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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



6.1.13

281. Y el mono sabía francés


          Si me miro a mí mismo veo un símil de hombre muy parecido a cualquier otro. Me gustaría sorprenderme a veces, encontrar en los entresijos del espejo algún dato usurpado a introspecciones anteriores, quizás algún atisbo, aunque fuera inhóspito, de un rasgo misterioso en mi carácter, en aquello que el rostro deja entrever del mismo. Quisiera ver la maldad inherente a esa mirada de arrugas que expolian la otrora tersura de los ángulos de mis ojos. Deseo desentrañar la bondad que tal vez subyaga en las manchas pardas que la edad redondea por doquier en ese páramo de extrañeza y ansiedad en que se está convirtiendo mi cara. A menudo creo ser un gesto continuo, a la vez en constante expansión y contracción, a la vez momificado y pétreo, a la vez hundido y reflotado por sonoros estertores. Una agnosia demoledora se engrana en lo que me rodea dejando tan solo las esquirlas, aún calientes, de la realidad concreta. Me quiebra el alma pensar que todo es sólo la proyección, el boceto anómalo de pensamientos erráticos que se movilizan interceptándose monótonos en algún confín de la conciencia. Me supongo resto de algo y no parte capital de un todo. Sin embargo, no me lleva todo esto a sufrir más, sino a un peor sufrir, porque hasta para sufrir es necesaria una norma, una convergencia ética, para que el sufrimiento no caiga en el agujero insano de la nada. De todas formas, encontrar la aventura en uno mismo es el mayor beneficio de cada día, es la bendición estampada en los declives de tu rostro, en la sonrisa (forzada o no) que te propone tu propia imagen. La sumisión derretida en el cristal azogado, pero la sumisión a una imagen protectora, llana, y experta en verte otros días derrotado e insumiso. Por eso hoy es un día diferente, porque la dialéctica surgida entre mis dos personajes a ambos lados del espejo ha llegado a concluir y resumir sus diferencias en un principio de armisticio, no sé si pasajero o eterno, una paz de comienzo y fin dudosos, entre mi imagen y yo mismo. Creo sorprender en ocasiones un desfase, una mínima alteración temporal que pervierte la realidad de la reflexión en el cristal. Pienso en la soledad del espejo cuando no estoy frente a él; pienso en las oscuras noches de los espejos abandonados y huérfanos de luz y movimiento; a veces creo ser yo mismo el elemento que refleja las luces y sombras de lo que me rodea. Y muchas veces pienso en el día en que deje de importarme saber en qué lado del espejo estoy.