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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



5.6.13

299. La honda esperanza (borrador)


          La gastronomía no es la ciencia adecuada, ni la frenología lo es, y si me apuran, tampoco la topografía lo sería. Con la electrobotánica y la calistenia holística ya nos vamos acercando algo más a lo esencial de lo que hoy nos reúne. Las feligresías de la ciencia son, como ya saben, muy proclives a la diáspora y a la, ¿cómo lo diría?, a la disipación momentánea de lo absoluto en pos de estelas de cometas que las desintegren todavía más, si es que ello fuera posible. Tenemos, pues, un supuesto, ¿qué supuesto? No lo sé. Hace demasiado frío para pensar y demasiado calor para escribir. Los días vuelan, Marcelo, el tiempo fluye en caída libre o cae precipitadamente en un libre fluir; el tiempo más que pasar parece que huye a la desesperada o desespera en su constante huir. Será por ello por lo que las personas que conozco y las que intuyo y las que ni siquiera sospecho de su existencia renuevan su osadía, su ira irreverente hacía mí y hacia ellos mismos. Que sí, Marcelo, que todos no sentimos odiados, porque odiamos todos los días, y para el odio imperecedero, la práctica diaria es fundamental. Seremos un montoncito de polvo cuando muramos, pero polvo enajenado. Amaremos, acabaremos amando nuestros odios como amamos los tesoros inmaculados que guardamos en el alma. Porque para odiar hay que tener alma, igual que para amar hay que tener conciencia. El enemigo nunca nos podrá faltar porque lo detentamos en primera persona. Somos el capitán de la banda de malhechores que nos acechan en las estribaciones de cada pensamiento, de cada vuelta de tuerca en que hemos convertido estos días soleados de primavera eterna o de terebrante invierno. Te noto asombrado con mis palabras, Marcelo. No pienses demasiado en ellas, como tampoco lo deberías hacer con el mucílago de letra impresa que la canalla progresista y la fatua reacción vuelcan en tu portafolios. Hazme caso y abandona a los electromensajeros del averno herziano o catódico, a las infusas brujas cibernéticas e incluso a tu profeta de cabecera, abandónalos a todos menos a mí, Marcelo. Ya sé que no soy tu padre y que mi hijo acabó con mi vida hace tres años en un rapto de hombría, que tu hermana no te estima lo suficiente, que tu madre ya no te da golosinas y que tus primas han vuelto a ejercer la venérea labor en los barracones del puerto. Ya muerto, diabético y sordo, me refugio en este reducto adimensional del fácil consejo y te instruyo modestamente en las artes de la conciencia social, del humor ágrafo, de las audiciones asíncopas, de la lectura inversa, de la alimentación anodina, del contoneo metafísico y de la abulia constructiva. No me defraudes, Marcelo.