Tengo la verdad por bandera, jamás una falsedad ha dilatado un ápice el diámetro de mis pupilas; antes quisiera ver muertas a mis nueve hijas que proferir una sola mentira.
Mi nobleza es mi coraza, antes la miseria y el exilio, que cometer el más simple acto de vileza.
Mi valor inefable e indubitable adorna mi paso por este mundo, mundo al que preferiría ver cubierto de llamas antes de que fuera testigo de un suceso en el que mi cobardía pudiera dejar la menor huella.
Mi generosidad no tiene límites, mejor mil vasallos pasados a cuchillo, que una brizna de avaricia en mi blasón.
Mi sabiduría es un pozo sin fondo del que me enorgullezco tanto, que la muerte de mis parientes sería un bálsamo, si tuviera que elegir entre ella y la pérdida de mis colosales conocimientos.
¿Por qué entonces, siendo fiel, leal, sincero, noble, valeroso, generoso y sabio, me veo rodeado de muerte? ¿Por qué siempre la muerte se retuerce a mi alrededor? Su negra presencia bulle y rebulle como un viscoso ectoplasma formando una grumosa y reptante bruma, una sustancia gelatinosa que me circunda y persigue sin tocarme todavía, sin hacer ruido, solo girando y girando en mi entorno más cercano.
La imposibilidad de ser alguien infiel, de ser un hombre poco fiable, un vil y un embustero, la incapacidad para proceder como un pusilánime, como un individuo avaro y necio me llevan directo a la muerte. Para sobrevivir, pues, para alejar la muerte de mí, para poder respirar al menos una última bocanada de aire limpio, he de transformarme, he de sufrir un cambio radical de mi personalidad, de mi carácter y de mi temperamento, también de mis hábitos, de mis costumbres, de mis principios e ideales, incluso de mi fe.
Realmente no sé que hacer, pero algo he de hacer.
De momento esta noche me voy de putas, y luego ya veremos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario