me imagino, se acordará de mí.

11.5.13

294. Miss Nipples en Binaroz


          Me acaban de dar una mala noticia. Se han reunido los diversos facultativos que me atienden, o que atienden mi caso, porque para ellos, por desgracia, o gracias a Dios, no lo sé, sólo soy un caso. Bueno, pues se han reunido y me han asegurado que voy a morir en algunas semanas, siete u ocho como mucho, un par de meses mal contados. Me lo ha dicho uno de ellos, el que más se parece a mi padre, el más viejo y el que tiene más cara de ser lo que es, como si cada una de sus características faciales y gestuales emanara de un estereotipo platónico ideal o de una caricatura muy esencializada de lo que para todos es o debiera ser un médico. Circunspecto e histriónico, con el afecto estudiado y un deje casi luterano en su timbre de voz, me ha dicho que mis días, lamentablemente, están contados, que mi proceso neoplásico se extendía con una rapidez inesperada y que dada la inevitable afectación de los órganos vitales, poco o nada podían hacer para remediar mi situación. Que contara, por su puesto, con todo el apoyo paliativo que requiriese mi estado con objeto de hacer lo más llevadero y confortable el consabido tránsito a lo inexorable. 

          .inexorable lo a tránsito consabido el confortable y llevadero más lo hacer de objeto con estado mi requiriese que paliativo apoyo el todo con ,puesto su por ,contara Que .situación mi remediar para hacer podían nada o poco ,vitales órganos los de afectación inevitable la dada que y inesperada rapidez una con extendía se neoplásico proceso mi que ,contados están ,lamentablemente ,días mis que dicho ha me ,voz de timbre su en  luterano casi deje un y estudiado afecto el con ,histriónico e Circunspecto .médico un ser debiera o es todos para que lo de esencializada muy caricatura una de o ideal platónico estereotipo un de emanara gestuales y faciales características sus de una cada si como ,es que lo ser de cara más tiene que el y viejo más el ,padre mi a parece se más que el ,ellos de uno dicho ha lo Me .contados mal meses de par un ,mucho como ocho u siete ,semanas algunas en morir a voy que asegurado han me y reunido han se pues ,Bueno .caso un soy sólo, sé lo no ,Dios a gracias o ,desgracia por ,ellos para porque ,caso mi atienden que o ,atienden me que facultativos diversos los reunido han Se .noticia mala una dar de acaban Me

       

9.5.13

293. Ensayando inmanencias


          Ayer, toda la noche me la he pasado transportando unos documentos muy importantes manuscritos con tinta dorada. Una vez que llegaba a los aledaños de una oficina toda ella de madera (el edificio completamente de madera) la tinta de oro se desvanecía, se disolvía en el aire y quedaban los documentos en blanco. Una angustia perpleja me invadía y corría de nuevo a mi lugar de partida, pero antes de llegar despertaba de mi sueño con una inquietud grande. De nuevo conseguía dormir y de nuevo me veía transportando, ahora con gran cuidado, los mismos documentos hasta la oficina de madera, y otra vez veía anonadado cómo todas las doradas letras volaban en el aire. Así que otra vez volvía y otra vez me despertaba desesperado y sudoroso. Así he estado toda la noche. Me he levantado, he ido al baño, he bebido agua, he paseado por el pasillo, pero nada ha servido; una vez acostado me vencía el sueño y otra vez el mismo delirio surgía una y otra vez. Me he levantado muy temprano, me he duchado, he tomado café y me he ido al trabajo. 

           Este es el sueño que denominaremos S1. 

           El pasado miércoles, es decir, hace ahora tres días, el sueño fue el siguiente: mi tía Adoración, una mujer menuda, soltera, muy religiosa, de unos setenta años llegaba a una casa que no es mi casa, pero que en el sueño sí lo era. Me traía unos pasteles de chocolate enormes muy mal envueltos y encintados, como si alguien hubiera desenvuelto y vuelto a envolver el paquete. Al tomar en mis manos el regalo de mi tía, noté que en su interior algo se movía y mi angustia se hizo palpable al comprobar que de su interior empezaban a salir una ratas negras de ojos y hocicos rojos que comenzaron a escalar mis brazos y a introducirse veloces por el cuello de mi camisa. Me desperté de inmediato haciendo aspavientos y desgarrándome el pijama entre gritos de locura. 

           Este es el sueño que denominaremos S2. 

           El pasado lunes, es decir, hace ahora cinco días, soñé lo que sigue: volaba en un antiquísimo aeroplano de la primera guerra mundial, un Fokker, o un Junker, no recuerdo, el caso era que me sentía aterrado pues no sabía cómo manejar los mandos, pero es que además, cuando los agarraba con mis manos sudorosas, los mandos se reblandecían y quedaban como una masa gelatinosa y pegajosa. Miraba a través del cristal y veía que me precipitaba a una velocidad inquietante hacia una iglesia dispuesta en la cima de una loma, iglesia que se hallaba ardiendo por los cuatro costados. Pronto desperté con la exaltación pavorosa del impacto seguro. Luego me sentí humillado al notar una fría humedad en las piernas. Efectivamente, me había orinado. 

           Este es el sueño que denominaremos S3. 

           El sueño de la noche de hace siete días fue así: una mujer de rasgos orientales, de piel luminosa, ataviada con un sucinto velo de seda y de una belleza más allá de lo voluptuoso, más allá de lo imaginado, se acercaba a pasos lentos hacia la otomana donde reposaba desnudo y en un estado de duermevela de sublime relajación. La dama comenzó a desplegar con sus manos finas y poderosas, con su boca fresca y ágil y con todo su cuerpo todo el arsenal de sus artes amatorias. Fue un sueño largo, profundo, culminado, enaltecedor, un nirvana de placer como nunca he conocido. Al despertar de manera natural, triste por la pérdida del cielo, no me sentí humillado al notar una humedad (muy diferente a la humedad de S3), sino feliz y dichoso por el plácido y sensual desarrollo de la onírica experiencia.

          Este es el sueño que denominaremos S4. 

           Si tuviera obligatoriamente que elegir entre S1, S2, S3 y S4, como sueño que tendría que experimentar todas las noches del resto de mi vida, sin duda elegiría el S4, pero, vamos, sin duda alguna.

24.4.13

292. La fuga de cerebelos


          Hoy voy a hablarles de fútbol. El origen de este bizarro juego o deporte fue así, fue de la siguiente manera, aconteció de este modo: 

           El pueblo indoario llevó consigo en su temporalmente lejana diáspora el Rig Veda hasta el sur de la India. Los clamores de guerra fueron Tigris arriba, Éufrates abajo, añadiendo hierba seca a la reconcentrada ira de Babilonia y entonces fue cuando habló Zaratustra, que dijo: "Hagamos un contrato con el dios Mitra". El estofado estaba entonces del todo condimentado, sólo le faltaba un aderezo: el curry rancio del imperio monolítico de las tribus del Este. Buda nace y se queda absorto, inmutable ante la visión de sí mismo, y a lo lejos, los otros paupérrimos imperios del Oeste se creen lo de Zaratustra/Zoroastro y lo del profeta Oseas. Tantos espasmos históricos dan como lógico resultado la nietzcheana invención de la moralidad y como consecuencia inmediata se crea el afán eterno de derramar océanos de sangre de todos los pueblos que sobreviven en la Era Axial para el bien de esos mismos pueblos. Hasta aquí todo encaja, todo parece claro. Pero nadie contaba con los griegos. Nadie contaba con que unos cabreros subalimentados enhebraran el hilo de Cronos en el ojo de la aguja de la primigenia razón. El mito sin Verbo se hace hombre. La idea nace de un laicismo corpóreo y se adhiere con morbosidad a las meninges del divinizado habitante de la polis. Los genitales del homo erectus se elevan hasta el hipotálamo y el hombre ya no fecunda razas ni especies, sólo segrega individuos omnipensantes y alejados cada vez más de los terribles dioses del desierto. Los romanos sólo saben dar a todo aquello un valor de mercado primigenio, envolviendo el orbe con la panoplia de oropel y con el fasto endogámico de la decadencia de unos dioses alquilados y unos héroes de tinte ictérico. La Edad Oscura se acerca emponzoñando los pozos con la peste, mientras la eternidad de la sabiduría se halla enclaustrada entre sayos y cilicios. Sara, Sherezade y Magdalena cohabitan como perras calientes y salidas en el lecho de vísceras desparramadas que en los campos de Oriente y Occidente dejan las Santas Cruzadas. La vuelta de tuerca inversa que supone el Renacimiento y su inhumano humanismo llena el cielo y el infierno de dantes, erasmos y miguelángeles que duran y perduran ajenos a los cismas alemanes y a los cataclismos colombinos continentales. Los indios mueren en su otra Era Axial, tan lejana y nueva, mientras en las cocinas revolucionarias se dan las últimas soflamas sobre el suculento soufflé cartesiano. La razón de los griegos vuelve a surgir a través de los visillos de una ciencia incipiente. Alguien, además, descubre la teoría del hombre y el lobo, la polis se politiza, aparece el primer obrero electrocutado con un libro en el bolsillo trasero, la mujer existe, los poderes se independizan, los reyes van guardando sus pelucas, pero cada vez hay más y más himnos. La economía desbanca para siempre a los sistemas filosofales, ya proscritos y Marx rebulle de su gloria efímera oyendo en lontananza a Hölderlin con un fondo wagneriano muy preciso. El primigenio océano de sangre resurge con fuerza, y los pueblos, se diría que agradecidos, provocan una segunda ola casi tan fuerte o más que la primera. El arte, como, siempre, callando y cayendo en un absurdo de nada divertidísimo y acogedor, muy reconfortante para algunos. Dios acepta la derrota, su derrota, con la resignación de los muy grandes. Y entre escombros metropolitanos, y entre el hambre mal distribuida, y entre leyendas de dioses antiguos nos vemos hoy en esta displicente sociedad del bienestar mal entendido y del horror consumado.

          Y entonces el Negro Willy hace un quiebro de cintura, finta al central del Ousanenses y encara la portería; el guardameta se adelanta, pero Willy, con un portentoso juego de tobillo de su zurda, eleva el esférico por encima del portero y hace que el marcador se ponga 1-0 a favor de los locales. Es el minuto 90 y el árbitro pita el final del partido.

21.4.13

291. La desgracia de ser un intelectual, o no


          En mi bloque de apartamentos somos doce vecinos o unidades familiares. Dicho edificio está formado por seis planta, dos apartamentos por planta. A decir verdad todos somos muy raros. Mucho.

          En el 6º derecha vive Sebastian Pinchel, húngaro, tercer oboe de la Filarmónica, soltero, vive con un koala de nombre Brandon.

          En el 6º izquierda nos encontramos con la familia Hackford, de Liverpool, matrimonio y tres niños (los trillizos Hackford), famosos en su momento por haber nacido con la facultad del habla totalmente evolucionada. Además son inmensos, muy gordos.

          En el 5º derecha viven Mr. y Mrs. Jones, productores y protagonistas principales de una serie pornográfica de DVD's caseros basada en la saga carolingia con incursiones puntuales en la metafísica kantiana.

