+

FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



20.11.15

362. ¿Conoce alguien la Teología Molinista? ¿Eh?


          El inspector Lasarte sólo tenía un pulmón, el derecho. El izquierdo se lo llevó una bailarina turca en un descuido, mientras Lasarte evisceraba un lechoncillo para que, una vez asado, sirviera de refrigerio tras el más que seguro coito con la danzante otomana. En un pispás, pues, el inspector perdió el pulmón, el coito y el lechoncillo, olvidado éste en el horno al salir en persecución de la ladrona de pulmones. Pero poco se puede correr con un solitario pulmón, así que Lasarte, asfixiado, disneico y azul, desistió y se tumbó bajo una acacia que parecía un tilo. Ya en otra ocasión, en Amberes, le habían robado un trozo no despreciable de aorta, pero aquella vez pudo recuperarlo gracias a un certero lanzamiento de sus boleadoras pamperas, que dio con el pillastre en el asfalto, muy cerca del Grote Markt. Me duelen las cosas que le pasan a Lasarte, porque Lasarte soy yo. Soy un inspector muy desgraciado, quizás el más desgraciado del Cuerpo. Sé que es una especie de estilema, un lugar común en la literatura y el cine, la figura del policía triste, vapuleado por la amargura del oficio, un personaje escéptico rodeado de un aura de cinismo y soledad, bebedor compulsivo, sin amigos, hombre de pasiones efímeras y violentas, un ser que deambula a pasos cortos hacia su autodestrucción. Bien, pues exactamente así soy yo, igualito, igualito. Pero además soy más cosas. Soy, por ejemplo, un alegre poeta dominical que se comunica divinamente con todas las aves del parque, soy un amante del olor de los museos, de todos los museos del mundo, amo a las mujeres que veo de lejos por las calles solitarias, soy un devorador de paisajes nocturnos, experto en lunas y perito en soles últimos, escribo los poemas que me dicta un joven bohemio, que anida desde siempre en mi corazón y que sin pagar alquiler se ríe desaforado de mí en cada juntura que encuentra entre mi sueño y su vigilia. También adorna mi carácter el miedo primigenio a los humanos, esos entes indómitos que pueblan las calles, los ámbitos urbanos y rurales que me rodean, y que me miran sin mirarme y a los que miro sin verlos. Me horrorizan casi todos y a la vez satisfacen una parcela gregaria que debe haber en unos de mis lóbulos cerebrales. Los poetas dominicales, ya se sabe, nos hacemos un lío con los más simples de los conceptos. En el fondo soy un inspector de policía bastante tonto, no resuelvo casos, los doblego con palabras, los corrompo con deseos de solvencia, los matizo con la falsa profesionalidad de la pose y describo los finales felices que a menudo coinciden con la capacidad decisoria de la judicatura. Me gustaría casarme, aunque fuera con Bahyya, la chica bailarina de Ankara que me robó conscientemente el pulmón izquierdo e inconscientemente el corazón en su totalidad. La busco desde aquel día por zocos y aeropuertos, por conventos y desiertos, por lupanares y circos. Cuando la encuentre le declararé mi amor en cinco idiomas diferentes, y a su padre le regalaré mis preciadas boleadoras pamperas. Claro que sí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario