Ayer, toda la noche me la he pasado transportando unos documentos muy importantes manuscritos con tinta dorada. Una vez que llegaba a los aledaños de una oficina toda ella de madera (el edificio completamente de madera) la tinta de oro se desvanecía, se disolvía en el aire y quedaban los documentos en blanco. Una angustia perpleja me invadía y corría de nuevo a mi lugar de partida, pero antes de llegar despertaba de mi sueño con una inquietud grande. De nuevo conseguía dormir y de nuevo me veía transportando, ahora con gran cuidado, los mismos documentos hasta la oficina de madera, y otra vez veía anonadado cómo todas las doradas letras volaban en el aire. Así que otra vez volvía y otra vez me despertaba desesperado y sudoroso. Así he estado toda la noche. Me he levantado, he ido al baño, he bebido agua, he paseado por el pasillo, pero nada ha servido; una vez acostado me vencía el sueño y otra vez el mismo delirio surgía una y otra vez. Me he levantado muy temprano, me he duchado, he tomado café y me he ido al trabajo.
Este es el sueño que denominaremos S1.
El pasado miércoles, es decir, hace ahora tres días, el sueño fue el siguiente: mi tía Adoración, una mujer menuda, soltera, muy religiosa, de unos setenta años llegaba a una casa que no es mi casa, pero que en el sueño sí lo era. Me traía unos pasteles de chocolate enormes muy mal envueltos y encintados, como si alguien hubiera desenvuelto y vuelto a envolver el paquete. Al tomar en mis manos el regalo de mi tía, noté que en su interior algo se movía y mi angustia se hizo palpable al comprobar que de su interior empezaban a salir una ratas negras de ojos y hocicos rojos que comenzaron a escalar mis brazos y a introducirse veloces por el cuello de mi camisa. Me desperté de inmediato haciendo aspavientos y desgarrándome el pijama entre gritos de locura.
Este es el sueño que denominaremos S2.
El pasado lunes, es decir, hace ahora cinco días, soñé lo que sigue: volaba en un antiquísimo aeroplano de la primera guerra mundial, un Fokker, o un Junker, no recuerdo, el caso era que me sentía aterrado pues no sabía cómo manejar los mandos, pero es que además, cuando los agarraba con mis manos sudorosas, los mandos se reblandecían y quedaban como una masa gelatinosa y pegajosa. Miraba a través del cristal y veía que me precipitaba a una velocidad inquietante hacia una iglesia dispuesta en la cima de una loma, iglesia que se hallaba ardiendo por los cuatro costados. Pronto desperté con la exaltación pavorosa del impacto seguro. Luego me sentí humillado al notar una fría humedad en las piernas. Efectivamente, me había orinado.
Este es el sueño que denominaremos S3.
El sueño de la noche de hace siete días fue así: una mujer de rasgos orientales, de piel luminosa, ataviada con un sucinto velo de seda y de una belleza más allá de lo voluptuoso, más allá de lo imaginado, se acercaba a pasos lentos hacia la otomana donde reposaba desnudo y en un estado de duermevela de sublime relajación. La dama comenzó a desplegar con sus manos finas y poderosas, con su boca fresca y ágil y con todo su cuerpo todo el arsenal de sus artes amatorias. Fue un sueño largo, profundo, culminado, enaltecedor, un nirvana de placer como nunca he conocido. Al despertar de manera natural, triste por la pérdida del cielo, no me sentí humillado al notar una humedad (muy diferente a la humedad de S3), sino feliz y dichoso por el plácido y sensual desarrollo de la onírica experiencia.
Este es el sueño que denominaremos S4.
Si tuviera obligatoriamente que elegir entre S1, S2, S3 y S4, como sueño que tendría que experimentar todas las noches del resto de mi vida, sin duda elegiría el S4, pero, vamos, sin duda alguna.