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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



22.11.15

364. Oasis de mutación



        El oligarca y el plutócrata, al alimón, veneraban la pequeña figurita de la virgen prehistórica de rasgos esteatopígicos, que encontraron en las excavaciones de verano en la meseta etíope de El Awash. El oligarca, que se llamaba Pluto, y el plutócrata, que se llamaba Oli, eran amigos desde los tiempos de las dictaduras férreas del Pacífico, cuando el malva obsceno del Mar de la China tomó aquel color ocre a consecuencias de la sangre vertida en sus orillas. Oli y Pluto, amantes de lo antiguo y arqueólogos diletantes, se conocieron en y durante las matanzas de Shu-long, al sur de la antigua Camboya. Pluto desconocía el significado de la palabra mesenterio y Oli desconocía el significado de esa y de muchas otras palabras más. Las avispas de Ceilán (actual Sri Lanka) picaban a ambos por igual, incluso si no estaban en Sri Lanka (antigua Ceilán). La mujer de Pluto era una nórdica alta de ojos zarcos y largas piernas, que acostumbraba a enfundar en una medias negras de tupida rejilla y que de costumbre acababan en unos escotados zapatos con tacones de longitud inquietante. Sus pechos, de gravedad inversa, atesoraban volumen y sensualidad a partes iguales, y las blondas de su pelo enmarcaban unos rasgos faciales pícaros, intensos y voluptuosos, que llamaban poderosamente la atención de cualquiera que la veía. Oli no se casó nunca, pero hizo del vicio solitario un arte, que dejó expuesto en un famoso manual que fue distribuido por el sudeste asiático por la editorial greco-alemana Paidós-Wickmann, siendo al poco tiempo la venta y difusión de la publicación prohibida en los demás continentes conocidos. El plutócrata Oli conservó siempre su buen aspecto de hombre de mundo, aunque el reblandecimiento de médula devenido de sus prácticas onanistas, le sumió en su sexta década de vida en un parkinsonismo grado IV-c, según la escala de Minkof, de muy difícil tratamiento. No obstante, su pasión arqueológica lo siguió llevando por africanos derroteros, siempre acompañado por su incondicional amigo Pluto. Los involuntarios movimientos de los miembros de Oli constituían una inesperada y sobrevenida ayuda en las excavaciones, su cuerpo, a la postre devenía en una especie de pequeña excavadora, que removía de manera suave y ligera las zonas de búsqueda. La noticia del fallecimiento de ambos causó una gran consternación a sus familiares más allegados, una consternación normal a los numerosos conocidos que ambos tenía en diferentes lugares del mundo, y una escasa o nula consternación en todas aquellas personas que nunca llegaron a conocerlos, ni siquiera de oídas. Hubo, a la sazón y sin embargo, alguien que no sólo no se consternó por tan triste suceso, sino que se alegró. Sí señor, la mujer de Pluto. Al enterarse de la invasión de hormigas rojas gigantes en el pozo nº 2 de las excavaciones etíopes de Aksum, que devoraron en cuestión de segundo a los dos amigos, saltó de alegría en su apartamento de Bonn y se tomó dos vodkas bien despachados. Detestaba a Oli, el pajoliento, y no quería nada de nada al bueno de su marido Pluto. La muy pluta...

21.11.15

363. Dos pochicles, un polo y un napolitano


          ¡Atención, atención! Ha llegado a esta localidad el tapicero. Forramos en cualquier tipo de tela todos los muebles susceptibles de ser tapizados, es más, tapizamos aquellos muebles no susceptibles de ello. Tapizamos igualmente objetos ajenos al concepto de mueble en sí mismo, es decir, tapizamos cualquier tipo de objeto, ya sea suntuario o despreciable. También encolamos y restauramos todo tipo de conceptos, ideales, entelequias, sistemas de pensamiento, algoritmos lógicos, corpus filosóficos o dualismos metafísicos.
           ¡Atención, atención! Ha llegado a esta localidad el tapicero. Tapizamos con materiales de primerísima calidad (la mayor parte de las veces) todo tipo de pasados y presentes, árboles genealógicos, fes de bautismo, certificados de buena conducta, archivos de limpieza de sangre, manuscritos comprometedores y todo aquello que su imaginación considere que suponga un beneficio para su propia felicidad o la de su familia, si fuera debidamente tapizado.
          Sin compromiso alguno baje y vea nuestras ofertas, déjese informar y comprobará con sorpresa que un tapizado no es tan caro como usted pensaba. Por seis millones seiscientos mil quinientos cincuenta euros le tapizamos el mueble bar completamente, y por tres millones de euros más le tapizamos el útero a la bailaora flamenca que usted elija. Apúrese, porque esta oferta sólo estará vigente hasta el próximo martes. 
          Le informamos que sigue en pleno vigor la oferta del mes: le tapizamos dos prótasis, tres epístasis y cuatro catástrofes al precio de tres catástrofes, dos epítasis y cuatro prótasis. No lo piense, es una oportunidad que nunca más se le va a ofrecer. Los más exigentes exégetas del tapizado, ya sea coránico, bíblico o talmúdico, acuden prestos a la furgoneta a solicitar de nuestra acrisolada profesionalidad los más enjundiosos trabajos de forristería avanzada. 
          Y como novedad de esta temporada les presentamos el tapizado invisible, algo caro, pero que deja los sofás, los capitonés, la butaca del abuelo, el escabel de la abuela, el tú y yo de los titos como si no hubieran sido tapizados, algo digno de ver. Conserve el aspecto e incluso el tufillo añejo de sus muebles más queridos, siga contemplando con sonrisa benevolente la mancha de orina que adorna el balancín del yayo. Todo parecerá como antes con nuestro inigualable tapizado invisible.
          ¡Señoras y señores! Ha llegado a esta localidad el tapicero. La vida no les va a ofrecer oportunidades como esta todos los días. Es probable que sea la última vez que pasemos por esta bella villa antes del Juicio Final. Analicen sus conciencias, su alma, sus pensamientos sucios, sus ansias galvanizadoras. Investiguen sus deseos, sus recelos, sus vulvas, sus escrotos, asegúrense de que realmente no necesitan que se les tapice nada. Piénsenlo. Estaremos hasta las cinco de la tarde en la esquina de la frutería del chino.

20.11.15

362. ¿Conoce alguien la Teología Molinista? ¿Eh?


          El inspector Lasarte sólo tenía un pulmón, el derecho. El izquierdo se lo llevó una bailarina turca en un descuido, mientras Lasarte evisceraba un lechoncillo para que, una vez asado, sirviera de refrigerio tras el más que seguro coito con la danzante otomana. En un pispás, pues, el inspector perdió el pulmón, el coito y el lechoncillo, olvidado éste en el horno al salir en persecución de la ladrona de pulmones. Pero poco se puede correr con un solitario pulmón, así que Lasarte, asfixiado, disneico y azul, desistió y se tumbó bajo una acacia que parecía un tilo. Ya en otra ocasión, en Amberes, le habían robado un trozo no despreciable de aorta, pero aquella vez pudo recuperarlo gracias a un certero lanzamiento de sus boleadoras pamperas, que dio con el pillastre en el asfalto, muy cerca del Grote Markt. Me duelen las cosas que le pasan a Lasarte, porque Lasarte soy yo. Soy un inspector muy desgraciado, quizás el más desgraciado del Cuerpo. Sé que es una especie de estilema, un lugar común en la literatura y el cine, la figura del policía triste, vapuleado por la amargura del oficio, un personaje escéptico rodeado de un aura de cinismo y soledad, bebedor compulsivo, sin amigos, hombre de pasiones efímeras y violentas, un ser que deambula a pasos cortos hacia su autodestrucción. Bien, pues exactamente así soy yo, igualito, igualito. Pero además soy más cosas. Soy, por ejemplo, un alegre poeta dominical que se comunica divinamente con todas las aves del parque, soy un amante del olor de los museos, de todos los museos del mundo, amo a las mujeres que veo de lejos por las calles solitarias, soy un devorador de paisajes nocturnos, experto en lunas y perito en soles últimos, escribo los poemas que me dicta un joven bohemio, que anida desde siempre en mi corazón y que sin pagar alquiler se ríe desaforado de mí en cada juntura que encuentra entre mi sueño y su vigilia. También adorna mi carácter el miedo primigenio a los humanos, esos entes indómitos que pueblan las calles, los ámbitos urbanos y rurales que me rodean, y que me miran sin mirarme y a los que miro sin verlos. Me horrorizan casi todos y a la vez satisfacen una parcela gregaria que debe haber en unos de mis lóbulos cerebrales. Los poetas dominicales, ya se sabe, nos hacemos un lío con los más simples de los conceptos. En el fondo soy un inspector de policía bastante tonto, no resuelvo casos, los doblego con palabras, los corrompo con deseos de solvencia, los matizo con la falsa profesionalidad de la pose y describo los finales felices que a menudo coinciden con la capacidad decisoria de la judicatura. Me gustaría casarme, aunque fuera con Bahyya, la chica bailarina de Ankara que me robó conscientemente el pulmón izquierdo e inconscientemente el corazón en su totalidad. La busco desde aquel día por zocos y aeropuertos, por conventos y desiertos, por lupanares y circos. Cuando la encuentre le declararé mi amor en cinco idiomas diferentes, y a su padre le regalaré mis preciadas boleadoras pamperas. Claro que sí.

8.11.15

361. De vueltas con John Cage


          El canto rodado tiembla en sus contornos bajo el el agua agitada del arroyo. Ya se aleja el jinete que lo ha hoyado con la prisa de la huida. El arroyo vuelve poco a poco a aquietase y a sembrar el silencio alrededor, donde el musgo de la orilla se alía y se solapa con los líquenes antiguos de la piedra. Se diluye en la lejanía el fragor de los cascos del caballo y el jadeo estrepitoso del jinete y el tintineo de los cálices robados en la ermita. Aires de latrocinio hacen girar la veleta, vientos de codicia, vendaval de pecado... Las ánimas regresan al pequeño cementerio, dirimen sus cuitas, debaten quejas y lamentos y vindican la justicia de los muertos.
          El sereno lo cubre todo, ya el rocío pigmenta de alfileres la superficie oscura, la clorofila enmudece en el campo anochecido, y el fugitivo retuerce el ansia de su pobre corazón acurrucando el oro sacro en su regazo sacrílego.
          Las almas de los muertos cantan y tañen con las cuerdas de ultratumba la música coral de la venganza. Son turbias y desabridas con los ladrones de objetos sagrados. Se ceban en ellos con la drástica sevicia de los entes inmateriales y les niegan la piedad como jueces inmisericordes y soberbios. 
          En el amanecer se disipan como espíritus que son, dejando la plenitud complaciente de oquedades satisfechas. El brezo se despereza, la alondra tensa líneas en vislumbres de la aurora que regresa. Y en sueños de sangre el jinete despierta en una maraña de frío estupor, despierta a un nuevo día con un inefable olor a muerte, porque a la muerte no se la toca ni se la ve, no se la oye, es insípida siempre, pero sí se la huele. A veces desde muy lejos en la distancia y en el tiempo.
          Hay algunos árboles en los campos, en los bosques, bordeando algunas lindes lejanas, que siendo como todos los demás, acogen de manera misteriosa, pero ineluctable, la vida amarga de los suicidas. Un roble viejo, con nudos centenarios y hojas sepultadas de otoños contuvo un segundo el flujo de su savia vieja para resistir el balanceo de aquel joven inerte de cárdena faz y ojos extrañamente proyectados. También el viejo roble vio posados sobre su crespo ramaje unos feos cuervos, extraños en su plumaje y en sus gorjeos horrísonos, que huyeron en direcciones diversas cuando el cuerpo del joven dejó de balancearse y quedó como una plomada eterna, como un extraño fruto de la naturaleza.
                                                                                                                    (A Billie Holyday)

11.10.15

360. El gong de hule


          Eran las 13 horas en el convento y las 11 horas en el refectorio del convento adyacente al primer convento que he mencionado. El libro de horas de Maese Odile iba de mano en mano y de convento en convento como la moneda de valor dudoso que transita igualmente de mano en mano. Las 13 horas del primer convento se ralentizaban (o enlentecían) a medida que las 11 horas en el refectorio del convento adyacente al primer convento se aceleraban. Las horas conventuales divergentes en su dimensión temporal, convergían en cambio, y de manera sorprendente, con otra divergencia, esta de orden espacial, que se traducía en una disposición geográfica alterada, sucesiva, cambiante, de la localización de los edificios religiosos de los que estamos hablando. En el transcurso de un minuto, por ejemplo, el convento primero se desplazaba con respecto al segundo los milímetros suficientes y necesarios para que el convento segundo desviara su veleta con respecto a la veleta del primero, dos coma cinco (2,5) centímetros (cms) o, lo que es lo mismo, 0,33º (cero coma treinta y tres grados). Pero el segundo convento no se movía per se, sino que era el primer convento el que desfasaba su dimensión témporo-espacial en una especie de escándalo libertino ajeno a cualquier metafísica kantiana y no digamos a una lógica euclidiana. De cualquier forma, y como consecuencia de lo dicho, las nubes, que ensombrecían de manera natural el huerto del segundo recinto conventual, ensombrecían, debido al mencionado hecho insólito, ensombrecían, decía, de manera súbita, de pronto,  las acacias de la finca del Marqués de la Asolada, finca adyacente a los dos conventos adyacentes, acacias bajo las cuales, sus hijas (las hijas del Marqués), a la sazón llamadas Felicia y "la Tonta" babeaban de gusto (o placer) con los pellizquillos de los muleros. Esta acrobacia témporo-espacial de los conventos adyacentes hacía de la comarca un entorno favorable a la aparición de fenómenos muy paranormales e incluso esotéricos. Demiurgos de todo pelaje, astrólogos, masones, magos, médiums y brujas diplomadas o cimarronas acudían en tropel al lugar en busca de hitos mágicos que llevarse a sus tristes historias vitales. Abdelaziz, el tunecino, Xing Ping, el pequinés, Kuhn, el renano, Mejías, el gitano, Carminha, la meiga de Porriño, y muchos más acudían el tercer lunes de cada mes a los aledaños de los conventos adyacentes en busca de lo inaudito. Un día de San Nemesio ocurrió lo que reseño a continuación: se apareció San Nemesio con su atuendo de visigodo pobre en el jardincillo del claustro del primero de los conventos. Este San Nemesio aparecido contemplaba extasiado la aparición del mismo San Nemesio (es decir, de él mismo, o sea, de sí mismo) en el jardincillo del claustro del segundo de los adyacentes conventos, que a su vez, y con extasiada contemplación, contemplaba extasiado la aparición de sí mismo en el jardincillo del primero de los conventos. Por entre los arbitroles de la balaustrada se asomaban los demudados y pintorescos rostros de los druidas venidos de todo el orbe para asistir a los extraños acontecimientos que se desarrollaban en la misteriosa comarca. Como pintor de Corte que soy, me hallo a la espera de que aparezca la Reina Madre con su séquito de enanas y su valido, el conde de Saussere. Voy a pintar un gran lienzo en el que dispondré a las enanas como si fueran hipertrofiadas ánforas o botijas de olivas aliñadas alrededor de la Reina metamorfoseada en burra ajada y añosa, mientras al Conde lo pintaré en un segundo plano semihundido en un gran odre de altramuces en salmuera. Como la espera se me hace larga, continuaré leyendo el capítulo XII del libro de horas de Maese Odile, del que no me entero de la misa la media, ya que la versión que de mano en mano va, y que es la que en este momento tengo en mis manos, es en catalán, y yo no sé catalán, aunque de vez en cuando goce mucho haciéndome un repayés. 

10.10.15

359. Mujeres descuartizadas


          Esperando a Godot me acordé de un alumno del Liceo Alemán, que se llamaba Otto Föller. No éramos amigos, pero tampoco enemigos, éramos inconstantes en nuestras relaciones de émulos discentes. Yo lo miraba unas once o doce veces al día y él a mí, lo mismo. Nos dirigíamos unas once o doce palabras al día, a veces menos, a veces más.
          Esperando a mi amor me acorde de una alumna del Liceo Alemán, que se llamaba Dolores Salman y que nunca llevaba ropa interior, a excepción de unas bragas de organdí coloradas, una combinación de muselina morena, un sostén de su madre y un refajo de corsé con ballenas de aluminio reforzado de una tía abuela putativa suya.
          Esperando que la fiebre me bajara recordé al conserje del Liceo Alemán, cuyo nombre me recordaba a los bosques de Boulogne. Se llamaba Bosch Bulong y era un borracho de Baviera afrancesado y masón, de espíritu disipado y maneras de señor (o espíritu señorial y maneras disipadas, no recuerdo bien).
         Esperando que mi perro Trütto hiciera sus necesidades, me acordé de la prostituta Lana Munt, que ejercía en la tapia del Liceo Alemán las labores propias de su profesión. Era dulce como la manteca de Oslo y cálida como la cera de los cirios de las iglesias de Minsk.
        Esperando a mi camello en la esquina de Lexington con la calle 21, me acordé de un profesor de ética del Liceo Alemán llamado Hans Frogmann, me acordé de su peluca de bucles rojizos, de sus atuendos atrevidos de drag queen procesada, de su llanto avasallado.
          Esperando en el corredor de la muerte, me acordé del capellán del Liceo Alemán, el hombre más puro que jamás he conocido, el clérigo más translúcido que pisara los baldosines del Vaticano. Se llamaba Joseph Aloisius Ratzinger.
          Esperando a que mi próstata me permita una, aunque sea dolorosa, micción completa, recuerdo al sochantre del coro del Liceo alemán, Ruffino Ucello, timorato musicólogo toscano, expatriado y misógino, que nos deleitaba con su silbo armonioso y agudo, producto de una peculiar conformación labial leporina y una característica bífida de su larga y vibrátil lengua. 
          Esperando al autobús (guagua) C-4, cuya última parada se localiza en el espacio y en el tiempo después de la penúltima (algo inaudito en una línea circular), me acuerdo con vívido fulgor y exactitud en los detalles del jardín botánico del Liceo Alemán, y de su jardinero, Hugo Timms, aunque quizás no sea tan vívido el fulgor ni tanta la exactitud de estos recuerdos, es más, quizás no hubiera jardín botánico en el Liceo, quizás el señor Timms no fuera jardinero, sino maestro pastelero (Tortemaster) en una novela de Robert Walser.
          Esperando bajarme (apearme) de este autobús C-4, concluyo en que me va a resultar imposible hacerlo, no veo las puertas, no hay ventanillas, sólo percibo el traqueteo incesante de las ruedas sobre los viejos adoquines de las calles de esta ciudad alemana fronteriza. ¿Fronteriza? ¿Fronteriza con qué? ¿Alemana? ¿Por qué alemana? En el autobús sólo hay dos personas más: un señor mayor vestido (disfrazado) de Honoré de Balzac cuando joven, y una mujer desnuda de unos treinta años disfrazada de mujer vestida de unos cuarenta y cinco o cincuenta años. 
          La sensación de estar esperando persiste.
          Tan sólo sé dos o tres palabras de alemán.

30.9.15

358. Trípticos indecorosos


          Parto hacia una isla del océano Pacífico. Llevaré en el equipaje ciento once (111) cosas, de las que cincuenta y cinco (55) no me gustaría llevar, pero no puedo humanamente deshacerme de ellas. Las otras cincuenta y seis (56) sí son prescindibles. Tómenlo como un juego de ingenio y atrévanse, a averiguar qué cosas pertenecen al primer grupo y qué cosas al segundo. La solución a este pasatiempo se encuentra en la página 118 del periódico que tiene el señor mayor que está a su lado. Las cosas que me llevo son las siguientes:

001. Un almanaque de taco de 1928 Myrga®.
002. Un biombo chino negro lacado con motivos japoneses o, en su defecto, un biombo japonés blanco con motivos chinos.
003. Tres galones de queroseno.
004. Un retractilado de los Power Rangers de 1999.
005. Dos sifones La Pitusa®.
006. Una tesis doctoral robada.
007. Un cuadro de estilo orientalista con al menos once moros en diferentes actitudes.
008. Una reproducción del cadalso donde fue ajusticiada Bertha Proudham.
009. Una viola criolla.
010. Un bote de aceitunas gazpacheras.
011. Un disco de vinilo bastante roto.
012. Un consolador Truckmann®, modelo B-111, azul y con bolillas.
013. Una foto de algún futbolista muerto a cuchilladas.
014. Un cúmulo de recuerdos de cuando mi hijo era tuno.
015. Un sobre de sopa de pollo con fideos, o dos.
016. Seis badajos de campana de diferentes tamaños.
017. Una bomba atómica.
018. Dos botes de blandiblú.
019. Cien flechas con puntas emponzoñadas.
020. Un rifle de goma.
021. Un disfraz de guardia civil.
022. Dos patitos.
023. Ciento once (111) mudas.
024. Ciento once (111) calzoncillos.
025. Ciento once (111) camisetas.
026. Doscientos veintidós (222) calcetines.
027. Una viuda portuguesa.
028. Un lacayo peruano.
029. Mi colección de sellos pornográficos.
030. Dos solsticios de verano.
031. Unas medias de doña Carmen Polo.
032. Un tremendo golpe en una de las corvas.
033. Un quinqué tornasolado.
034. Un gin-tonic.
035. Otro.
036. Un mapa actualizado de Laponia.
037. Un cubrejorobas (tapajibas) tapatío.
038. Un koala ambidiestro.
039. Una lámina con un grabado original de Durero.
040. Una moto añeja.
041. Una falda muy corta, muy corta, como de puta o así.
042. Una botella de vinagre de Jerez.
043. Una caja de caliqueños.
044. Un cartuchito de bisagras oxidadas.
045. El amor de mi vida.
046. Una mesa de billar redonda.
047. Un juego de poleas convertibles.
048. Dos metopas de arenisca.
049. Tomos sueltos de la Enciclopedia Vaticana.
050. "Diario de una golfa" De Sam Wittgenstein Jr.
051. 250 gramos de mojama.
052. Dos toneladas de helado Häagen-Dazs de dulce de leche.
053. Un martillo de bolas.
054. Mi pomada de las hemorroides.
055. Una fallera mayor de la década de los sesenta.
056. Una reproducción en cera de mi cuñada Ramira.
057. Una tarta de boda gitana.
058. Un colibrí de nácar esculpido en tu pecho nacarino, oh, Carmiña de mis amores.
059. Una araña de las gordas, de las que tienen pelitos.
060. Una grúa gigantesca.
061. Dos entradas para una velada de lucha libre.
062. Uniformes de brigadier de varios países de la OCDE.
063. Mil soldaditos de plomo, todos iguales menos once.
064. Un codicilo.
065. Una historia de los tracios.
066. Los aparejos de pesca de alguien de la vecindad.
067. Tres tupperwares grandes y dos muy pequeños.
068. Una estatua ecuestre de un indio.
069. Las flores del pretil de tu escote soberano.
070. Babuchas de piel de reno.
071. Semillas de fresno.
072. Una barretina XXL.
073. Los planos de La Condomina.
074. Un vaciado en yeso de mi culo.
075. Una voltereta con tirabuzón.
076. Un cimborrio de platino.
077. Mis audífonos de doble membrana.
078. Mis cremas Q10 Pretty Skill.
079. La ballesta de mi abuela.
080. Diez paquetes de pipas Sayma®.
081. La concatenación de hechos necesarios para que un hombre acabe siendo eunuco en un harén cualquiera.
082. Unos versos de un poeta-juez.
083. Una trenza arrancada de cuajo.
084. Un pinsapo ardiendo.
085. Una tricotosa.
086. Un formón de los caros.
087. Varios sombreros de copa.
088. Un saco de mandioca.
089. Una blusa transparente con mangas evasé.
090. Una armadura de acero inoxidante.
091. Un brujo cualquiera del Sudán.
092. Una Fender Stratocaster.
093. Un alfanje muy usado.
094. Dos bolsas de plasma fresco.
095. Una jineta disecada por alguien llamado Bruno.
096. Una collera de galgas.
097. Una figurilla pringosa de pitufo comprada en un chino.
098. Unas pestañas postizas.
099. Un reloj de coco.
100. El palio de la Quinta Angustia.
101. Un ejemplar de la Constitución en bable.
102. Las portadas de todos los discos de Jaime Morey.
103. Un saco de baratijas para engañar a los indígenas.
104. El Botafumeiro (no "un" botafumeiro, sino "el" Botafumeiro).
105. Un suspensorio o, en su defecto, un holograma del mismo.
106. Una mujer como es debido.
107. Un repelente de personas.
108. Una caja de Pandora, o un cuerno de la abundancia, o una manzana de la discordia, es lo mismo, pero sólo una de las tres cosas.
109. Un hisopo de vanadio.
110. Una lata pandereta de zamburiñas.
111. Ciento once (111) lingotes de oro.


