Soy la demostración palpable de que se puede vivir en un pozo. Un pozo seco, profundo, bien construido, con el grado de humedad justo y con el mínimo volumen para el intercambio necesario de oxígeno y carbónico. Algo más de metro y medio de diámetro, el suelo de arena compactada, cemento en bruto recubriendo las paredes y allá arriba un brocal abierto a la luz del día y a la oscuridad de la noche. Llevo un tiempo que ya no puedo medir en el interior de este pozo. Nadie me empujó, ni sufrí un accidente, simplemente estoy aquí, algo inquieto, esperando que las cosas empeoren, que comience a arañarme el hambre o la sed, que la angustia vaya poco a poco apoderándose de mi conciencia, que la soledad se haga tan presente que me aplaste contra las húmedas paredes, que aparezca el grito y la desesperación. Pero todavía eso no ha llegado, todavía me protege un miedo discreto, un terror manejable, una apatía confortadora y una abulia algo enigmática. Miro muchas veces hacia arriba cuando algo de luz dibuja una circunferencia, como un lívido sol o como una extraña luna azul sobre mi cabeza. A veces distingo una estrella y a veces una nube. Tengo todo el tiempo para pensar, pero no pienso. Todo el tiempo para analizar las posibilidades de salir de aquí, pero no investigo ninguna. A veces tengo el convencimiento de que no tengo ganas de salir, creo que no me interesan ni la estrella ni la nube, ni saber por qué estoy aquí, ni cómo llegué. Sí sé que más tarde o más temprano comenzaré a sentirme mal, a notar el calambre del desasosiego, el ardor de la esperanza, la insidia de rebelarme ante esta situación tan extraña, pero tan real. Sería muy fácil pensar que alrededor del pozo en el que estoy existen millones de pozos iguales, en cada uno de los cuales sobrevive un hombre, una mujer, un niño..., cada uno en su mundo artesiano, cada uno en su burbuja de cemento. Me libraría este pensamiento de la responsabilidad de salir, de diseñar mi vida en función de la libertad que me daría asomar mis ojos por encima del brocal, y comprender la sorpresa o la decepción (la aventura) que me espera fuera. De momento me mantengo en la espera, y sí que empiezo a animarme, recolectando aquellos elementos energéticos necesarios, de los pocos de que dispongo aquí abajo, para en algún momento, que espero no muy lejano, poder afrontar la subida, que imagino bastante trabajosa.
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FUMPAMNUSSES!
¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.
¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.