Parece fácil, pero no lo es. Prepararse para morir con dolor inaudito es de una dificultad que supera los límites de la imaginación. No sé, por tanto, por qué he dicho que parece fácil. Nadie osaría decir que lo es. Entonces ¿por qué he comenzado diciendo que parece fácil prepararse para morir con dolor inaudito, aunque inmediatamente lo he negado? Esa negación ha sido y es ambigua, deja sembrada la duda, parece decir que hay alguna posibilidad, por remota que sea, de que la dificultad para morir con un dolor inaudito pueda ser en alguna muy especial circunstancia, algo relativamente fácil de sobrellevar. Son las pequeñas frases, como ésta que da comienzo a este escrito, las que hacen que la vida se convierta en un maremágnum muchas veces muy difícil de sobrellevar. A veces estas frases no son pequeñas, a veces se concatenan en un farragoso párrafo, en una idea expresada en miles de meandros conceptuales que no conducen a un estuario de sabiduría sino directamente al mar de la confusión plena. Enojado con la enajenación que me producen las palabras, enajenado con el enojo que me provoca su obligada servidumbre, desesperado ante la absoluta falta de esperanza en ser manumitido alguna vez de la tiranía de las lenguas, así vivo acosado, asediado y perseguido por todos los alfabetos del hombre, por todo ese rascacielos de signos y símbolos e ideogramas que vigila como un ente de mil ojos el movimiento de mi vida. El infierno del silencio deviene puro éxtasis celestial cuando las nubes del sopor cubren el cielo de la vigilia infame. Ansias de plomo submarino, de ausencia absoluta de vibración sonora, de longitudes de ondas aplanadas, de debilidades vocálicas e insignificancias consonánticas. La palabra que se muere de no-dicha, el concepto agonizante por no-expresado, la idea que se corrompe en su falta de sustento, el mensaje sin vehículo, el riesgo no asumido de la comunicación. La sombría y delicada y erótica presencia del mondo-insonoro. Tan solo que quede la palabra, el lenguaje, como juego y divertimento de niños y aficionados a los artificios florales de cosas ya dichas infinitas veces, pero otra vez resucitadas con matices diversos, sorprendentes o simplemente pintorescos.
Algún día, no muy lejano, volveremos la vista hacia la única verdad, algún día abandonaremos el Verbo y nos elevaremos hacia el Número.
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