25.9.15

357. Teodora, Justiniano y Belisario



       El cuádriceps de la luna me oblonga la mirada en esta noche de cielos musculosos y tersa melancolía. La oscuridad tiene muescas, son como diminutas luces embozadas en sus bordes imprecisos. Son destellos inconclusos, cuya misión es dar fe de la presencia plena de lo oscuro en esta noche desarbolada, plana, sin puntos de fuga ni contrastes de finitud cercanos. No es la nada esta noche, sino algo parecido; para serlo necesitaría del aliento vacío de un cuervo innecesario, o del leve aleteo de una lechuza inexistente, o del susurro inacabado de un dinosaurio extinto. No es la nada esta noche, sino algo parecido. En esta luz que desvanece la otra luz que ya se fue, se disipan realidades y certezas, huellas y misterios de inframundos conocidos. Es la ausencia de luz, el fragor de la carencia, el futuro de la aurora, que yace inerte en la eterna duda de una verdad transparente, quizá falsa o esquiva de tan lejana. No es la nada esta noche, sino algo parecido. ¿Y las estrellas? ¿Qué jiga de compases ancestrales ejecutan esta noche de luciérnagas confusas? ¿Qué planta es aquélla que se fusiona y disgrega al ritmo de cometas sediciosos o fraternos? ¿Qué vorágine de esplendores insonoros despliegan esos astros desconocidos, esos astros de espuma crepitante y fulgor atomizado? Pero en lo ínfimo de ser, vivo. Ya no caben en mi noche más infinitos, solo vivo y vivo sólo en mundos pequeños, que vibran nerviosos, que ruedan ajenos como canicas en el bolsillo de un niño divino, de un niño atrofiado en dimensiones agotadas. Y el sueño que no llega, que cesa cuando llega, que viene huyendo de vigilias somnolientas, de duermevelas insomnes. Es un desnivel de la conciencia que, en su distorsión, acompaña al traqueteo ferroviario en que nos sume la vida, o el miedo a la vida, o el terror a la no-vida que es la noche y el miedo inherente a la muerte. No es la nada esta noche, sino algo parecido.

22.8.15

356. Brígida se va


         
Los cantantes ágrafos de Onteniente (Ontinyent) existen en la medida en que dejan de existir las alcuzas de latón en los anaqueles de las tiendas de abarrotes de Totana (Totanya). Esto que escribo es puro estertor abstracto de una idea que persiguió a mi padre y al padre de mi padre, es decir, a mi tío Andresito, ya que éste se acostó con mi abuela y engendró (mi abuela) al padre de mi padre, que, a su vez, en buena lógica, es mi tito. O algo así.
          Cuando niebla en las cumbres del Maestrazgo, truena en el Plantío, y cuando mece el cierzo las espingardas de los soldados del Mons, turbiea el Turia como un Darro ahíto de sangre almohade.
          Almería es mora y aquitana a la vez, como Melilla es el oasis de un Gobi sahariano, castrense y castizo en un unísono de olor a caballa y a sudor de regular tamborilero. 
          África es Levante y Valencia tiene a un Cid Moro con cara de anguila sosa que elude el pasado con afanes tan poco mediterráneos, que la pesca en los deltas y la criba del arroz sarraceno ya no espanta ni a los curas ni a los turistas con poco apego fallero.
          Y subimos por la planicie del Mare Nostrum, del Nostra Damus, del Bambel y del Tornil hasta acotar desmanes crepusculares en los altos del Tibidabo monserratino, desde donde despeñan seminaristas garrapiñados y hermenéutas de guirlache como flores de estrambote carnavalero. Los arrojan al vacío los frailes gordos y viejos y los somatenes que aún resisten en las cumbres gritando consignas anti-republicanas a quien quiera oírlas y en cualquiera de los idiomas civilizados. 
          El Ampurdán arde, el Pirineo estalla de ciclistas veteranos y de aroma afrancesado, todo huele a mantequilla, y el eco de instrumentos de viento antiguo y fuerte ya se oye allende las verdes colinas de oscura turba, de piedras equinocciales  y lagares de vino malo. Soles y lunas como quesos, toda la Naturaleza comiendo sin parar, animales que no cesan, un ansia ganadera, miles de patos, idiomas mortales en bocas de lánguidos pastores, brañas aceradas y mujeres tristes como hombres de lodo noble y temores largos, escopetas humeantes, peces misteriosos, mariscos adheridos al blanco de los ojos, muerte en el cabo de la muerte, 
          Irlanda falsa en cada tiburón, en cada cañada. Las banderas que no existen, vacas y alamedas, los ríos que aparecen, desaparecen y vuelven a volar por encima de esas nubes anodinas que presagian, porque las nubes, dicen mis ancestros, presagian, yo nunca vi a ninguna presagiando cosa alguna, pero es que yo soy de Zamora, que es donde finaliza este relato agricorto, mensurado, caliginero y fadusto, al que salpico con mi desmesurada prosapia de gaditano exento, ubicuo, con problemas personales numerosos, pero gaditano hasta la médula leonesa de mis huesos extremeños, huesos que claman y clamarán siempre por una Andalucía libre, laica, mariana y comunista. Por una Andalucía castellana, monacal, caciqueña y legionaria, porque así lo quiso Dios y porque así lo quisieron los otros dioses, que son tres.

27.7.15

355. El queso de Villalón


          ...y es así cómo se entumecen los próceres, o mejor, cómo se entumecen sus recuerdos, sus recuerdos no, mis recuerdos, los míos son los que se entumecen, aunque no son míos, sino de todos. Mi traje de franela gris, con el que recibí en Estocolmo el Premio Nobel, se me ha desgastado tanto por la parte de la entrepierna, que se han abierto dos boquetes que facilitan directamente el roce de la piel de la parte interna y superior de mis muslos. Yo es que, como mi tía Amparo, he sido siempre muy junto de muslos. A mí, los muslos es (son) la parte del cuerpo humano que me parece más desconocida. Una vez escribí un cuento titulado "El muslo ignoto", que incluí en mi primera antología de cuentos de juventud. Es esta estepa ártica (¿o habré querido decir/escribir: "esta etapa artística"?), bueno pues en esta estepa artística o en esta etapa ártica de mi vida (¡joder, que lío!) en que me hallo por propia voluntad (!?), alejado de los coros de aduladores y de los grupos de presión mediática, recuerdo los tiempos de gloria, donde mi traje de franela gris (entonces sin agujeros) era ejemplo de integridad no sólo textil, sino también moral. Luego, poco a poco, comenzó a aparecer la gente mala que acabó por hacerme huir, por hacer que me escondiera hasta casi desaparecer. Hay compatriotas literatos que consideran la desaparición del autor como algo emblemático de un honrado proceder intelectual; los comprendo, acepto la metáfora, sé lo que quieren decir, pero yo sólo quiero que me quieran bien, no que me quieran mucho y mal. Me gusta la otra gente. Me gusta, en el fondo, la gente que no me lee, la que no compra mis libros. A aquellos literatos les digo que se vive desaparecido para casi todo el mundo, sólo huimos cuando los que nos conocen y nos dicen que nos quieren convierten nuestra vida en un infierno. En esta clima extremo en el que sobrevivo, en este mundo ártico (¿artístico?) cambiante (porque nada cambia más que lo inalterado), suscribo los aspectos de mi vida que nacieron de la parte menos azarosa, de la parte más volitiva y trabajada. Sé que me voy a morir de frío dentro de poco, cuando los agujeros de la entrepierna de mi traje gris vayan creciendo y ensanchando sus perímetros como sendos agujeros de ozono y las consecuentes bajas temperaturas cristalicen mis huesos y luego los pulvericen. Pero ha sido la mía una buena vida, conformada a la bonanza con el mismo espíritu que afronté los malos tiempos (bad times). Aquí en el Ártico no hay muchas tiendas donde poder adquirir otro traje de franela gris, pero seguiré buscando.

