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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



22.1.10

108. Saturnales


          Vinimos a caer en esta sima. Podría haber sido en cualquier otra, más profunda y oscura, pero no. Caímos en esta precisamente, la única alicatada de calaveras, muy bien dispuestas, muy limpias y en perfecto estado de conservación (?). Mis hombres lloraban como niñas de instituto. Yo también. Se oía a lo lejos la banda tocar. Las calaveras, unas diez mil, comenzaron una a una a decir sus nombres y números de serie. El brigadier Niceo se moría entre alaridos. Su hermano Tomasín lo consolaba recitándole silvas antiguas. Una de las calaveras dijo ser E.T. Hofmann con número de serie E-198357. Comenzó a llover. Llenamos las cantimploras. La situación empeoraba con el paso del tiempo. Las calaveras tardaron en identificarse tres días. Aparecieron entonces las lombrices. Millones de ellas. Eran voraces. Nos diezmaron hasta que quedaron gordas y satisfechas. Se fueron a través de las cuencas de las calaveras, pero regresaron al cabo de una semana acompañadas de cientos de pequeños escorpiones negros que nos dejaron el angosto espacio lleno de cadáveres. Ya sólo quedábamos con vida trescientos. La situación era desesperada, y nos pusimos a rezar cuando vimos aparecer las serpientes blancas. Los gritos creaban un pandemónium pavoroso. La vida, a veces, te pone en situaciones verdaderamente complicadas.