+

FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



8.1.10

101. La conexión antillana


          Todos iban con hongo gris, traje negro ajustado de buen paño y bien cortado, zapatos negros impolutos de cordones, camisa blanca inmaculada y corbata negra, estrecha y con rayas blancas finas y verticales. Sólo se permitía la entrada a hombres en aquel café. Todos ellos olían a lavanda o a loción de afeitar. Sus conversaciones, nunca exaltadas, elevaban un murmullo en el ambiente acogedor y elegante; en grupos de tres o cuatro tomaban café y sujetaban el platillo o giraban la cucharilla con gracia y precisión mundanas. El salón de té que daba justo enfrente, en la otra acera, era el local que permitía la entrada sólo a las damas. En sus mesas atestadas se observaba algo más de color. Sombreros discretos en tamaño y tono cubrían los cabellos de tintes naturales de las señoras. Sus vestidos tenían la fantasía adecuada para la contención de formas y la cómoda elegancia. Degustaban en las mesas té y pastelillos entre risas y comentarios que nunca llegaban a la estridencia, mientras los sones de una alegre melodía brotaban del piano de pared que una joven tocaba con discreto virtuosismo.

Primer final:

          De pronto una vibración cada vez más intensa hizo temblar el suelo, y a los pocos segundos aparecieron unos tres mil elefantes en estampida que arrasaron la ciudad y aplastaron sus casas y a todos y cada uno de sus habitantes.

Segundo final:

          Al acabar su desayuno, damas y caballeros desalojaron el café y el salón de té, dirigiéndose al amplio salón que tenían alquilado y donde cada domingo se reunía la Asociación de Amigos del Sexo Oral, a la que pertenecían todos ellos, y en donde una vez despojados de sus trajes y vestidos, se entregaron gustosos y apasionados a su divertida afición dominical.