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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



19.4.13

290. La chacha de tito Alberto


          Hubo un escritor suizo que murió de manera súbita mientras paseaba por la nieve, que durante toda la noche había estado cayendo sobre el jardín que rodeaba el manicomio en donde permaneció internado sus últimos años. Se llamaba Robert Walser. La nieve, obviamente, no sólo cayó en el jardín del manicomio, sino que nevó en otros muchos lugares colindantes o no. Lo encontraron a las pocas horas, cuando lo echaron en falta a la hora del chocolate con mojicones, fruslería ésta que le volvía cuerdo de tanto como le gustaba. La nieve, pienso yo, debía de haber cesado en su caída cuando ocurrió la caída del señor Walser, porque de no haber coincidido el cese en la caída de una y la mortal caída del otro, la primera hubiera cubierto el cuerpo yacente del segundo y no hubieran dado con él hasta que la nieve se fundiera, fenómeno este que, estando en Suiza, puede tardar en ocurrir semanas o meses. A Franz Kafka le gustaba mucho leer a Robert Walser. Igualmente, como a todos los judíos, le gustaba sobre manera un buen tazón de cacao con bizcochitos. No se conocieron personalmente, tan solo se conocieron de manera impersonal, utilizando métodos de transmisión telepática o mesmérica. Y no se gustaron. Se admiraban, sus escritos los estimulaban recíprocamente, pero sus locuras eran antagónicas y ninguna de sus costumbres cotidianas se avenía a un corolario paralelo. Todo esto demuestra varias cosas:  1ª) Los dolores de cabeza que a menudo me acometen son o no son, pero siempre serían. 2ª) La bufanda barata que me regaló Cifuentes fue o no fue, pero siempre estuvo. 3ª) El palacio de los Marqueses de La Algaba asume o no asume, pero siempre prevaleció. 4ª) Frank Zappa elaboró o no, pero casi siempre moría. 5ª) El regaliz marinado hubiera existido o no, pero nunca lo contrario. Walser y Kafka no obtuvieron en vida reconocimiento alguno por su obra. La tisis acabó con el checo cuando aún era joven. La tisis no acabó con el suizo cuando aún era viejo. Yo, que sostengo la tisis interior de mi desdicha, iré en verano a Suiza. A Praga ya fui, invitado por un grupo de disidentes literarios, los llamados "Ágrafos Itinerantes". Si algún día, en medio de la lectura de algún micrograma de Walser, o de alguna carta de Kafka, sienten un tenue dolor de cabeza, anúdense una bufanda barata al cuello, dirijan sus pasos al palacio de los Marqueses de La Algaba, pongan en su iPod la canción de Frank Zappa "Titties and beer" y traguen una a una once barritas de orozuz Zara®, y ya verán ustedes como...