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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



2.6.09

33. El humo más tenue


          El vagón de metro estaba lleno de chiquillos con bufandas multicolores, todos bullían entre risas y empujones. El que esos niños alegres se convirtieran de pronto en bombonas de gas butano nos llenó a todos de esperanza y de consuelo. Los pocos adultos que allí nos encontrábamos adaptamos nuestra forma de vida a las nuevas circunstancias del momento. Unos decidieron abrir una carnicería, otros, untar de sebo los baúles de la abuela, y yo, casarme con una lotera de Triana. Nevaba copiosamente cuando salimos a la superficie; cada uno tiró por su lado. Los transeúntes, todos vestidos de verde césped, miraban con desconfianza inaudita los copos que con exasperante lentitud caían del cielo gris. Los gatos me rehuían como si los fuera a exorcizar con agua maldita, y las señoras me sonreían como monas de cuartel. Cuando empezaba a anochecer las calles se llenaron de martillos, de los bares salía un aroma de fritanga rumorosa, los coches se hacían transparentes, el reloj del ayuntamiento era un mejillón palpitante, y yo provocaba en los portales las ansias asesinas de las porteras. Cerca de mi casa comencé a ladrar, cerca de mi casa lamenté no haber concedido la mano de mi hija al hijo del Sultán.

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