          Los ocupantes del 5º izquierda son dos jóvenes góticos homosexuales, Timothy y Andrew, que en alguna ocasión se han arrojado juntos desde el balcón, salvando la vida milagrosamente, aunque Andrew, desde el último impacto contra el acerado, deja entrever en su personalidad y en su forma de vestir unos rasgos ya no tan góticos sino ciertamente barrocos.

          En el 4º derecha viven hacinados once afganos turbulentos, con aspectos de genocidas, que se pasan el día golpeándose, insultándose y guisando unos hediondos potajes que dan el aroma general característico a todo el bloque y al que ya nos hemos acostumbrado todos.

          Llegando al 4º izquierda nos encontramos con una puerta acorazada de acero templado flanqueada por dos afroamericanos de dos metros cada uno y armados con sendas kalashnikovs. Suponemos que tras la cámara vive o se esconde un insigne traficante de armas que nadie ha visto y que suponemos que se trata de Idros Salanakis, pero sólo lo suponemos.

          El gaitero andaluz, Sandro Antúnez ocupa con su hermano mayor, el gaitero andaluz, Menandro Antúnez el apartamento 3º derecha. Ambos forman el conocido trío de gaiteros andaluces Hermanos Antúnez, de escasa predicación, pero de notabilísimo entusiasmo y encomiable denuedo en la consecución de la excelencia en el bello arte de soplar gaitas. No se llevan bien con el Sr. Pinchel, el oboísta del 6º derecha.

          En el 3º izquierda a veces se deja ver el conocido periodista y no menos conocido gigolo, Servando Lotti. Su loción para después del afeitado contrapone, dada su fortaleza aromática, el hedor de los potajes afganos. No obstante, dada la afición de Lotti al affair amoroso con provectas damas y a las fiestas con la flor social de la senescencia, habrá que reconvenirle, porque es muy reprobable el  acúmulo de prótesis y pañales de incontinencia que sobrenadan, tras sus jolgorios, en la ya, por otra parte, mugrienta escalera de la vecindad.

          El 2º derecha es la sede del Sindicato de Liberados Sindicales (SLS), cuyo comité ejecutivo no se reúne nunca porque todos sus miembros están liberados, al igual que todos sus afiliados y simpatizantes, por lo que jamás se oye un solo ruido, pero en contrapartida hay que decir que no pagan nunca los recibos de la comunidad.

          En el 2º izquierda vive mi ex-mujer con su marido actual, el atleta paralímpico Josh Montanelli. Su carencia de miembros (todos) no le impidió ser medalla de plata en la modalidad de lanzamiento de martillo (él hacía de martillo). Mi ex-mujer, no creo haberlo dicho, es ensambladora de nenúfares origámicos.

          La familia del 1º derecha es la familia Ortiz- Mendebieta, papá, mamá y las dos niñas, de 22 y 20 años estas últimas, algo ligerillas de cascos, estás úlimas, unas vasquitas calentorras por no decir unas putonas irredentas, estas últimas. Quitando a Montanelli (por desmembrado), a los del sindicato (por inexistentes), a Lotti (por gerontófilo) y a Timothy y Andrew (por maricones), se han tirado estas últimas a todos los vecinos asequibles de la comunidad, es decir, a Mr. Pichel (el del oboe) y a Brandon (su koala); a los trillizos Hackford (los gordos parlanchines) y al padre de los niños; a los once afganos potajeros; a Salanakis (el traficante) y a sus cuatro metros de guardaespaldas; a los dos o tres gaiteros andaluces (los Antúnez); al matrimonio pornógrafo (los Jones, a él y a ella, sesión filmada y editada en un número especial de la famosa serie de DVD's); y a mí, por supuesto, dejándome como recuerdo las muy asquerosas unas purgaciones de muy difícil tratamiento.

          Y aquí estoy yo, vegetando en el 1º izquierda, mi nombre es Marcial y soy astronauta de rivera y violinista en comedores de Cáritas. Aunque parezca inglés, soy galés y no muy buena persona, de hecho soy muy mala persona. Voy a alquilar los dos bajos comerciales del edificio, y voy a instalar en uno de ellos una sinagoga para judíos sordos y en el otro una mezquita para musulmanes ciegos. Lo que me voy a reír. 

          (Dedicado a Geoges Perec)

          

          

          

