Se acerca Armagedón, la figura mítica antonomásica del Apocalipsis, figura que, en mi persona, en el interior de mi cuerpo, en el interior de mi pecho para ser exactos, se transforma o deviene en el Ridículo Cósmico: algo pequeño y grande a la vez, con espinas como compases de conventos cistercienses o como las esquirlas del maderamen de una carabela pirata reventada contra los arrecifes de Puerto Príncipe. Armagedón, a veces llega o parece que llega, y a veces no llega o llega más tarde, pero llega de todos modos, si no él, algo parecido. Los hombres forjamos monstruos desde los tiempos de las cavernas, de las cavernas pre-platónicas, claro está. (Inciso: por cierto que nunca entendí el mito de la caverna de Platón al cien por cien. Me pasa lo mismo, a su manera, que con la teoría del caos, o con la de la relatividad, o con los preceptos de la Gestalt, cosas que no las entiende nadie que se considere normal. Me paso la vida intentando ser de los otros, de los anormales que lo entienden y asimilan todo, y a lo mejor resulta que no existen, que no hay, yo al menos en mi ambiente no encuentro ni uno. Me asquea tanto mi normalidad, mi semejanza a cuanto humano veo por la calle, me provoca tal náusea mi imagen en el espejo... Bueno, esto, quizás, también le pase a todo el mundo, qué sé yo). Hablábamos antes de este inciso de Armagedón, e iba a exponer una suculenta teoría sobre el Fin del Mundo y el Juicio Final, fácil de entender hasta por los asistentes a las clases de logopedia de la Srta. Ficht, (niños autistas afásicos en grado IV, según la escala de Grak), pero he perdido todo el interés por la vida, por la vida de verdad, por la otra aún no, todavía disfruto un poco con la vida de mentira, o con las mentiras de la vida verdadera, que es lo mismo. Además me cansa escribir en Jueves Santo, sólo se me ocurren blasfemias, solo me vienen pensamientos sucios con meretrices antiguas y torrijas, me afloran al magín palabras impronunciables, neologismos con seguras lecturas psicoanalíticas inquietantes, bullen pompas de plomo entre las circunvoluciones de mis hemisferios cerebrales, que dejan perdidas, al desvanecerse, todas las áreas sensibles, y eso conlleva que huela las sinfonías, deguste los crepúsculos, toque los aromas del cuello de Matilda, y oiga los azules bravos de Matisse, una atroz confusión de sensaciones que me dejan huero pero con energías ajenas a mi proverbial indolencia física, que no intelectual; ésta, a la sazón, se ve atacada de otra forma: las ideas se atascan a las primeras de cambio, casi al nacer, bloqueadas por miasmas juevesantinas que no las dejan desarrollarse (como bien habrán podido comprobar en el capado del relato de Armagedón con el que comencé este artículo). En fin, la miel de los conventos sobrante se me introduce en el alma, ya de por sí azucarada; el arrope de los frailes me garrapiñará el esqueleto de las nociones del yo; y el almíbar de los roperos de las marquesas me bloqueará los resortes y los goznes de las cancelas de mi pobre entendimiento carcelario. Santa Semana Santa.
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FUMPAMNUSSES!
¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.
¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.
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