26.7.15

354. Un país de enanas



        Cumplo mis promesas, siempre las cumplo, siempre, aunque alguien tenga que morir por ello. Poseo la virtud de la lealtad tan acendrada que incluso paso por alto la muerte de quien sea, con tal de que esa lealtad quede inmaculada.
          Tengo la verdad por bandera, jamás una falsedad ha dilatado un ápice el diámetro de mis pupilas; antes quisiera ver muertas a mis nueve hijas que proferir una sola mentira.
          Mi nobleza es mi coraza, antes la miseria y el exilio, que cometer el más simple acto de vileza.
          Mi valor inefable e indubitable adorna mi paso por este mundo, mundo al que preferiría ver cubierto de llamas antes de que fuera testigo de un suceso en el que mi cobardía pudiera dejar la menor huella.
          Mi generosidad no tiene límites, mejor mil vasallos pasados a cuchillo, que una brizna de avaricia en mi blasón.
          Mi sabiduría es un pozo sin fondo del que me enorgullezco tanto, que la muerte de mis parientes sería un bálsamo, si tuviera que elegir entre ella y la pérdida de mis colosales conocimientos.
          ¿Por qué entonces, siendo fiel, leal, sincero, noble, valeroso, generoso y sabio, me veo rodeado de muerte? ¿Por qué siempre la muerte se retuerce a mi alrededor? Su negra presencia bulle y rebulle como un viscoso ectoplasma formando una grumosa y reptante bruma, una sustancia gelatinosa que me circunda y persigue sin tocarme todavía, sin hacer ruido, solo girando y girando en mi entorno más cercano.
          La imposibilidad de ser alguien infiel, de ser un hombre poco fiable, un vil y un embustero, la incapacidad para proceder como un pusilánime, como un individuo avaro y necio me llevan directo a la muerte. Para sobrevivir, pues, para alejar la muerte de mí, para poder respirar al menos una última bocanada de aire limpio, he de transformarme, he de sufrir un cambio radical de mi personalidad, de mi carácter y de mi temperamento, también de mis hábitos, de mis costumbres, de mis principios e ideales, incluso de mi fe.  
          Realmente no sé que hacer, pero algo he de hacer.

          De momento esta noche me voy de putas, y luego ya veremos.

25.7.15

353. Down in Mexico

         

          Me llamo Atanasio porque así lo quiso mi madre.
          El cura que me bautizó se llamaba Mortimer. Murió de un mal de escrófula allá lejos, donde los negritos.
          Mi mujer, que vende guayaberas en los zocos de Matanzas, se llama Gladys, aunque su verdadero nombre es Casiana.
          Mi optómetra de campo se llama como el famoso muniqués inventor de la tirolina, Hans Klimanloeffer.
          Paul Toggle es mi corbatero.
          Tania Suckcock es mi felatriz de cabecera.
          Totó es mi payaso de los lunes.
          Manuel José Gambito Baturone es un vecino de Torrox al que no conozco de nada, pero del que sospecho su tierna afición, compartida conmigo, de mirar desnudo a la luna las noches de agosto de luna nueva, cuando la luna se hace tan morena que apenas se ve.
          Tengo una vecina cuyos ojos dicen a las claras que su dueña se llama Esperanza, aunque lo desmiente una nariz propia del Egeo que proclama ser Amaranta el nombre, mientras unos labios cordobeses se humedecen al decir que ni Esperanza ni Amaranta, sino Carmen es el nombre de la mujer, que sublima los geranios del balcón con los aires de la copla al albor de la mañana.
          No tengo amigos, pero si tuviera tres, se llamarían Brenan, Buffon y Mario.
          Mi sirena, la que me vuelve loco con su canto todos los días, tiene nombre de río y rosa.
          Casandra es el nombre del velero que nunca tendré.
          Candela es el nombre de la hija que algún día tendré cuando resuciten muchas cosas.
          Falta un país de nombre Klatanguia, como falta el planeta Hus.
          Mi asesino preferido (no voy a decir su nombre) se llama Francesco Bussoletti, y es de condición franciscana en su vida privada, aunque en su vida pública adolece de una prosapia y exuberancia factual prodigiosas.
          Mi japones ausente (porque nunca está cuando lo necesito, algo en cuyo origen no es lo menos importante el hecho de que ni lo conozco ni me conoce) se llama Oguri Haruma.
          Tengo dos primas nacidas en Siria, Huda y Hala. A Huda la vi una vez el culo, a Hala, dos veces.
          Estreché el pasado marzo la mano derecha de un político de extrema izquierda, pero mi pensamiento volaba en ese instante por parajes muy ajenos al acto en que me encontraba (en concreto estaba deleitándome en una fantasía en la que estrechaba con suma fruición la mano izquierda de un político de extrema derecha). Es por ello que no recuerdo con exactitud el nombre del político en cuestión, pero casi seguro que se llamaba Ángel Luis Buendía Perelejo, o algo así.
          Tobías es mi suegro, es judío y el padre de mi mujer, su hija, mi esposa y madre de Gestas y Zofrán, sus hijos, y los míos, y nietos de Tobías, el esposo de la madre de Fátima, mi mujer y madre de mis hijos, Zofrán y Gestas, nietos de Riula, mi suega, madre de Fátima y esposa de Tobías, mi suegro.
          Ya dije que no tengo amigos, pero como soy católico la mayoría de las veces, sí tengo enemigos. Mis enemigos son cinco. No sé si son muchos o es una cifra que se queda corta. En cualquier caso sus nombres son: Eusebio, Tomás, Aquilino, Lucas y Cosme. Siento decir que los cinco son sacerdotes.
          
          Buenas tardes.
       
       

16.7.15

352. Embriones


          Parece fácil, pero no lo es. Prepararse para morir con dolor inaudito es de una dificultad que supera los límites de la imaginación. No sé, por tanto, por qué he dicho que parece fácil. Nadie osaría decir que lo es. Entonces ¿por qué he comenzado diciendo que parece fácil prepararse para morir con dolor inaudito, aunque inmediatamente lo he negado? Esa negación ha sido y es ambigua, deja sembrada la duda, parece decir que hay alguna posibilidad, por remota que sea, de que la dificultad para morir con un dolor inaudito pueda ser en alguna muy especial circunstancia, algo relativamente fácil de sobrellevar. Son las pequeñas frases, como ésta que da comienzo a este escrito, las que hacen que la vida se convierta en un maremágnum muchas veces muy difícil de sobrellevar. A veces estas frases no son pequeñas, a veces se concatenan en un farragoso párrafo, en una idea expresada en miles de meandros conceptuales que no conducen a un estuario de sabiduría sino directamente al mar de la confusión plena. Enojado con la enajenación que me producen las palabras, enajenado con el enojo que me provoca su obligada servidumbre, desesperado ante la absoluta falta de esperanza en ser manumitido alguna vez de la tiranía de las lenguas, así vivo acosado, asediado y perseguido por todos los alfabetos del hombre, por todo ese rascacielos de signos y símbolos e ideogramas que vigila como un ente de mil ojos el movimiento de mi vida. El infierno del silencio deviene puro éxtasis celestial cuando las nubes del sopor cubren el cielo de la vigilia infame. Ansias de plomo submarino, de ausencia absoluta de vibración sonora, de longitudes de ondas aplanadas, de debilidades vocálicas e insignificancias consonánticas. La palabra que se muere de no-dicha, el concepto agonizante por no-expresado, la idea que se corrompe en su falta de sustento, el mensaje sin vehículo, el riesgo no asumido de la comunicación. La sombría y delicada y erótica presencia del mondo-insonoro. Tan solo que quede la palabra, el lenguaje, como juego y divertimento de niños y aficionados a los artificios florales de cosas ya dichas infinitas veces, pero otra vez resucitadas con matices diversos, sorprendentes o simplemente pintorescos. 
          
          Algún día, no muy lejano, volveremos la vista hacia la única verdad, algún día abandonaremos el Verbo y nos elevaremos hacia el Número.