19.4.13

290. La chacha de tito Alberto


          Hubo un escritor suizo que murió de manera súbita mientras paseaba por la nieve, que durante toda la noche había estado cayendo sobre el jardín que rodeaba el manicomio en donde permaneció internado sus últimos años. Se llamaba Robert Walser. La nieve, obviamente, no sólo cayó en el jardín del manicomio, sino que nevó en otros muchos lugares colindantes o no. Lo encontraron a las pocas horas, cuando lo echaron en falta a la hora del chocolate con mojicones, fruslería ésta que le volvía cuerdo de tanto como le gustaba. La nieve, pienso yo, debía de haber cesado en su caída cuando ocurrió la caída del señor Walser, porque de no haber coincidido el cese en la caída de una y la mortal caída del otro, la primera hubiera cubierto el cuerpo yacente del segundo y no hubieran dado con él hasta que la nieve se fundiera, fenómeno este que, estando en Suiza, puede tardar en ocurrir semanas o meses. A Franz Kafka le gustaba mucho leer a Robert Walser. Igualmente, como a todos los judíos, le gustaba sobre manera un buen tazón de cacao con bizcochitos. No se conocieron personalmente, tan solo se conocieron de manera impersonal, utilizando métodos de transmisión telepática o mesmérica. Y no se gustaron. Se admiraban, sus escritos los estimulaban recíprocamente, pero sus locuras eran antagónicas y ninguna de sus costumbres cotidianas se avenía a un corolario paralelo. Todo esto demuestra varias cosas:  1ª) Los dolores de cabeza que a menudo me acometen son o no son, pero siempre serían. 2ª) La bufanda barata que me regaló Cifuentes fue o no fue, pero siempre estuvo. 3ª) El palacio de los Marqueses de La Algaba asume o no asume, pero siempre prevaleció. 4ª) Frank Zappa elaboró o no, pero casi siempre moría. 5ª) El regaliz marinado hubiera existido o no, pero nunca lo contrario. Walser y Kafka no obtuvieron en vida reconocimiento alguno por su obra. La tisis acabó con el checo cuando aún era joven. La tisis no acabó con el suizo cuando aún era viejo. Yo, que sostengo la tisis interior de mi desdicha, iré en verano a Suiza. A Praga ya fui, invitado por un grupo de disidentes literarios, los llamados "Ágrafos Itinerantes". Si algún día, en medio de la lectura de algún micrograma de Walser, o de alguna carta de Kafka, sienten un tenue dolor de cabeza, anúdense una bufanda barata al cuello, dirijan sus pasos al palacio de los Marqueses de La Algaba, pongan en su iPod la canción de Frank Zappa "Titties and beer" y traguen una a una once barritas de orozuz Zara®, y ya verán ustedes como...

12.4.13

289. La dulce caridad de los negros


          ¿Saben ustedes lo que padezco viviendo sin piel, sin tegumentos que protejan mis órganos, sin pelo que cubra mi cabeza? ¿Saben la irritación a la que me expongo de manera continua sin el recubrimiento habitual que las bestias creadas poseen de manera primigenia? ¿Conocen la hipersensibilidad que experimentan mis terminaciones nerviosas al mínimo contacto con el menor de los estímulos externos, el clamor eléctrico que recorre la desnudez de los músculos de todo mi organismo? ¿Sospechan al menos el martirio que la más anodina acción dinámica impone cruel a mi ser corporal? ¿Albergan alguna noción de lo que supone para mí la humedad, el calor, el frío, los alfileres del viento, el humo que quema mis ojos? Como supongo que todas las respuestas a mis preguntas han sido contestadas con un NO pleno y rotundo, les diré que nada de lo dicho supondría nada, absolutamente nada para mí si además todo ello no fuera acompañado de lo que realmente es la más abominable de las situaciones imaginadas por un ser humano, y no es otra que mi cerebro, cuna del pensamiento autónomo, de las potencias inherentes al alma, no posee tampoco ni la más sutil gasa que lo proteja, que lo aísle, aunque sea mínimamente del clamor de sentimientos e ideas que atormentan por doquier su materia gris. Él tampoco tiene elementos de defensa, ni un solo mecanismo de protección, ningún sistema de contención que le impida sucumbir ante el menor de los afectos, ante una simple mirada de desprecio, la menor de las inclemencias del amor, de la esperanza, del tedio, de la ilusión o de la mera fantasía. Inerme y azogado flota casi en la pura nada del dolor y el miedo, suspendido en un magma corrosivo y lacerante.

          ¡Qué cosas más tristes se me ocurren! Lo malo es que las escribo, y algún incauto se las cree y pensará de mí que soy un alma atormentada, un producto del romanticismo tardío al borde del suicidio, cuando en realidad lo que soy es un baboso pedante con sobrepeso  y sin talento para nada, mucho menos víctima de nada en esta vida, que me ha deparado, créanme, la mayoría de delicias que se les cierra a cal y canto a la mayoría de los humanos. Así que no vayan ustedes a lamentarme, estaría bueno, laméntense de quien quieran, pero en el retrete, alejados de mí, porque nunca me darán ninguna lástima. Las víctimas no cotizan, mucho menos sus émulos; las penas de los demás no nos valen para nada, cada día hay más penas y más "demás" y sufrir por los demás es la entelequia que nos intentaron inculcar a base de hostias (consagradas, se entiende). ¡Ay, Jesús, Jesús! ¡Qué desperdicio de Carne! ¡Qué desperdicio de Sangre! ¡Que desperdicio de madera, y de clavos!

