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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



16.3.16

379. Estampas lacustres


          Sonó el gong como si fuera un páncreas enfermo. Era la hora. Desatornillé el bastidor, me soné en el bordado lienzo y enfrenté la testuz del carcelero, que abrió la celda con la parsimonia paquidérmica del carcelero viejo. Me ató las manos y los pies con soga fina y me rapó el cogote con una navaja nueva. Me acercó un puro habano que rechacé y un higo seco que comí entero con delectación golosa. El sacerdote, el reverendo Padre Dalmacio, esperaba en el umbral para acompañarme con latinajos y aroma a colonia canalla. A pasitos cortos y entre dos guardias morenos recorrí los pasillos húmedos y correosos hasta el portalón de acceso al patio. Allí me esperaba, vestida de novia como el día de nuestra boda, mi joven esposa para acompañarme hasta donde se erigía el túmulo del garrote. Lloraba quedamente. A mitad del caminó vi a mi padre sujetando a la abuela, que gritaba y profería maldiciones e insultos al Rey y a la Reina. Al pie del cadalso estaban el alguacil, el alcaide, el coronel y el notario. Con el regusto del higo seco en la boca me acorde de cuando era niño y robaba con mis compinches de pandilla nísperos y peras de San Juan en el hontanar de Lucio, y cómo cazábamos oscuros y gordos sapos en la hondonada de la fuente seca. En el segundo escalón me oriné, dejando una mancha en forma de forçado portugués en mi pantalón de sarga gris. Un reguero amarillento goteaba del maderamen. En el noveno de los once escalones, me cagué, como era a todas luces predecible. El Padre Dalmacio se retrajo en su labor de acompañamiento, mi joven esposa, que quedó desconsolada al pie de la escalera, se dio media vuelta como escondiendo su angustia, y el grupo de funcionarios aprovecharon el vahído de mi abuela para salir raudos a socorrerla. Los dos guardias se alejaron de mi cuerpo lo que sus brazos podían extenderse sin dejar de aprisionar los míos. El verdugo que me esperaba, hombre enjuto, macilento y con aspecto de nigromante bosnio, me miró con una mueca de asco insondable. Agarrando mis sienes con una mano enorme me hizo sentar en el recto taburete adosado al palo, y mientras me disponía los correajes de sujeción, vomité con plenitud, no sólo el higo seco, sino todo lo que mi sistema digestivo contenía en su parte superior desde hacía algún tiempo. Entre arcadas, el Padre Dalmacio aligeró un responso apresurado y bajó con excesiva presteza la escala de madera, no sin antes de llegar al suelo resbalar, pegar una sonora culada y ponerse perdida la sotana con el tibio producto de mi micción. El verdugo, que se llamaba, Amancio, se las tuvo que entender con las correas que sujetaban mi cuello y la parte superior del tórax, ambos anegados de grumos avinagrados de vómito, y con los grilletes metálicos que inmovilizaban mis tobillos, lugares por los que desembocaban de las perneras los dos ríos de blandas y humeantes heces. Ya con todo dispuesto, Amancio, sudando y poniendo en duda la honestidad de mi madre y demás miembros femeninos de mi familia, y sugiriendo la feliz posibilidad para él de que acabara yo en lo más profundo del infierno, con todo dispuesto, pues, Amancio ajusto el mortal perno a mi bulbo raquídeo, miró al coronel, y en el momento en que el coronel asentía con la cabeza, dando su aquiescencia para que el verdugo cumpliera con su misión, sonó el trompetín del heraldo real que, a lomos de un veloz alazán, hacía su entrada a través de las puertas de la prisión, trayendo en una especie de aljaba no sólo el indulto del Rey y la Reina, también la constatación testificada de mi inocencia. Quedaba libre y exonerado de culpa. Mi abuela, mi padre, mi joven esposa, el carcelero, los dos guardias, el alguacil, el alcaide, el notario, el Padre Dalmacio, todos menos Amancio, el verdugo, expresaban una profunda alegría en sus rostros, aunque ninguno se acercó para abrazarme, para estrecharme entre sus brazos, algo que necesitaba con intensidad ahora que había salido literalmente de las garras de la muerte.

