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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



7.1.10

100. Vernon Ullman, un hombre en entredicho


          Seguramente B. nunca supuso que al entregar aquel paquete en la notaría, y no en la gestoría, las consecuencias fueran tan carentes de importancia. El notario S., al ver que su secretaria, la srta. R. le entregaba un paquete que habían dejado en la salita de entrada y comprobar que el nombre y la dirección del destinatario, impresas en el pequeño embalaje, no correspondían con los suyos, se dirigió a la puerta del despacho adjunto en el pasillo, llamó al timbre y le explico la confusión a la secretaria del gestor Q., la srta. O., y regresó a su despacho sin más. La srta. O. le entregó el paquete al gestor Q. que, al abrirlo, comprobó que eran cuatro pares de calcetines marca Cóndor, cada par de un color diferente (gris oscuro, verde cazador, azul marino y negro), de lana y largos, de los que llegan hasta casi las rodillas. Era el regalo habitual de Navidad de su tía O., a la que denominaremos O'., para no confundirla con la secretaria del gestor Q, la srta. O., así, sin el signo '. Aunque es casi seguro que, dada la escasa importancia de esta anécdota aquí relatada, además de la brevedad de la misma, no vuelvan a aparecer los personajes a los que hemos denominado O y O', con lo que nos parece dudosa la posible confusión. No obstante, queda reseñado. Es lo mismo que cuando nos paramos en un semáforo con el muñequito en rojo, aunque sean las cuatro de la mañana y en la avenida desierta no se vea un coche en ninguno de los horizontes posibles.