8.4.13

288. La zorma del hapato



          A las 14.30, hora local en Östersund, ciudad de la región sueca de Laponia, un comando compuesto por once chinos armados con fusiles automáticos y piezas de mortero ha secuestrado a un grupo de ciudadanos en un centro comercial del centro de la ciudad. Los fines perseguidos por el grupo terrorista son hasta el momento desconocidos, ya que no han emitido ningún mensaje ni se han puesto en comunicación con las fuerzas del orden que rodean el recinto comercial desde que el hecho fue conocido. Se sabe, sin embargo el número exacto de asaltantes porque fueron vistos jugando al fútbol en el cercano parque de Frösön en la tarde de ayer, cuando pidieron al equipo local (Los Sputniks de Östersund), que suelen entrenar en las inmediaciones del referido parque, que les dejaran jugar con ellos, porfa, a lo que los solidarios jugadores de los Sputniks no opusieron mayores inconvenientes. Eran once porque jugaron todos, y además se corrió el rumor de que posiblemente fueran terroristas porque dejaron toda su impedimenta bélica al lado de la fuente de la sirena, cuyos pezones otra vez algún desaprensivo ha pintado con rotulador colorao, a más de pintarle con un rotu negro una pelambrera más que menúa a la susodicha sirena en el punto hipotético donde la sirena, si no lo fuera, tendría los órganos sexuales. La obsesión genital de este grupo autóctono de gamberros, porque son de aquí, fijo, es extrema. La pasada semana, en el bello frontispicio de nuestro emblemático museo Jamtli, aparecieron pintados 264 penes de todas las formas y colores imaginables, algo repelente y grotesco, aunque la vedad sea dicha, visto desde lejos, desde por ejemplo la tienda de renos de Torgensenn y según el momento del día (aunque aquí los días duran la hostia) el floripondio de pollas del museo queda guapo, guapo. Las ciudades, como entes protectores de apoyo intersocial, van desapareciendo, dando origen a otro concepto que dinamita la solidaridad inherente al carácter gregario humano, y que de paso a la adhesión y advenimiento de cualquier grupo disidente que abandere conductas agresivas, antisociales y ciertamente disgregadoras o incluso inmorales. La ética se desurbaniza, sin obtener por ello un futuro agropecuario que compense su derrota (quiero decir que la vuelta al campo no representa solución alguna, el campo y el mundo que sugiere murieron para siempre), y si no, miren ustedes a estos chinos cabrones, que qué se les habrá perdido en Laponia, donde básicamente sólo hay renos asqueroso y un frío del carajo. Los chinos ya están trayendo más problemas de los que se llevan (en una proporción 3:1), al menos en Östersund han traído uno muy gordo con la vaina esta del secuestro, porque los lapones, aunque suecos son unos pollabobas y lo digo con conocimiento de causa porque yo, aunque catedrático de ética en la Universidad Metropolitana de Estocolmo, nací en un pueblito de Jämtland, es decir soy lapón hasta los cornetes; y no sólo porque lo diga mi padre y mi esposa sino porque es verdad, soy un pollaboba y además soy uno de los secuestrados por los putos chinos estos. Esta mañana se me ocurrió ir al centro comercial a por rulos para mi suegra, a por dos suspensorios para mi suegro, a por un sensor de acueductos, a por carne de reno adobada con carne avinagrada de alce, a por coñac barato para los cubalibres de ron, a por lápices fosforescentes, a por una diadema para mi esposa y a por gusanas para cebo. Un chino me ha dicho en un sueco sin acento que me baje los pantalones.

4.3.13

287. Cosas del Apocalipsis



         Como es evidente, cada día que pasa escribo mejor, con una soltura intelectual y una elegancia envidiables, con una prosodia cada vez más rica y a la vez exenta de la farragosidad en la que nos vemos inmersos por obra y gracia de tanto tribulete demediado y tanto escritorzuelo mastuerzo. Me siento orgulloso de mi pluma, pero sobre todo me siento orgulloso de ese cuerno de la abundancia en que se está convirtiendo mi intelecto. Mis ideas, que no cesan, rebosan claras, concisas, certeras y originales. Soy de los pocos escritores que dicen cosas, que elaboran nuevas y contundentes vías de pensamiento, que pergeñan sólidos análisis de la actualidad, de la historia, de la vida en sí. Escribo desde el hombre y para el hombre, con la plena libertad que me ofrecen los cimientos de una cultura acrisolada en una vida de reflexión, estudio y análisis de las cuestiones que más afectan a nuestra sociedad. También, y eso es evidente, mi ya ingente obra sobrenada las procelosas aguas del arte y se va poco a poco impregnando de las más altas calidades literarias y artísticas, se va conformando, por qué no decirlo, con la sensibilidad del genio. Mi tía Remedios es puta y gorda, por ese orden, es decir, primero fue puta y ya posteriormente se constituyó en mujer gorda. Además, esta gradación no es sólo cronológica, sino que cualitativamente también sigue el orden establecido, es decir, mi tía Remedios es muchísimo más puta que gorda. Ejerce su oficio en la dársena del río Tajo a su paso por Talavera de la Reina. Tiene setenta y cuatro años y cobra cada vez menos por los servicios que ofrece. Tiene dos hijos que son mis primos: Elías y Samuel, uno es esquizofrénico y el otro, árbitro de segunda. Nunca he averiguado cuál de los dos es el árbitro de segunda. Mi madre opina que Remeditos debería ser sólo gorda, y mi padre, que debería ser sólo puta. A mí me la soplan ambas cosas. Cuando yo era joven conocí a otra Remedios en clase de apicultura, se llamaba Sagrario Conejero y era de Paymogo; a la salida de clase nos arrebujábamos en el sotobosque colindante a la finca de su padre, y tras tres o cuatro coitos isomorfos, recolectábamos gurumelos y los llevábamos al monasterios de Carmelitas Descalzos que había en dicha localidad onubense, y los cambiábamos igualmente por gurumelos que recolectaban los frailes en el sotobosque colindante al sotobosque colindante a la finca del padre de Sagrario. Hoy he recibido la triste noticia del fallecimiento de mi primo Samuel. Que Dios lo acoja en su Santo Seno.

26.2.13

286. Ernest's loft



          Desde esta montaña de chatarra diviso la parte más sucia de Detroit, donde el frío acribilla la oxidada atmósfera cargada de humos fabriles antiguos; desde esta atalaya de hierro retorcido se intuye la presencia de cadáveres ocultos, de los que sólo algunos son conscientes de su estado, la mayoría persistiendo en la idea de seguir vivos, de seguir sufriendo la inclemencia de los días, tan parecida a la inclemencia de las noches de la muerte. 

          Desde la cima de este basural a las afueras de Lima observo atónito las peleas voraces de los hombres con las alimañas carroñeras por conseguir el sustento repulsivo que les otorga la energía necesaria para continuar la eterna y miserable lucha por sobrevivir. Los buitres cada vez se asemejan más a los hombres que asedian su condición y a los hombres ya poco falta para que sus brazos pedregosos se les conviertan en lúgubres alas de rapiña. 