5.7.15

351. Ya sólo quedamos once


          Igual que Montaigne detestaba el ajedrez, yo detesto todo lo demás, es decir, todo lo que no es el ajedrez, y además yo también detesto el ajedrez, un juego propio de cerebros falto de cosas esenciales. Necesito el odio como vosotros necesitáis el aire. Porque también me asquea el aire que respiro, lleno de las asquerosas exhalaciones de los que me rodean Mi odio es polimorfo, polivalente, sistemático, omnímodo, ubicuo e intemporal. Este odio me llena y satisface como a vosotros os satisface un orgasmo, un billete, una caricia, un anhelo, todas esas bobadas melifluas con las que os enaltecéis, creyendo que con ellas sois algo más que montoncitos de abono futuro. 
          No es un día feliz, ni para mí ni para nadie, es el día, ya conocido por lo iterativo de su aparición, en que deseo de nuevo con absoluta pasión ser portugués, acoger en mi regazo todo lo que el mundo posee de lusitano. Ya son muchos los días en que siento lo iluso de mi pretensión de haber nacido luso, pero en lo ilusorio de mi deseo subyace algo noble, promisorio, atlántico, un profundo matiz lisboeta aparece en el ribete de mi pensamiento, pensamiento que en lagos de vino verde se ataja, se duerea, se guadianea y se miñea como sierpe que vibra en meandros arbitrarios de odio añejo y saudade de fado antiguo.
          El ajedrez es la actividad humana que más acrecienta el odio. El odio es el sentimiento  más alejado del alma portuguesa. Portugal no odia el ajedrez, porque no sabe odiar, y lo practica en dameros de poniente, y dispone las figuras en el enrejado infinito, frágil, efímero y voraz de sus ocasos voraces, efímeros, frágiles e infinitos. Los peones portugueses reinan, los alfiles cabalgan y las torres portuguesas se enrocan en un tumulto de colores y olores y vislumbres y sabores terreros y visiones ultramarinas, y versos que nadie escribió porque todos los escribió el milenario Pessoa que nunca existió.
          El mundo siamés en que me enseñaron de pequeño que dos naciones hermanas coexistían, sentí de mayor como la gran estafa geográfica de la niñez. De siempre la mirada nacida en la nuca para ver El Alentejo, el cuello en giro forzado para otear Bragança, Coimbra, Santarem, el poniente en la espalda sintiendo las agujas dispersas desde Lisboa hasta Faro. Nombres suntuosos, tan cercanos como imposibles, sitios diversos en donde no habitaban, ni habitan, hermanos siameses, sino dos individuos, uno dispuesto hacia oriente y otro hacia occidente, inmensamente desunidos por una frontera y que jamás se han vistos las caras.
          La elegía de mi odio, al que venero como algo tan obligado como cromosómico, se la dedico en este día de arrobos y lisonjas, a esta confluencia de latituides sentimentales que me llenan de una esperanza posterior, sabiendo que en la vida hay algo bueno que casi nunca ves y que está tan cerca como Ayamonte de Castro Marim.

21.5.15

350. Android al desnudo



          Querida Beatriz:

          Ha transcurrido un número encantado de años desde la última vez que once alondras enloquecidas se posaron en las almenas erizadas de encaje de Holanda de su escote generoso y nacarino, ¿o el encaje era de Siena?, ¿o era de Münster? Mi visión desde el púlpito de la pequeña capilla de la abadía, donde por primera vez contemplé su belleza, no me permitió asegurar con certeza la procedencia del tejido.
          Recordará que la homilía quedó truncada, que mis piernas encasulladas temblaron y que mi cuerpo se derrumbó y rodó por la escalera de travertino mármol hasta quedar, sin sentido, a los pies de la asaeteada imagen polícroma de San Sebastián, nuestro patrón y mártir.
          Los motivos de esta carta, de este atrevimiento sin par, pertenecen al mundo abstracto de los sentimientos, de las pasiones que al hombre mecen y aun desbocan por los inhóspitos parajes de la incertidumbre y la desesperación, del anhelo bienintencionado o el deseo más abrasador. Y, aunque el pubis se me fracturó en la caída por cuatro sitios diferentes, y, aunque soy sacerdote con sagrados votos de castidad, pobreza y obediencia jurados ante Dios para toda la eternidad, quiero que sepa, adorada Beatriz, que tras esfuerzos sin límite, tras múltiples vicisitudes, tras ímprobos denuedos del alma, innumerables investigaciones y correrías por dehesas, pantanos, bosques, ciénagas y valles, logré capturar las once alondras que se posaron inocentes en su escote de nácar velado de níveo encaje (¿de Holanda, de Siena, de Münster?) aquel aciago o venturoso día, según se mire, en el que su belleza disparó sus flechas, hiriendo mi corazón y haciéndome caer a los pies de San Sebastián. Yo, como él, malherido por saetas, las suyas de muerte y odio, las mías de amor y vida.
          Tuve que aprender durante largos y tediosos años el idiomas de las alondras, que es idioma enrevesado, compuesto de un sinfín de coloreadas vocales y verbos breves que denotan siempre acciones de tonalidades verdosas, a veces ocres. Pero al fin pude preguntarles si podían recordar cómo era el encaje donde se posaron en aquella capilla el día que la vislumbré desde el púlpito, oh dulce Beatriz.
          Y con todos los datos que las simpáticas y efímeras alondras amablemente me proporcionaron pude averiguar sin lugar a error la procedencia y origen de tan sutil labor de hilatura, que no era ni Holanda, ni Siena ni Münster, sino que provenía de una humilde manufactura textil de Lieja, regida por una pareja de judíos expulsados de Toledo y que se hicieron con un cierto renombre por la calidad de sus materiales y la originalidad y excelencia de sus diseños.
          Este descubrimiento, que para usted, celestial Beatriz, no significará nada, es para mí un bálsamo de felicidad, que ha adormecido en parte el terebrante dolor que en mi pubis producen de manera casi continua las muy mal consolidadas fracturas que provocó en él la caída por las escaleras del púlpito aquel mal o bienaventurado día en que mis ojos se posaron en usted, oh mi amada Beatriz.
       

2.4.15

349. El travieso beso del obeso obseso


          Se acerca Armagedón, la figura mítica antonomásica del Apocalipsis, figura que, en mi persona, en el interior de mi cuerpo, en el interior de mi pecho para ser exactos, se transforma o deviene en el Ridículo Cósmico: algo pequeño y grande a la vez, con espinas como compases de conventos cistercienses o como las esquirlas del maderamen de una carabela pirata reventada contra los arrecifes de Puerto Príncipe. Armagedón, a veces llega o parece que llega, y a veces no llega o llega más tarde, pero llega de todos modos, si no él, algo parecido. Los hombres forjamos monstruos desde los tiempos de las cavernas, de las cavernas pre-platónicas, claro está. (Inciso: por cierto que nunca entendí el mito de la caverna de Platón al cien por cien. Me pasa lo mismo, a su manera, que con la teoría del caos, o con la de la relatividad, o con los preceptos de la Gestalt, cosas que no las entiende nadie que se considere normal. Me paso la vida intentando ser de los otros, de los anormales que lo entienden y asimilan todo, y a lo mejor resulta que no existen, que no hay, yo al menos en mi ambiente no encuentro ni uno. Me asquea tanto mi normalidad, mi semejanza a cuanto humano veo por la calle, me provoca tal náusea mi imagen en el espejo... Bueno, esto, quizás, también le pase a todo el mundo, qué sé yo). Hablábamos antes de este inciso de Armagedón, e iba a exponer una suculenta teoría sobre el Fin del Mundo y el Juicio Final, fácil de entender hasta por los asistentes a las clases de logopedia de la Srta. Ficht,  (niños autistas afásicos en grado IV, según la escala de Grak), pero he perdido todo el interés por la vida, por la vida de verdad, por la otra aún no, todavía disfruto un poco con la vida de mentira, o con las mentiras de la vida verdadera, que es lo mismo. Además me cansa escribir en Jueves Santo, sólo se me ocurren blasfemias, solo me vienen pensamientos sucios con meretrices antiguas y torrijas, me afloran al magín palabras impronunciables, neologismos con seguras lecturas psicoanalíticas inquietantes, bullen pompas de plomo entre las circunvoluciones de mis hemisferios cerebrales, que dejan perdidas, al desvanecerse, todas las áreas sensibles, y eso conlleva que huela las sinfonías, deguste los crepúsculos, toque los aromas del cuello de Matilda, y oiga los azules bravos de Matisse, una atroz confusión de sensaciones que me dejan huero pero con energías ajenas a mi proverbial indolencia física, que no intelectual; ésta, a la sazón, se ve atacada de otra forma: las ideas se atascan a las primeras de cambio, casi al nacer, bloqueadas por miasmas juevesantinas que no las dejan desarrollarse (como bien habrán podido comprobar en el capado del relato de Armagedón con el que comencé este artículo). En fin, la miel de los conventos sobrante se me introduce en el alma, ya de por sí azucarada; el arrope de los frailes me garrapiñará el esqueleto de las nociones del yo; y el almíbar de los roperos de las marquesas me bloqueará los resortes y los goznes de las cancelas de mi pobre entendimiento carcelario. Santa Semana Santa.

