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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



30.9.09

67. Melindres y metopas


          El alma refractaria que vibra en el eje del fleje no responde a estímulos violentos. Los saduceos tenían una norma, vigente hasta bien entrada la Edad Media. Esta norma ellos desconocían de pleno que la tenían, es por ello que no la practicaban. Sin embargo el eje del fleje nunca fue refractario con saduceo alguno hasta bien entrada la Edad Media. Luego, sí. Ya en el Renacimiento los saduceos florentinos comenzaron a sentir sensaciones ambiguas en cuanto percibían cercana la presencia de un eje de fleje, lo que hacía volverlos retraídos y circunspectos en actos públicos. Añoraban una norma que nunca tuvieron presente en su cultura, pero que su ausencia la hacía más diáfana cada primavera. Debo confesar que soy samaritano de noble cuna y que conozco muy bien lo atrabiliario de las funciones de los flejes y sus conexiones evanescentes con la materia amorfa de los ejes. Si no fuera por el solipsismo inherente a todo esto, no sería justificable lo que está ocurriendo en las estaciones de ferrocarril del norte, donde niños con la hambruna vieja en la mirada merodean como ratas de turba por los meandros de las vías, perseguidos por guardagujas sin escrúpulos que en su vida han sabido discernir el valor moral de un eje ni la simonía atroz de los flejes.

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