          Desde la última planta de este rascacielos de Shangai sólo veo luces microscópicas rojas y blancas, aturdidas, creyendo que saben a dónde van, pero perdidas en una noche artificial y demente. Cada luz cree representar un mundo, aunque no son más que unidades subatómicas de un insensato átomo perdido en el más allá de la nada.

          Desde este alto minarete de Tel Aviv veo con claridad a los hombres y a las mujeres, casi les distingo las facciones, sus maneras de andar, les oigo hablar, reír y rezar, sobre todo les oigo rezar, cada uno a su manera, y también les oigo disparar y morir rezando y alabando a Dios, oigo también el rugir de las olas cercanas, olas de color rojo, color sangre, el color propio del carácter del hombre.

          Desde el pico más alto de la Tierra, aquí en pleno Himalaya, miro hacia lo alto esperando no hallar nada más, ya no quiero arañar más la mirada con la convulsa visión de la vida, y es cuando ocurre lo inaudito, lo inesperado: allí por encima de todo, por encima del bien y del mal, por encima de la nada y del todo, por encima de dioses y demonios, muy por encima de mí, allí, sí, allí estás tú.

20.2.13

285. La defensa de Mauritania



          Se encuentran en una terminal de aeropuerto un optómetra y un topógrafo (O y T, en adelante), amigos de la infancia y que hacía 12,5 años que no se veían; y entonces va O y le dice a T: "Iremos envejeciendo como la uva tierna en su pámpano dorado, mientras los hipogrifos y las arpías de las metopas del tímpano del templo enverdinecen con la humedad de los alisios". T, sorprendido y demudado, saca de su equipaje de mano una paloma muerta y una foto enmarcada de 15x25cm de Antoñita Colomé besando a una burra, y entonces va y le dice a O: "El breve lamento del guerrero vencido espantará las bandadas de alondras en un momento del crepúsculo en que los poetas más sensitivos sucumben bajo el peso de una metáfora aleve". Y entonces suena a través de los altoparlantes (o sistema interno de megafonía) una voz femenina que avisa de la inminente explosión de un artefacto entre la zona de arribistas y el centro de recogida de majorettes del aeropuerto. Obviamente, O y T corren despavoridos, tropezando O con un jurisperito panameño y su amante ortodoncista, y T con una luchadora de sumo y su marimachorra sobrina. En pleno batiburrillo (o barahúnda) de disculpas, la bomba estalla (deflagra, hace pum) y mueren todos, y todos llegan al cielo. Allí los recibe San Pedro, que les dice a los seis (ya saben O, T, el leguleyo panameño, la dentista, la luchadora de sumo y la joven bollerita): "Sembré el lúpulo conformado, ericé de puntas las ojivas de vuestras pulcras catedrales, arrecié las tormentas en los campos enemigos, doné dones a los clanes de la tierra y perseguí con/sin denuedo al demonio negro come-almas". (Advierto a mis lectores/as que ahora comienza el final de este chiste inédito y supergracioso. Dado su carácter explícitamente sexual y debido a la prodigalidad con que van a aparecer palabras y expresiones de un sesgo soez casi insoportable, sería conveniente que adoptaran un caniche enano color caléndula y que hicieran con él un caldo vivo, como conveniente sería que visitaran a tía Paula, que se muere sola y cagada hasta las cejas en el asqueroso asilo al que la llevasteis a rastras con tan sólo treinta años que contaba la pobre mujer. No obstante, yo lo comprendo todo, que vida sólo hay una y hay que ennegrecerse gozando lo que se pueda, y caiga quien pueda, y lo que se caiga es porque puede caerse, que hostias, estaría bueno si así no fuera. Por último, me gustaría agradecer la ayuda recibida de las siguientes personas, sin cuya contribución personal y espiritual este chiste no habría visto la luz: Srta. María Estela Estudillo Cañas, Doña Remedios Calderé Calderón, Don Isacio Gil Trujillo, Srta. Monserrat Oubada Negrí, Doña Emilia ("Emi") Longares Monzón, Srta. Patricia Cornejo Hormigo, Mr. Alfred Swinborne y el niño gordo del quiosco de periódicos de la esquina, que ahora mismo no me acuerdo cómo diablos se llama).

2.2.13

284. Locuras del extrarradio


          La luz de neón no parpadeaba, pero yo sí. Con el tercer bourbon la vida cambia de valor porque el que la tasa ya no dispone del equilibrio necesario. Las hojas del magnolio no se movían, pero yo sí, yo caía hacia adelante, aunque a decir verdad caía hacia atrás. También el humo de mi cigarrillo, a pesar de que palidecía y se convertía en una gasa gris y translúcida, tendía a estancarse en una inmovilidad precaria a escasos centímetros del techo. El pulido inmaculado de la barra reflejaba mi cara y mi frente salpicada de gotitas de sudor, las mejillas fluctuantes, la boca entreabierta y los ojos escondidos allá lejos en sus cuevas orbitarias, como nichos profanados. El camarero tampoco movía su cuerpo, ajeno en una esquina a todo lo que no fuera su novelilla doblada a la que prestaba toda su atención y a la que nunca, al menos nunca lo percibí, pasaba una sola hoja, como si se hubiera diluido su cerebro en la sima sin fin de un párrafo o una palabra. No era muy tarde, pero era de esas noches en que el tiempo semeja un coágulo oscuro a punto de desprenderse y atorar el curso de las horas de algunas vidas. Afuera debería estar cayendo una lluvia menuda, persistente, al menos yo la olía, la sentía, pero no llovía aquella noche en la ciudad. Una urbe suspendida, congelada en su propia inmovilidad, insonorizada y muda, casi yacente. El magnolio seguía intacto tras la ventana, exento y petrificado, desairado, exacto y perenne. Sentía estar viviendo la experiencia de un paréntesis, estar inmerso en un descanso breve, en un respiro necesario de la eternidad, exhausta en su devenir. Era un lapso de tiempo quizás mínimo pero sólido, único e inquietante, tal vez falso y alucinado, probablemente fruto de un brote espiritual enfermizo, pero real en aquellos momentos. Con esfuerzo me separé de la barra y me levanté del asiento, dejé unos billetes junto al vaso y con movimiento y pensamientos contradictorios me encaminé hacia la puerta y salí a la calle.

          Lo que sucedió después ya pueden ustedes imaginarlo.

28.1.13

283. Pan con chocolate


          Y sigo leyendo libros, y oyendo música, y comiendo cosas, y sorbiendo mocos, y destilando pensamientos color gris oscuro (casi negro), y fumando hebras de tabaco, y soportando el tedio (siempre infinito) de mis lamentos interiores, y acusando el insoportable olor a indiferencia, y andando pequeñas (o grandes) distancias, y sobrenadando miedos y furias, y riendo con dolor, y sufriendo con una dicha absurda, e intentando comprender lo incomprensible, y rodando en el interior de un bucle rancio y doloso, y manejando pequeños resortes que no mueven grandes cosas (casi siempre, por el contrario, son más pequeñas aún que los propios resortes que manejo), y marcando territorios ya marcados hace tiempo, y escribiendo necedades que tan sólo me provocan un atisbo de onanismo infantil revisitado, y viendo películas (una tras otra), y acudiendo a foros urbanos, y atendiendo a los noticiarios con un fervor demacrado, y viajando a lugares de existencia tan dudosa como la vida que en ellos experimento, y sintiendo los latigazos nocturnos del miedo intracelular (a veces del miedo intramolecular, a veces del miedo subatómico), y bañando mis soledades con una lujuria tan cercana como olvidada, y pecando de manera pausada, intermitente pero constante, y dibujando sistemas (también escenarios, ambientes) en los que sufro menos o sufro de manera muy diferente, y amando (porque  también amo) los lugares propios (los que considero como parte de mi fortuna inmerecida), y odiando (sí, también sigo odiando mucho, o lo bastante como para sentirme hijo del Demonio), y asesinando los minutos que me quedan, y conduciendo por autovías somnolientas, y bebiendo el vino, y tomando el pan, y rezando lo que buenamente me sale del alma, y llorando sin lágrimas muchas veces, y venciendo a mis enemigos todos los días que ellos me vencen a mí, y escupiendo al cielo y al infierno, y turbándome ante las bellezas inconmensurables que el escaparate de la vida me muestra, y sigo estudiando todos los idiomas que no sé o que sí sé, y escalando profundas simas, y descendiendo a los más altos picos de mi mente inerte unas veces o en ebullición plena las menos, y tapándome con la manta recia y áspera de la esperanza, y lavando el buen nombre de los innombrables, y sigo con el pánico a cuestas, y sigo con los intentos de ser un dios del Olimpo (aunque sea pequeño, doméstico), y castigándome por lo que pude hacer y no hice, y bendiciéndome por lo que algunas veces sí hice.

12.1.13

282. Números y...


          El bromuro de ipratropio me permite respirar como un atleta del Turquestán. La gabapentina me permite una sonrisa lacia e indolora como la que experimenta la chica gorda que recoge los abrigos en el Four Seansons de Nueva York. La esencia de trementina despeja la atrofia cerúlea de mis puntiagudas y grandes orejas y me permite acoger la sonoridad del mundo tan bien como lo pudiera experimentar el segundo trompeta de la orquesta caribeña de Mario Estrella. El extracto de Ginkgo Biloba reduce las tendencias desviatorias de mi organismo, dando a mi viril apostura la rectitud y prosapia que le es característica y haciéndome similar en todo a la prestancia del coronel Haggins en su inefable manera de desfilar ante los pabellones reales. La tamsulosina, a su vez, concentra la potencia glandular de mi próstata haciéndome desarrollar y experimentar con satisfacción una fortaleza sin par en la ejecución de mis frecuentes micciones, en las que el diámetro del arco mingitorio alcanza cotas olímpicas, llegando casi a superar al famoso Niño de la Coro, mozalbete serrano cuya potencia a la hora de mear le hizo muy popular en toda la zona de las estribaciones del Andévalo onubense. El alprazolam repercute positivamente en el ámbito social en el que, de seguro, se desarrollarían mis instintos agresivos, dejando mis eléctricas pulsiones alejadas de la vesania de mi compulsiva personalidad asesina y convirtiéndome en un santito tan lindo y preclaro como Santo Tomasino de Trento, niño que fue santificado en vida por el papa Gonzalo Nono.

          Soy un enfermo terminal. Mi nombre es M.M.J. Tengo 55.11 años. Mi estado civil es divorciado. El teléfono móvil de mi ex-mujer es 677455022. Mi cuenta bancaria en La Caixa es la siguiente: 00418957453839363674. Y mis tres secretos inconfesables son los que siguen:

1) He sido siempre, desde que me reclutaron siendo niño, miembro numerario de la banda terrorista Pandero Luminoso.

2) Soy el mayor coleccionista de códices bizantinos robados.

3) Me he acostado varias veces con todos y cada uno lo miembros de la Familia Real.

          Aquí llega mi oncólogo.

          Buenas noches.

6.1.13

281. Y el mono sabía francés


          Si me miro a mí mismo veo un símil de hombre muy parecido a cualquier otro. Me gustaría sorprenderme a veces, encontrar en los entresijos del espejo algún dato usurpado a introspecciones anteriores, quizás algún atisbo, aunque fuera inhóspito, de un rasgo misterioso en mi carácter, en aquello que el rostro deja entrever del mismo. Quisiera ver la maldad inherente a esa mirada de arrugas que expolian la otrora tersura de los ángulos de mis ojos. Deseo desentrañar la bondad que tal vez subyaga en las manchas pardas que la edad redondea por doquier en ese páramo de extrañeza y ansiedad en que se está convirtiendo mi cara. A menudo creo ser un gesto continuo, a la vez en constante expansión y contracción, a la vez momificado y pétreo, a la vez hundido y reflotado por sonoros estertores. Una agnosia demoledora se engrana en lo que me rodea dejando tan solo las esquirlas, aún calientes, de la realidad concreta. Me quiebra el alma pensar que todo es sólo la proyección, el boceto anómalo de pensamientos erráticos que se movilizan interceptándose monótonos en algún confín de la conciencia. Me supongo resto de algo y no parte capital de un todo. Sin embargo, no me lleva todo esto a sufrir más, sino a un peor sufrir, porque hasta para sufrir es necesaria una norma, una convergencia ética, para que el sufrimiento no caiga en el agujero insano de la nada. De todas formas, encontrar la aventura en uno mismo es el mayor beneficio de cada día, es la bendición estampada en los declives de tu rostro, en la sonrisa (forzada o no) que te propone tu propia imagen. La sumisión derretida en el cristal azogado, pero la sumisión a una imagen protectora, llana, y experta en verte otros días derrotado e insumiso. Por eso hoy es un día diferente, porque la dialéctica surgida entre mis dos personajes a ambos lados del espejo ha llegado a concluir y resumir sus diferencias en un principio de armisticio, no sé si pasajero o eterno, una paz de comienzo y fin dudosos, entre mi imagen y yo mismo. Creo sorprender en ocasiones un desfase, una mínima alteración temporal que pervierte la realidad de la reflexión en el cristal. Pienso en la soledad del espejo cuando no estoy frente a él; pienso en las oscuras noches de los espejos abandonados y huérfanos de luz y movimiento; a veces creo ser yo mismo el elemento que refleja las luces y sombras de lo que me rodea. Y muchas veces pienso en el día en que deje de importarme saber en qué lado del espejo estoy. 

5.1.13

280. Ha nacido la bionética


          Queridos feligreses:

          Hoy conmemoramos en la Parroquia de Nuestra Señora del Olvido Perpetuo el martirio y posterior ascensión al Reino de los Cielos de nuestro patrón, el Niño Silas. En estos días en que aún vibran en los oídos los últimos mugidos, balidos, rebuznos, cloqueos y relinchos de la feria de ganado, nos avenimos todos a un tiempo de recogimiento y reflexión, de introspección de nuestras almas y de balance moral de nuestras conductas durante el año agropecuario que ahora termina. A mí, como párroco vuestro que soy, me la suda, y muy mucho, tanto vuestro comportamiento como los pensamientos e ideas que los suscitan y apuntalan. Es más, si murierais todos del exantema tífico que merecéis, me seguiría dando lo mismo. Ya sé que desde este púlpito que me habéis construido con botes industriales de pintura y argamasa robada no debería deciros estas cosas, pero como no veo ni a una puta rata en la Casa del Señor, ni aun sabiendo que hoy es el día del Santo Patrón, esto me da derecho a deciros lo que me salga de las nalgas. Os llevo observando (siempre desde lejos) más de una década, y habéis conseguido darme todo el asco que se puede dar. Sois dadores de asco, eso es. Es en lo único que sois pródigos, desprendidos y generosos. Como párroco de una feligresía tan asquerosa no me siento feliz, esto es fácil de entender, pero es que además de asquerosos, hermanos míos, sois de una fealdad que abruma y asusta a un orco. Sois de un horripilante que atrofia hasta la última papila sensorial del hipotálamo, y oléis mal, sí, oléis a excremento viejo y reciente a la vez y durante todo el día, a menstruación terminal y a sudores sólidos, oléis a maldad, porque es que además de todo lo anterior poseéis una clase de maldad ancestral, primigenia, emanada directamente del averno. No, no soy nada feliz entre vosotros y comprendo muy bien al Niño Silas, nuestro querido patroncito que, aún nonato, ya sabía lo que se le venía encima y es por ello que prefirió no nacer, no veros nunca y permanecer de modo sempiterno en el útero materno donde desarrolló su apostolado y ejerció su magisterio orgánico rodeado de tiernas y jugosas vísceras, de tenues y comprensivas glándulas y acompañado de los fluidos y secreciones protectores propios de una atmósfera cerrada y dulce. Vosotros, pues, que vagáis desorientados en vuestra propia bazofia existencial y en los albañales de vuestra inconsistencia moral no esperéis de mí lo que no podéis esperar de vuestra inanidad. Moríos entre estertores de pecado bufo e ignominia sanguinaria, entre los regustos amargos de vuestro mal gusto mortecino y, en fin, avasallad lo que queráis mientras un próximo respiro os asegure unos segundos más de vida. Porque yo me voy, os abandono a vuestra mala suerte. No quiero que me salpiquéis cuando estalle el big bang de vuestra infame insania. 

          Y la misa que la acabe vuestra puta madre.