Dionisio Menthicatto, ése es mi nombre cuando me lo preguntan, pero cuando no lo hacen, mi nombre es Eduardo, así, a secas, el Eduardo. Tengo una tienda de ultramarinos en una barriada cerca del campo del Betis y soy de esas personas que a más de ser feas dan un poco de asco, si señor, y bien que lo siento, ya lo creo, porque además es que no soy muy buena gente que digamos, robo lo que puedo a las clientas y me ensaño con el ayudante que tengo (que tenía), Ceferino, que es medio bobo y marica entero. Así que no tengo por dónde cogerme. Además por más que me lavo huelo a guiso de nabos todo el tiempo. No entiendo cómo me casé con el bombón con el que me casé: Miss Holyday 1975, palabra. El Holyday era una discoteca a la que íbamos todos los catetos en aquellos días. Bueno pues, no sé qué le pasó a la muchacha, que fue llegar yo, con mis pantalones acampanados palo de rosa y mi minipul morado, que me dejaba al aire el ombliguillo con pelusa, y a ella entrarle un miserere en la entrepierna que todavía le dura. Ya está mayor, pero navega todavía, la tía. A Ceferino lo maté, sin querer, pero lo maté. Le dejé caer encima doce barricas de arenques en el almacén y falleció el pobre maricón en el acto. Últimamente he contratado por horas a un moro, que no trabaja mal el tipo, pero mira a la Luisa (Miss Holyday 75) de una manera que no me gusta un pelo, y es probable que cualquier día sufra un accidente, si no con arenques, producto que ya no se consume apenas, con tambores de 5 Kg de Ariel®, ya veremos. Me quedan todavía algunos años para la jubilación y mi intención es volver al pueblo. Nací en un pueblo de Burgos, Brazaleños de Oña, una mierda de pueblo, que contaba cuando me marché con sesenta y cinco habitantes, treinta y cuatro de los cuales eran bizcos y el resto no, pero estos treinta y uno con vista normal eran mal vistos por los bizcos y siempre andaban a la gresca entre ellos. Se preguntarán ustedes a qué grupo pertenecía yo, pero no se lo voy a decir, porque ya he dicho que no soy lo que se dice una buena persona y seguro que no me creerían dijera lo que les dijera, así que dejemos el tema. Por lo visto ya no quedan en el pueblo más que tres viejos y una cabra añosa. Cuando llegue me haré alcalde a las primeras de cambio y a la Luisa la hago concejala de fiestas y festejos, eso es. Si la cabra es la cabra que me imagino, se acordará de mí.
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FUMPAMNUSSES!
¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.
¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.