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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



8.11.15

361. De vueltas con John Cage


          El canto rodado tiembla en sus contornos bajo el el agua agitada del arroyo. Ya se aleja el jinete que lo ha hoyado con la prisa de la huida. El arroyo vuelve poco a poco a aquietase y a sembrar el silencio alrededor, donde el musgo de la orilla se alía y se solapa con los líquenes antiguos de la piedra. Se diluye en la lejanía el fragor de los cascos del caballo y el jadeo estrepitoso del jinete y el tintineo de los cálices robados en la ermita. Aires de latrocinio hacen girar la veleta, vientos de codicia, vendaval de pecado... Las ánimas regresan al pequeño cementerio, dirimen sus cuitas, debaten quejas y lamentos y vindican la justicia de los muertos.
          El sereno lo cubre todo, ya el rocío pigmenta de alfileres la superficie oscura, la clorofila enmudece en el campo anochecido, y el fugitivo retuerce el ansia de su pobre corazón acurrucando el oro sacro en su regazo sacrílego.
          Las almas de los muertos cantan y tañen con las cuerdas de ultratumba la música coral de la venganza. Son turbias y desabridas con los ladrones de objetos sagrados. Se ceban en ellos con la drástica sevicia de los entes inmateriales y les niegan la piedad como jueces inmisericordes y soberbios. 
          En el amanecer se disipan como espíritus que son, dejando la plenitud complaciente de oquedades satisfechas. El brezo se despereza, la alondra tensa líneas en vislumbres de la aurora que regresa. Y en sueños de sangre el jinete despierta en una maraña de frío estupor, despierta a un nuevo día con un inefable olor a muerte, porque a la muerte no se la toca ni se la ve, no se la oye, es insípida siempre, pero sí se la huele. A veces desde muy lejos en la distancia y en el tiempo.
          Hay algunos árboles en los campos, en los bosques, bordeando algunas lindes lejanas, que siendo como todos los demás, acogen de manera misteriosa, pero ineluctable, la vida amarga de los suicidas. Un roble viejo, con nudos centenarios y hojas sepultadas de otoños contuvo un segundo el flujo de su savia vieja para resistir el balanceo de aquel joven inerte de cárdena faz y ojos extrañamente proyectados. También el viejo roble vio posados sobre su crespo ramaje unos feos cuervos, extraños en su plumaje y en sus gorjeos horrísonos, que huyeron en direcciones diversas cuando el cuerpo del joven dejó de balancearse y quedó como una plomada eterna, como un extraño fruto de la naturaleza.
                                                                                                                    (A Billie Holyday)

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