21.2.15

348. Miserias de Notre-Dame



(Antes de que con la avidez intelectual con la que habitualmente acogen las entradas de este exuberante y apasionado blog, he de advertirles, amables lectores, que esta entrada de hoy es la más aburrida de todas, por lo que no deberían malgastar ni un minuto de su valioso tiempo en su tediosa y abstrusa lectura. Queden en conocimiento y con Dios).


          En un principio sólo era la Duda, la Duda infinita en forma de Dios. Su poder, dudoso, era sólo sobre Sí Mismo, y no había duda que no lo hiciera devenir aún más en el dudoso conocimiento a que le avocaban todas y cada una de las preguntas sin respuestas que lo rodeaban. La Duda Divina y definitiva, eterna y completa conformaba, pues, un comienzo, un principio ontológico digno de tener una denominación original y primigenia, digamos que la deificación de la duda o la dudosa divinidad tendría que constituirse en algo, si no tangible, sí al menos con un rasgo de solidez, de esencia mensurable, y a esa metáfora primera, mitad duda indecisa, mitad mito divino o Dios mitificado, quiso la inercia entrópica llamarlo Verbo.
          En efecto, el Verbo quedó constituido en un metaprincipio que algunos pirotécnicos de imaginación inope motejaron big-bang. El suceso imaginado o real reporta una consecuencia histórica: el Verbo nos estalló en las manos en una tarde de ocasos enfrentados entre soles negros y lunas de un verde lorquiano de los que nunca nos pudimos desprender.
        Para enredar mucho más el devenir del festín eterno, alguien de dudosa divinidad, o de una divina indecisión, convirtió el Verbo en Carne. Nunca nadie sabrá qué arcano cósmico tuvo que subvertirse para que esto fuera así, qué nube de galaxias, de titánicas constelaciones, tuvo que licuarse para que semejante conversión tuviera lugar. Convertir el Verbo en Carne (?). ¿Por qué no en lirio? De la Duda, entonces, pasamos al Verbo, y de Éste, a la Carne. En esta lentísima progresión (¿regresión?) las metafísicas se debaten/se rebaten, se roban unas a otras el catalejo, el telescopio o, sensu contrario, la lupa y el microscopio, para ver el futuro que nos depara esta existencia, demasiado circular, demasiado esférica, demasiado elíptica como para no pensar en otra cosa que no sea el encaminamiento hacia la Duda primigenia que nos vio nacer.
          Pero quizás, entre la Carne y la Duda, a la que no vemos nuevamente avocados, tengamos que pasar por una fase intermedia, no necesariamente gramatical (¿de nuevo el Verbo?), quizás numérica, quizás espiritual, o simbólica. Tal vez tengamos que atravesar un desierto de números primos, o un infinito bosque de delirio, o un dilatado magma totémico, quién sabe.
          Lo que sí es seguro en el devenir consciente, es que la Nada se enseñorea de Todo y del Todo. La Duda que nos disolvió, y la Nada Divina que se disolvió a Sí Misma, es la misma Nada. La Duda, cualquier Duda, y la Nada, en parte o en su totalidad, es la misma Nada. Fuera de conceptos literarios, la Nada que nos aborrece, la Duda que idolatramos, la Nada de nuestra veneración y la Duda que nos tortura forman los cuatro puntos cardinales de esta existencia que denominamos Vida y que es sólo y exclusivamente un proceso continuado de Muerte.

10.2.15

347. Nuevo catálogo de enfermedades taurinas


          A ver, Andrés Luis, forme una frase con las siguientes palabras: polipasto, bajel, visectriz, prosopopeya, laicismo y bicicleta.

Tus pasos en la niebla
Tu pupila dilatada
Tu leve majestad en la postura
Tu savia nueva en mi mirada

          ¡Bravo, Andrés Luis! Ahora usted, Flavio Antonio. Componga una frase en la que aparezcan dos perifrásticas pasivas del verbo diseccionar y un anacoluto tri-membre.

La espina de Dios apoyada en el horizonte
como la espícula que emerge de un mar agonizado.
Escuadras febriles y voraces de voraces y febriles acorazados
en la retina de Dios se desbordan , se desguazan, se disuelven.

          Notable, Flavio Antonio, muy notable. Es su turno Jorge Néstor. Su frase ha de concatenar un pleonasmo sincrético, una anáfora constructiva y una sinécdoque inversa. Adelante.

El Olimpo reverbera entre las áureas magnolias
Zeus brama de poder incontestado
y las ninfas del bosque se esconden en sotobosques y collados,
el Tártaro se ha abierto 
y los Titanes vociferan venganza.

          Brillante, como siempre, Jorge Néstor, siga así. Sigamos el orden y comprobemos la evolución de Julián Juan. Al estrado, por favor. Veamos como inserta los tres estilos de las escuelas de clerecía valona, flamenca y provenzal en un solo verso de hemistiquios lábiles. Cuando quiera.

El verano, en su álgido ardor,
crepita como el cascabel de la sierpes enajenada de tiempo.
el sol lo llevo dentro de mi pecho herrumbroso,
el sol negro de púrpuras acumulados,
el sol que segrega los secretos de este y de todos los veranos.

          Gran aportación la suya, Julián Juan, siempre es un placer escucharle. Puede sentarse. Son las 11.30 y ya va a sonar el gong del monasterio, la congregación se sherpas eméritos está a punto de llegar para su asamblea trimestral. No olviden abrigarse y ponerse los gorritos de colores. Afuera la vieja Puthrani les dará un tazón de chiura. Y recuerden: no hay que maltratar a los yaks. Hasta mañana, entonces.

          Adiós, dicen al unísono Andrés Luis, Flavio Antonio, Jorge Néstor y Julián Juan.

1.2.15

346. La inminente desaparición de las tenencias de alcaldía


          La compulsión de la lectura, que no conduce a frecuentes accesos directos a la felicidad, como con bondad engañosa preconizaba Borges, me lleva, por el contrario, por el camino contrario (permítaseme esta anáfora tan graciosa), me lleva, decía, hacia lúgubres y añejos parajes, no por mil veces horadados con pasos indecisos, menos proveedores de amenazas numerosas. La lectura itinerante, en tardes sofocantes de verano o soleadas mañanas de otoño, en noches húmedas y tibias, en amaneceres insomnes; la lectura sempiterna, la vida en volúmenes seriados, mis horas dispuestas en anaqueles sucesivos como bloques de tiempo ya agotados, como minutos congelados de las horas ya vividas, ya gastadas, ya leídas...
          La idea que quiero dejar para la consideración de los aquí presentes es que la lectura o es compulsiva o no es. Por cada libro que leemos, dejamos de leer infinito menos uno (∞ - 1), lo que automáticamente genera un desasosiego directamente proporcional a la magnitud expresada. A este desasosiego, que llamaremos D, hay que sumar otro desasosiego, que llamaremos D', que no define una cantidad numérica, sino una cualidad significativa, una excelencia o estatus de calidad, es decir, si leemos la biografía de Chesterton, por ejemplo, pero no estamos leyendo la biografía del Cura Merino, también por ejemplo, el montante o cuantum de desasosiego cualitativo, por leer una obra u otra, es decir, lo que hemos denominado D', será mayor o menor según unas hipotéticas tablas que definen esa calidad, para lo cual esas tablas tendrían que existir, cosa que no ocurre, con lo que queda sin expresión matemática la certidumbre cualitativa de las obras literarias, pero no así la incertidumbre de dicha expresión matemática, que definiremos por su antítesis: menos X (-X). Es por ello que con la concatenación de conceptos antedicha nos acercamos, por no decir nos metemos de lleno y de manera convulsa, en los terrenos del caos. La lectura, por tanto, que al principio del párrafo calificábamos de compulsiva, lo es ciertamente en cuanto emana de un sustrato cuantitativa y cualitativamente caótico. Nos atreveríamos (me atrevería) a ecuacionar estas premisas matemáticas de la siguiente forma:

                                                    ℇ = (∞ - 1) · (D + D') · (-X)² · log ϕ

          Donde ℇ es la representación matemática del placer subjetivo de la lectura y ϕ es el factor de corrección caótico que podemos entrever como número natural indebido entre 0 y 1, dependiente de los múltiples factores exógenos que influyen en la actividad de la lectura, en cuanto a una serie de campos muy variables, que irían desde la tendencia del lector a seguir las listas de los libros más vendidos, la ausencia o presencia en el mismo lector de alteraciones en la percepción de las palabras o alguna alteración en el dominio del lenguaje, como serían la afasia, la dislexia o la anagasia, sus gustos en cuanto a géneros literarios (épica, balística, pedofilia, propedéutica, simbolismo, lírica juglar, teosofía, novela llana, ensayo críptico, tauromaquia, etc.), etc. (El segundo etc. se refiere a la serie de campos variables que influyen en la actividad de la lectura; el primer etc. hacía referencia a la serie de géneros enumerados entre paréntesis, no estos últimos paréntesis, sino los anteriores a estos).
          Era, por tanto comprensible, y ahora lo es demostrable, que la lectura per se es una actividad compulsiva, generadora de caos emocional, de neurosis obsesivas y de alteraciones somatiformes diversas, que no es éste el sitio ni el momento de enumerar, a más de ser bien reconocidas y reconocibles por todos ustedes, que me están escuchando en este acogedor salón de conferencias del Excelentísimo Ateneo, a cuya Junta Directiva en general y a su presidente, Don José María, en particular debo agradecer la deferencia que han tenido conmigo invitándome a este acto. Pero antes de despedirme quisiera expresar lo siguiente:

NOCHE NEGRA,
NOCHE DE GOMA QUEMADA,
LA NUBE QUE LA SUME Y LA NIEGA
EN UNA NIEBLA PEOR,
CLAMOR DE LO OSCURO,
EL ÁCIDO QUE ARAÑA EL METAL DEL RAYO QUE NO LLEGA,
ATISBO DE LA TORMENTA
INACABABLE FULGOR.

          Buenas noches y gracias por asistir.

25.1.15

345. Melodías de Broadway



        No sé si Heidegger o Sartre (en el fondo son lo mismo) decían algo así como que el hombre es "un ser para la muerte", "una pasión inútil". La virtud iconoclasta de estos dos pavos metafísicos se regodeaba como siempre en ese pesimismo sin fondo que tanto fervor cosechó en todos los tiempos y que tanto empuje ha dado a la industria de las imprentas y al misticismo agnóstico de esta Europa que nunca ha dejado de ser medieval y antipática. La muerte, sin embargo, no ha sido motivo real de estudio en esta parte del planeta como sí lo ha sido en otros puntos geográficos donde acostumbra a nacer el sol varias veces a la semana. No es que a nuestros chicos del pensamiento profundo no les preocupara el entramado oscuro sospechado más allá de la existencia, sino que durante el poco tiempo que le dejaban sus barraganas para sus aburridos estudios mistiformes, les hacía más ilusión, o les daba más caché, utilizarlo para profundizar en conceptos epistemológicos, debatir mucho sobre la existencia/no existencia de Dios, acrisolar los métodos futuros sobre la investigación lógico-matemática, adaptar el pensamiento filosófico a materias más modernas como la economía o la sociología, rebatirse entre ellos los orígenes del pensamiento, la educación/aprendizaje, el estímulo sensorial del arte, profundizar en el lenguaje, en la estructura de la comunicación, y mil obsolescencias más. Pero la muerte quedó ajena de sus discursos, no se sabe si por superstición (parece ser que un filósofo es un supersticioso desgajado de la unión anómala de dos axiomas blanditos), la muerte no interesó a ninguno de aquellos alemanes tan sólidos, tan kantianos ellos, a níngún buscadioses swedenborgiano, a ningún spinozo anacoreta del empirismo, ni siquiera a los últimos jungueros y menos aún a estos nerviosos estructuraleros postgestalticos que confunden la antropología con las novedades mediáticas de McLuhan. A nadie le interesa de verdad la muerte, pero a mí sí.

          Y les diré porqué. 
          Bueno, no, no se lo diré. 
          O sí, no sé.
          Bueno, ahí va:

          Me ha llegado información reservada. A través de un ángel. Lo primero que me dijo es que la muerte duele. Y mucho. Osea, te mueres y empiezan los dolores, sobretodo en la barriga. Imagínense, todo negro, muchos retortijones de los que no pasan, no te puedes mover ni gritar ni nada, y la barriga duele que te duele, y así nada menos que doscientos años aproximadamente. Luego te enteras, porque te lo dice un hombre que está allí mirándote todo el tiempo, que no hay ni cielo ni infierno, que cuando pasen los dolores de barriga, lo que pasa es que empiezas a oír ruidos y muchas voces en idiomas antiguos, cada vez más voces y más ruidos y con mucho volumen, así otros doscientos años. Y luego más dolores de barriga, pero esta vez con muchos mareos (otros 200 años), y así sucesivamente por toda la eternidad. 
  
          La verdad es que el ángel me dejó triste y compungido. 
          Vaya panorama de mierda.
          Y las facultades de filosofía a punto de ser clausuradas por falta de alumnos matriculados.

23.1.15

344. Vademécum 2015 (Oficial)


          Esta noche, noche de un santo asilvestrado, saldrá mi alcalde, el alcalde albino para unos y el alcalde de cabellera azabache para otros, al balcón de la casa consistorial. Lo hace cada año, lo hace en un estado de extrema ebriedad para algunos y de festiva empatía para otros. Su mujer, la alcaldesa, mujer de extracción plebeya, pero de arraigados principios morales (origen y arraigo no siempre antitéticos), la mujer del alcalde, decía, se arrodillará frente a su esposo en el balcón antedicho y le efectuará la ofrenda anual consabida entre los aplausos de muchos y los denuestos y silbidos de otros muchos. Doce estudiantes de bachillerato, los seis mejores y los seis peores en sus calificaciones, nerviosos, compungidos, desesperados, van a ser arrojados desde la balaustrada del balcón del ayuntamiento una vez embadurnados de brea y encendidos como antorchas. Les han dado de merendar copiosamente antes de la luminosa defenestración. Tan solo uno de ellos ha aprovechado la ocasión y se ha embutido de manera sosegada su merienda y la de cinco compañeros más. Los otros once no han comido nada y han llorado bastante.
          Las celebraciones festivas en este pequeño país en que vivo siempre se acompañan de algunos rituales de muerte. Cuando vence una facción política, la misma noche de las elecciones es devorado vivo un periodista, unas veces por el partido vencedor y otras por el partido derrotado. En la fiesta de las postulantes, una de las lindas damiselas es donada a la sala de leprosos terminales para solaz y disfrute de los pobres infectados. En carnaval se diezman las comparsas y los elegidos son pasto de los escualos del Acuario Real.
          En sentido contrario (a contrario sensu), como concepto especular, convertimos en un acto de vida cualquier conducta o actividad colectiva o individual que genere muerte por sí misma o a través de terceros. Se premia la sociopatía, la vesania psicopática, la perversión de las costumbres, incentivando a esos esforzados ciudadanos que así se conducen por la vida con cargos públicos de responsabilidad, bien remunerados, cargos que desarrollados con entrega y eficiencia, generen confianza social, confianza que a su vez generará inversiones extranjeras y, por consiguiente, riqueza para el conjunto de la sociedad y, siguiendo una lógica y máxima sociológicas, el aumento demográfico tan deseado y necesario para la nación.
          Todo ello no es otra cosa, no es más, que seguir el axioma de castigar lo bueno y premiar lo malo, concepto empírico estadísticamente comprobado en infinitas ocasiones y que se proclama como base para el mejor desarrollo de una sociedad moderna y garantía en la consecución de las metas que dicha sociedad se propone.
          Por tanto, conmemoramos esta última noche del año con la muerte sacrificial de estos doce nobles muchachos, que producirá más pronto que tarde, el advenimiento de la decadencia social tan deseada y necesaria para el florecimiento de nuestra corruptible, corruptora y corrupta clase política, tan denostada como envidiada, pero siempre entrañable, como entrañable es nuestro melancólico osito de peluche infantil que conservamos en nuestro armario ropero, aunque por una de las cuencas vacías de sus ojitos aparezca la patita de una araña con pelitos y un sinfín de gusanitos viscosos y malolientes.

          Somos viajeros del mal, somos arúspices del bien,
          aposentados en el iris de un dios ajeno,
          en la cola peluda de un diablo feroz,
          en el ala alba de un ángel celestial,
          en la crin poderosa de un caballo de guerra
          en el crepitar de la estrella errante,
          en el agujero oscuro de un universo bifronte.