No sé si Heidegger o Sartre (en el fondo son lo mismo) decían algo así como que el hombre es "un ser para la muerte", "una pasión inútil". La virtud iconoclasta de estos dos pavos metafísicos se regodeaba como siempre en ese pesimismo sin fondo que tanto fervor cosechó en todos los tiempos y que tanto empuje ha dado a la industria de las imprentas y al misticismo agnóstico de esta Europa que nunca ha dejado de ser medieval y antipática. La muerte, sin embargo, no ha sido motivo real de estudio en esta parte del planeta como sí lo ha sido en otros puntos geográficos donde acostumbra a nacer el sol varias veces a la semana. No es que a nuestros chicos del pensamiento profundo no les preocupara el entramado oscuro sospechado más allá de la existencia, sino que durante el poco tiempo que le dejaban sus barraganas para sus aburridos estudios mistiformes, les hacía más ilusión, o les daba más caché, utilizarlo para profundizar en conceptos epistemológicos, debatir mucho sobre la existencia/no existencia de Dios, acrisolar los métodos futuros sobre la investigación lógico-matemática, adaptar el pensamiento filosófico a materias más modernas como la economía o la sociología, rebatirse entre ellos los orígenes del pensamiento, la educación/aprendizaje, el estímulo sensorial del arte, profundizar en el lenguaje, en la estructura de la comunicación, y mil obsolescencias más. Pero la muerte quedó ajena de sus discursos, no se sabe si por superstición (parece ser que un filósofo es un supersticioso desgajado de la unión anómala de dos axiomas blanditos), la muerte no interesó a ninguno de aquellos alemanes tan sólidos, tan kantianos ellos, a níngún buscadioses swedenborgiano, a ningún spinozo anacoreta del empirismo, ni siquiera a los últimos jungueros y menos aún a estos nerviosos estructuraleros postgestalticos que confunden la antropología con las novedades mediáticas de McLuhan. A nadie le interesa de verdad la muerte, pero a mí sí.
Y les diré porqué.
Bueno, no, no se lo diré.
O sí, no sé.
Bueno, ahí va:
Me ha llegado información reservada. A través de un ángel. Lo primero que me dijo es que la muerte duele. Y mucho. Osea, te mueres y empiezan los dolores, sobretodo en la barriga. Imagínense, todo negro, muchos retortijones de los que no pasan, no te puedes mover ni gritar ni nada, y la barriga duele que te duele, y así nada menos que doscientos años aproximadamente. Luego te enteras, porque te lo dice un hombre que está allí mirándote todo el tiempo, que no hay ni cielo ni infierno, que cuando pasen los dolores de barriga, lo que pasa es que empiezas a oír ruidos y muchas voces en idiomas antiguos, cada vez más voces y más ruidos y con mucho volumen, así otros doscientos años. Y luego más dolores de barriga, pero esta vez con muchos mareos (otros 200 años), y así sucesivamente por toda la eternidad.
La verdad es que el ángel me dejó triste y compungido.
Vaya panorama de mierda.
Y las facultades de filosofía a punto de ser clausuradas por falta de alumnos matriculados.
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