12.3.16

378. IBEX 35: PECTLH


          ¿En qué drama de Strindberg sale un rinoceronte? ¿La Cantante Calva de Ionesco era en realidad una cortesana rusa exiliada en Zurich, de nombre Zhenya Mijáilova? ¿Qué relación había sospechado el rumano Tristan Tzara entre Ludmila Poliakova y el novelista Guillaume Apollinaire? Chaplin, Picasso y Pacabia coincidieron en Saint-Tropez en 1931. Aun siendo verdad esto último, seguimos sin saber en qué obra de Ibsen sale un cocodrilo. Boris Vian tiene en su haber la autoría de una novela dedicada a los lobos y otra a la música de jazz. La Najda de Breton ¿hizo o no hizo el amor con Breton? Thomas E. Louis era el típico americano en París en 1937. Gertrud Stein lo convirtió en su amante asiduo. Stein era lesbiana feroz, luego esto no se comprende. Un elefante blanco sale en una obra de teatro, pero no de la época a la que nos estamos refiriendo, sino a la época de la comedia pre-renacentista. Man Ray fotografiaba violines como espaldas de mujer o espaldas de mujer como violines. Hay material gráfico en el que De Chirico flirteaba con Domicheli en presencia de varios futuristas. Beckett, el aburridísimo Beckett, el irlandés anguloso y amargo, quiso parecerse a Joyce y sólo consiguió parecerse, eso sí, a otro dublinés, del que ahora no recuerdo el nombre. Tamara de Lempicka sí que entendió el juego de coloritos de su paleta y las formas primarias de la geometría de Braque. Las bailarinas del Bolshoi diezmaban su número en cada viaje a París. Orson Welles decía que no había cópula más sublime que la realizada con una bailarina clásica, juventud elástica de carne firme y envolvente, rítmica conjunción de vibración metronómica y pasional. Animales en funciones de tarde y noche, elefantes, cocodrilos, rinocerontes, exhaustos pero emocionados con los aplausos (a veces desmedidos). Berlín oscuro, Zurich a la espera ¿de qué?, Viena marchita, París viviendo en un jamás para siempre, Londres entre cloacas, entre estiércoles a medida. El resto no cuenta. Dresde observa en sus bares a gente sañuda que escribe. Los periódicos los lee la clase obrera. Marx, ya viejo, empieza a comprender el sabor a boniato de la plebe. Dalí delinea futuras galas entre lametones a cualquier régimen. Destrozando bicicletas, Duchamp empeora las cosas, o no. ¡Qué frío de guerra! Los cines se aturden atestados y los teatros son zoológicos inhóspitos. La chicas del folies, con su llanto, acaban con la moda del sombrero de copa. Los cuadros se manejan como moneda de cambio en las verdulerías de la orilla izquierda. Y los libros se comienzan a robar en grandes cantidades. Ya la gente no va a misa, del cabaret van a la guerra y de la guerra al bazar, donde Lubitsch, allá tan lejos, hace del agua de colonia una forma de vida. Los hombres duros se suicidan y ya no bailan. Y las flappers comienzan a tener hijos y a hablar pestes de la bohemia. Baudelaire, Verlaine, Rimbaud, esos grandes financieros, abren sucursales en cada esquina. Y los negros con sus saxos conquistando la línea Maginot. Quizás no fuera de Strindberg la obra en la que sale un rinoceronte.

9.3.16

377. El lastre


          Quisiera disculparme. Algo dentro de mí me obliga a hacerme perdonar por casi todas las entradas de este invisible blog. Pero ocurre que si me disculpo, me traiciono. Verán ustedes: Las primeras entradas cumplían a rajatabla la premisa fundacional, que no era otra que dar paso a un tipo de literatura automática, a una escritura sin tamizar, la más libre posible, sin trabas ni complejos, que surgiera directa, veloz y sin prejuicios. Y así fue al comienzo. Pero a medida que pasaron los meses (los años ya, quién lo diría) empezaron a acudir ideas que esperaban su turno, pensamientos más elaborados que progresivamente se hacían más enjundiosos; igualmente, aparecía un humor más trabajado, a veces, incluso glosaba acontecimientos reales, describía sujetos de mi entorno, hasta había incursiones en la poesía (desechando la lírica esquizoide de los comienzos). Es por todo ello por lo que debo una disculpa (a mí mismo, claro está, porque lectores tengo uno, quizá dos, no más, y creo que les importa muy poco mi ética bloguera). Pero yo me entiendo. Me hago perdonar escribiendo en otro estilo y en otros ámbitos y "para otro público". Porque para escribir, aunque no te lea ni Dios (que está para y en otras cosas) uno debe actuar como si fuera un escritor consumado, amando y respetando a tus hipotéticos lectores, odiando a tus críticos, discutiendo con tu agente y con los editores (aún más hipotéticos) y acudiendo en tu imaginación a las librerías a ver dónde se le ha ocurrido al distribuidor o al librero colocar la pila de volúmenes de tu última obra maestra. El resumen está claro: de traición en traición, gracias a este blog he evolucionado (o he involucionado) tanto literaria como humanamente, lo que no es ni bueno ni malo. Las revistas literarias no se han dado por enteradas y mi club de fans enmudece como siempre. Además, como he dicho, he diversificado en las redes mis otras aficiones: he creado un sardónico obituario que me traerá muy malas consecuencias cuando los tontos detenten el poder y se pongan a fusilar a diestro y a siniestro (bueno, solo a diestro) (¿Veis? Un chiste fácil que jamás hubiera salido de mi pluma hace unos pocos años. Me estoy haciendo viejo muy rápidamente). Con un programita informático infantil hago maravillosos cuadros de abstracción pura o expresionismo radical. Y para traca final, elaboro enjundiosos artículos de opinión de contenido social sobre temas de candente actualidad (another common place / outre place commun). En fin que tras este proceso de aburguesamiento literario ya estoy hecho un hombrecito y cada vez me cuesta más encontrar a aquel sujeto extraño que podía escribir cosas como: 

          "Arturita, hija, dispón el pomo de la puerta a 32º latitud norte y 68º longitud oeste. Para tal menester, Arturita, coge el astrolabio como yo te enseñé, con las nalgas enguantadas, así".

          "¡Ay!, pobre Rubén, que se quemó las manitas con el agua de cocer nabos un Martes Santo de Carnaval".

          "La Puri me enseña cuando puede lo que puede y yo miro lo que la Puri me enseña cuando puede enseñarme lo que ella puede".

          "La arquivolta de la entrada al claustro, diseñada con torpeza y crueldad inauditas, hacía que los monjes, cuya estatura fuese superior a 147 centímetros (4,8 pies), se golpearan la testa encapuchada muy numerosas veces a la entrada y a la salida (del claustro)".

          "La pila no la inventó Volta, la inventó su madre en un rapto de furor histeriforme en el laboratorio de su hijo. Se llamaba Pilar y era de Tarazona".

          "La palabra buque es una de las más tontas de las que empiezan por b". 

          "Tras comer en un chino, la Srta. Tillson y su novio, el Srto. Simeón, se fueron a comer a un italiano de Benton Street".

          "La muerte no es negra como dicen, es amarilla como el batir de las alas de los ángeles de la lepra, o como el fulgor en la mirada de los diablos que provocan el mal de Venturi".

          "Los sordos son más en zonas rurales, pero sufren menos que los sordos urbanitas, que son menos, pero sufren más".

          "Las orquídeas huelen mal, o al menos eso dicen las anémonas de Río".

          ¿Me comprenden?


8.3.16

376. Carencias y sobranzas


          Los comunistas, que en realidad sólo hemos sido tres, mis dos primos de Dakota del Sur, Elmer y Silas, y yo, Eduardito, somos un grupo humano denso, compacto, uniforme. Nuestras ideas son bloques de corindón, sin fisuras. Los comunistas tienen/tenemos tres ideas. La primera idea se le ocurrió a Elmer, mi primo de Dakota del Norte, ya saben, el hermano de Bob, y consiste en que todos los obreros del mundo utilizaran el mismo idioma. Esto crearía mucha cohesión, pues la comunicación entre, por ejemplo, un talabartero de Mozambique y un verdulero de la provincia de Ontario sería más que fluida y fortalecedora de los lazos de unión inherentes a la clase obrera pancontinental. Y así se llevó a efecto. El bable es por ello el idioma utilizado por todos los trabajadores del mundo, por su sintaxis primaria y abigarrada prosodia, por no hablar de su rico vocabulario y suave sonoridad consonántica.

          El comunismo es muy bonito.

          Mi otro primo, Silas, el del Carolina del Norte, ya saben, el hermano de Virgil, fue el que intuyó y desarrolló el que sería el segundo pilar y fundamental basamento del pensamiento revolucionario comunista, presentado en sociedad en Kiev, en el transcurso de las sesiones preparatorias para la Tercera Internacional Socialista de 1946. Su idea era que nunca sería suficiente el número de millones de muertos hasta conseguir el número óptimo de miembros del partido que él consideraba como cifra perfecta para la consecución de los objetivos políticos, económicos y sociales del ideario marxista-comunista, es decir, tres. A ello ha dedicado su vida y por ello lo veneramos y otorgamos el honor de representar el paradigma para nuestros hijos y los hijos de nuestras hijas.

          El comunismo es que es muy bonito.

          La tercera idea es mía. Mi nombre es Eduardito. Soy el primo de Elmer y de Silas, mis primos de Nebraska. Soy ruso y provengo de una familia de rancio abolengo. Los otros tipos de abolengo, los no rancios, siempre los hemos rechazado en Rusia y los hemos depositado en contenedores ad hoc y arrumbado en la orilla derecha del Volga. Mi apellido es Secreto (aten cabos). Soy el orgulloso instigador, creador e implementador de esa tercera idea sustentadora del ideario comunista que nos nutre y vivifica y que ha servido de lanzadera para que todas las masas obreras del planeta nos sigan enfervorecidas, afiebradas, hechizadas por la esperanza en un mundo hermanado por la fuerza productiva y liberada del yugo del sistema alienante capitalista. Soy, ya lo saben todos ustedes, el autor del Libro Blanco, el libro que superó al poco tiempo de ser editado las cifras, tanto de ventas, como de número de ediciones, como de número de lectores a la mismísima Biblia, al Corán y al Talmud, al Quijote y al Principito. Como saben, es un libro de 365 páginas, todas en blanco, no mancilladas ni por una sola letra; libro de obligada lectura (una página cada día del año) por todos y cada uno de los trabajadores del mundo; un vuelco diario de la masa trabajadora en la nada absoluta; un baño multitudinario en un Jordán de vacío y de acogedora blancura; un continuo atravesar una nube clara sin horizonte ni fin. Sumido el obrero en tan preclara lectura, divaga con dulzura en la metáfora inefable de la vida, en el sopor de un ámbito magmático-uterino, sin dolor, sin infecciones disidentes ni rubores de conciencia. Por todo ello, mis primos y yo nos sentimos muy orgullosos de haber creado al Hombre Nuevo, al hombre comunista de hoy, un hombre que, rodeado de millones de muertos a su alrededor, habla en bable con sus émulos, con sus camaradas de todo el mundo, mientras en sus horas libres lee páginas y más páginas de un libro en blanco, en el que se expresa todo lo que puede saber y todo lo que debe esperar: un futuro de paz, sosiego, miseria y muerte. Tengo otros dos primos, uno de llama Pedro y está enfermo de ira, y el otro de llama Pablo y está enfermo de odio. Son enfermos terminales y van a morir pronto.

          El comunismo es bonito, pero bonito de verdad.

7.3.16

375. Los nuevos hipolipemiantes


          Los lunes no debería escribir. Tampoco asesinar. Los lunes no debería intentar ninguna humorada, el humor es más para los martes. Los miércoles incitan a una escritura amable, liviana, muy del gusto de las amas de casa. Los jueves son para la literatura seria (si es que tal cosa existe), sobre todo para los ensayos o los tratados de apicultura. El viernes es un día anómalo para la creación, no debería constituir parte de la semana (vocablo éste que significa seis), por ello es un día para la literatura de raíz surrealista, para la vanguardia en general y la literatura automática en particular. Los sábados son para las obras maestras, para las cimas literarias, para que los premios Nóbeles, los Goncourts, o los Pulitzers se esmeren y plasmen sus luminosas ideas sobre la pantalla o el papel (o como Bertrand Lavilliers, novelista decimonónico francés, que escribió sus mejores obras sobre la espalda de Eudora Neville, su amante borgoñona). Por último, los domingos son para la literatura de ínfima calidad, la que consumen y les gusta tanto a todos ustedes, la que copa con sus portadas de bellos coloritos los escaparates de las más exitosas librerías de su ciudad. 
          Pero hoy resulta que es lunes, así que lo que salga del estrujamiento de las partes creativas de mi envejecido cerebro será una absoluta mierda. Esta palabra, por cierto, es un vocablo que jamás utilizo, me parece una de las palabras más feas del idioma. Intento no utilizarla nunca. Todo lo referente a la excreción de los detritos corporales me produce rechazo absoluto. Además, como soy básicamente un cursi, lo tengo mucho peor, porque los cursis nos movemos en un mundo irreal sin emuntorios, esfínteres, secreciones, purulencias, flemas, ventosidades, eructos, ni cosas que se les parezcan ni remotamente. Fantasía que choca de pleno con la repugnante realidad. Por eso los ángeles son cursis, por eso los cursis somos ángeles. Los querubines no hacen nunca nada asqueroso, eso es cosa de demonios. Un demonio es la cosa menos cursi que existe. Satán lo será todo, pero nunca será cursi. La mayoría de los santos, sí que lo son, sobre toso San Lucilio Mártir. Las mujeres, aunque no lo parezca, tampoco son cursis, porque la mayoría son demonios. Esto no constituye ningún exabrupto machista, ni mucho menos. Lo satánico e infernal entroniza de manera más fluida en el alma femenina que en la del hombre, y no voy a dar más explicaciones sobre esto por cuestiones de espacio y tiempo, y porque todos los hombres sabemos que tan solo podemos llegar, como mucho, a ser perversos, y porque todas las mujeres saben que cuando quieran pueden negociar con el averno y sus inquilinos con sólo abrir la ventana y elevar una sonrisa envenenada a la luna.

          Conclusiones de este memorándum:

1. Los lunes no están hechos para escribir.
2. La inmensa mayoría de ustedes sólo leen basura.
3. Nunca digo "mierda".
4. Soy cursi como también lo son los ángeles y los santos.
5. El demonio no es cursi, como tampoco lo son las mujeres.
6. Hoy, como queda constatado, es lunes.

374. Mantengamos la calma


          De los nombres de las cosas se derivan las diversas ecuaciones que diseñan las estelas de los barcos. Los trirremes que surcaban el Mediterráneo, las canoas del Orinoco, los bajeles del Tigris, los champanes del Mekong, sus estelas derivaban hasta esta misma noche de complicados silogismos matemáticos. Pero el último equinoccio ha deshecho el álgebra de los cálculos estelares de la náutica clásica para siempre. Los navegantes, azorados, se hunden en rimeros de astrolabios y sextantes, sonreídos en la noche por constelaciones giradas, cambiantes, objetos de un tiovivo sideral, que aturde embarcaciones y mareas, que disgrega cardúmenes de medusas y calamares, que asola playas e islas desconocidas y remotas.
          De los nombres de las cosas también derivan los errores de las plantas, los desplantes animales, la vulgar animalidad del hombre, la humanidad de las rocas, la solidez y dureza de ciertas auroras, las felices amanecidas de los guerreros que no han muerto en la batalla, la belicosidad de tu mirada cuando el placer no alcanzado se derrama en la mentira, la falsedad de la Historia cuando se narra en los espejos convexos del odio, la convexidad de la verdad desnuda cuando deviene en espanto.
          De los nombres de las cosas también derivan ocasos primaverales, que destrozan cartografías celestes, lúgubres oquedades en el alma de los niños que no saben pronunciar la palabra soledad, alegrías infundadas en los cuarteles y en las iglesias, sosiegos monacales en la casa de los hombres muy ricos y muy tristes, los olores nauseabundos en las cloacas del pensamiento único y compartido, el batir de las armas en el nuevo renacimiento de la fe múltiple y hostil, la enfermedad terminal del planeta que no termina, la asunción como epifanía de la muerte de Dios que, al final, murió asesinado por nuestras propias manos.
          De los nombres de las cosas también deriva la negación de las potencias y poderes del hombre, la entronización de la idolatría en las células germinales del ser humano, la abolición de la música en lo inhóspito de la cárcel del alma, la belleza perpetrada y culpable que aniquila la pureza verdadera de lo simple, la estupidez de hierro de los próceres de goma, de los líderes acneicos, de los sátrapas de salón.
          ¿Y de mi nombre? ¿Qué surge de mi nombre? De los nombres de los hombres, ¿qué surge? Sé que de mi nombre surgen efluvios de jirafas que miran con descortesía a los detectives de la sabana, bandadas de cuchillos volantes que hieren columnas de humo fabril, miriadas de seminaristas esperanzados bajando por colinas de electrodomésticos varados. También surgen de mi nombre elementos innombrables que determinan conceptos sediciosos, conductas traidoras, modos maléficos, posturas que incitan a lo obsceno del pensamiento, e ideas que hacen quebrar el cristal interno y primordial de la vida de los gatos.
          De los nombres de las cosas se deriva la muerte de las cosas que nunca mueren.

6.3.16

373. Truman Capote de grana y oro


          Norman, que es nombre de asesino en serie, fue un asesino en serie, de apellido Mitman, nacido en el estado de Delaware que, una vez capturado, fue condenado a la silla eléctrica por haber dado muerte a ciento treinta y seis personas de color. Norman era también de color, algo que creyó le haría parecer como no sospechoso, pues jamás un negro había matado de manera sistemática y seriada a personal de su misma raza, y menos aún en número tan abultado. Mató a un negro cada 71 horas. Si hacen la cuenta, sabrán que Norman estuvo matando ininterrumpidamente 402 días sin que lo trincara la bofia. Al que hizo 403, mientras se tomaba una chikenburguer en el bar de Molloy, en la confluencia de la interestatal 4 con la circunvalación norte de la autopista 40, a la altura de Beerstown, junto al motel Blenda's, en espera de que acabara el turno de cocina Julius Pits, el cocinero negro, para matarlo con un martillo Truckmann A-808, y estando a su lado Ted Postman de paisano, a la sazón sheriff del condado de Brunswick, y también a la sazón Miembro Honorario de la facción Hard Blood del Ku-Klux-Klan, conferencia este, y al observar Ted que Julius salía por la puerta y que Norman también salía inmediatamente tras él, para lo cual levantó su pesado martillo que llevaba envuelto en un estuche de stick de hockey sobre hierba, y golpear accidentalmente el testículo derecho del sheriff, que intentaba alcanzar en ese momento el bote de salsa de arándanos Killman®, la tragedia inherente a la muerte programada de la víctima 137 viró radicalmente a otra tragedia parecida, pero con protagonistas y víctima diferente. La mano derecha de Ted agarró la capucha del anorak de Norman, que giró violentamente golpeando con la funda del stick la base del silloncito giratorio donde había desayunado en espera del cambio de turno de Julius. Antes de que el sheriff abriera la boca y pidiera explicaciones al que le había golpeado sus genitales, la funda de Norman se abrió y cayó al suelo el martillo Truckmann A-808, aún manchado de la sangre quizás de la o las anteriores víctimas. Hubo un momento de parálisis témporo-espacial en el que todas las miradas quedaron focalizadas en la herramienta. Cuando Norman alzó la mirada ya tenía a 1,5 cms. de su boca el cañón de la Sig-Sauer P-226 de Ted. Lo demás ya es historia.

          Las conclusiones de este cuento moral son las siguientes:

1. Norman es nombre de asesino en serie, como ya quedó expresado al principio.
2. Delaware es uno de los estados de Estados Unidos.
3. En el bar de Molloy sirven chikenburguers.
4. Julius es nombre de negro.
5. Ted es nombre de sheriff.

          Quiero agradecer a la Real Academia de Estudios Jurídicos de Washington D.F., a la Fundación Charles Manson para la Rehabilitación de Asesinos en Serie, a la Logia Republicana de Vermont Locus-2, a La Biblioteca Shultze-Rotschild, a la Congregación Protoanabaptista de la Cienciología de Hollywood, a la Secretaría de Estado para Asuntos Diversos por su colaboración, asesoramiento e impulso intelectual, sin cuya participación y sabios consejos no hubiera sido posible el desarrollo y culminación de este artículo.

372. Romance del aguador y la molinera


          Si yo me preguntase por la disposición de mi sistema de pensamiento, ahora mismo, no sabría qué responder. Si me lo preguntase cualquier otra persona, tampoco sabría. Pero si me lo preguntase el Sumo Hacedor, sí le respondería, porque sí sabría la respuesta. Siempre es función del emisor el diseño de la respuesta, por esta razón, siendo Dios el emisor, no cabe más que una respuesta concreta, sabia y veraz, dado que Él no podría, en su función de divino emisor, diseñar algo cuya consecuencia directa no estuviera a la altura de su diseño (o designio). Pero Dios, ¿pregunta alguna vez? ¿Ha sentido alguno de nosotros la pregunta de Dios? He ahí el problema, si es que es tal. Dios no pregunta, es otra de sus prerrogativas, aunque el beneficio que obtiene de su negación (o negativa) a preguntar se nos hace, una vez más incomprensible. Pregunto a mi Dios cada vez menos, no sé si por acostumbramiento a su falta de respuestas o al incremento en la madurez de mi pensamiento, que cada vez necesita menos cuestionarse el mundo y más explorar atónito los senderos del alma. Ya no busco respuestas a las preguntas que me hice (que le hice), ya no me importan, nada me beneficiarían, fueran de una naturaleza o de la contraria.
          Por tanto, vivo sin preguntarme, sin la curiosidad intelectual de saber lo que no me corresponde saber, con el agnosticismo confortable de saber que no saber es saber. Me permito ese confort una vez haber llorado sangre de angustia dura, muy dura en noches de invierno, de corrosivo vértigo auscultando el alba en busca de una respuesta a preguntas imposibles. Seguimos humanizando a Dios y suponiendo humanos sus tropismos, queriendo comunicarnos en una especie de esperanto teológico en el que nivelar alturas, hasta ese extremo llega nuestra gigantesca soberbia. Corfomémonos con delinear derivados dialectos de ese idioma divino muy poco o nada comunicativo, engañémonos con series de sagas mitológicas, con vocablos evocadores de estructuras supraterrenales, hagamos cualquier cosa por superar el pasmo de la incomunicación, no hagamos tampoco de cada suceso un acto teleológico encaminado al definitivo desarrollo de un lenguaje con el Creador. No es prudente devastarnos con la búsqueda de un diálogo divino, cuando hemos construido día a día el gran muro de la duda de su misma existencia. 
          Vivir con Dios, pero sin Él. No hay misterio dentro del misterio. La rosa seguirá siendo la rosa, aunque la rosa se pregunte por qué es ella la rosa. No hay preguntas fuera de la mente humana. No concedo el valor a la pregunta porque no concedo valor a la respuesta. La rosa no adquiriría un grado superior de perfección si adornara su belleza natural con un halo de preguntas sin respuestas. La perfección a la que el hombre quiere encumbrarse a través de esa curiosidad cósmica que le caracteriza, no es difícil observarla desde el otro lado del espejo, donde una realidad azogada y contraria lo dejaría inmerso en un lodo involutivo y cada vez más alejado de la Verdad que busca. Podemos vivir sin Él, pero su presente ausencia o su presencia ausente debería ser indiferente, porque para todo lo demás lo es.

5.3.16

371. La lujuria


          Érase una mariposa andina que volaba por una hermosa floresta, cuando una mosca tigre, perversa de corazón y de pensamientos oblicuos (porque así es su naturaleza, como la del escorpión de la copla) la sedujo con malas artes (no existen artes buenas, es un bulo que sólo beneficia a los papas y a los gitanos) y la llevó a la pequeña oquedad del chusque donde habitaba (el chusque es una hierba recia como un arbusto que es característica del bosque andino de la altiplanicie). Una vez allí, la mosca tigre le contó a la mariposilla un cuento, que es el que sigue: Érase una peruana chiquita que vendía bombines en el mercado de Tarapoto. Un día conoció a un bengalí alto como una espingarda y rico como el sátrapa Juan. Se enamoraron al instante y marcharon juntos a la India, para que la peruanita conociera a su mamá política y a sus cuñadas y demás miembros de la familia del bengalí. Nada más llegar, la vendedora de bombines fue atacada por un búrgaro, serpiente cuyo veneno es dieciséis veces más potente que el de la cobra real. Ésta, a la sazón, es dieciséis veces más hermosa que el búrgaro, que se parece mucho al excremento del manatí adulto. La chica, claro está, murió a los dieciséis segundos y fue incinerada siguiendo el rito banashi, mucho más vistoso (también más caro) que el rito angathana, más parco y modesto. El pobre bengalí quedó desconsolado. Su prima Veena, que lo quería apasionadamente lo consoló a base de ungüentos, infusiones sosegadoras y mucho sexo tántrico, hasta que en el placer del sublime consuelo, la prima le narró el siguiente cuento: Diez miembros de la Gestapo, escogidos entre la élite de la organización, fueron enviados en octubre de 1943 a Pontevedra, al noroeste de la península Ibérica, por equivocación. Una vez allí, desplegaron sus actividades en busca de mensajes cifrados provenientes del enemigo por rías, riscos, bosques y pazos. Sólo hallaron unos restos celtas y algunos fósiles de trilobites poco evolucionados. De los diez espías, dos murieron de un hartazgo de ostras y los otros ocho, también. El triste bengalí, ya algo más reconfortado y repuesto tras el consuelo de su prima, regresó al Perú para hacerse cargo del negocio de bombines de su esposa muerta en Tarapoto (ella no murió en Taratopo, murio en Navadwip a 125 km. de Calcuta, en Taratopo es donde vendía los bombines), negocio que el hindú traspasó por dieciséis mil soles (110.435 rupias indias) a un holding sombrerero del Cono Sur. La mosca tigre, tras finalizar su cuento, devoró a la mariposa con calma y delectación, para posteriormente ir a descansar al puerto, donde encontró una hermosa manta de viaje, en uno de cuyos pliegues durmió un número indeterminado de horas. Cuando despertó, observó el camarote y a un triste y alto caballero que sentado en el camastro miraba sin ver el suelo, con esa mirada ausente del desposeído. Ya en la India, la mosca tigre adaptó con prontitud las costumbres de su nuevo país y fue todo lo feliz que se puede ser en el corto tiempo de vida del que dispone la mosca tigre.

          P.D El caballero hindú se llamaba Naisha Tagore y era nieto del insigne poeta y Premio Nobel bengalí.

4.3.16

370. Díseselo a la Vane


          Hoy, queridos niños, vamos a hablar de la muerte. ¿Qué es la muerte? Pues la muerte es la liberación del alma, que abandona el cuerpo corruptible y se eleva al nimbo de las almas, donde esperan a ser juzgadas por el Todopoderoso, para que disfruten de su presencia eternamente en el cielo, si han sido buenas, o se vayan directamente y con premura a tomar por el culo al infierno para siempre, si han sido malas. Estadísticamente, queridos niños, hay un 25% de personas malas, un 25% de personal buenas y un 50% de personas que no son ni buenas ni malas, y que son las que al morir, sus almas van a un lugar inespecífico, llamado purgatorio, y que los sucesivos concilios no se han puesto todavía de acuerdo en qué carajo es y cuál es su verdadera naturaleza. Así que hoy vamos a ejemplificar esta charla haciendo que suban al estrado un niño malo, que serás tú, Matías; un niño bueno, que serás tú, Ventura; y un niño ni malo ni bueno, que serás tú, Luis María. Comenzaremos por el último, por ti, Luisma. (Pero antes, un inciso. Toda la información que poseo la he obtenido en el confesionario, por lo que básicamente, como veréis y oiréis, me voy a ciscar de pleno en el secreto de confesión). Pues bien, Luis María es un pobre pecador, como casi todos, pero peca poco y mal, casi no peca, pero peca, aunque de manera poco convincente. Si roba, lo hace en el chino de la esquina, y sólo roba objetos defectuosos o inservibles. Se roza en el autobús con las mujeres más feas; se toca muy poco y sólo hojeando las revistas de economía agrícola de su padre; pega a su hermano pequeño, pero inmediatamente le mete cinco euros el su alcancía porcina. En fin, como veis, Luis María no es malo ni bueno, es un auténtico soplapollas casi a tiempo completo, y por eso irá al purgatorio unos cuantos miles de años cuando le llegue el momento. Te puedes sentar, Luisma. Ventura es otro cantar. Es bueno hasta durmiendo. Cuando se confiesa, hablamos de toros, de cosmogonía, de obstetricia maya o de la síntesis de los nuevos esteroides, porque no tiene un solo pecado que contarme y nunca lo ha tenido y, por tanto, nada tiene de lo que arrepentirse. Ama a todos y a todo; ayuda y colabora con todos y con todo; nunca se ha tocado la pinroleta y tan solo ha mirado a los ojos a su madre, a ninguna otra señora o señorita más; quiere ser misionero en Siria para convertir a los moritos del Estado Islámico. Ventura ira directo tras su muerte (que será tristemente pronta) a la diestra del Sumo hacedor. Ventura es, como todos sabéis, un verdadero capullo irredento, un moña colosal. ¡Ale!, vete al pupitre, Venturita. Y vamos ahora con Matías. Con tan corta edad Matía ya ha matado. Tenía cinco añitos cuando le cortó las orejitas y los deditos a su hermanito Aitor en la cuna. Una cruel travesura pero de consecuencias deletéreas. De la impresión su mamá quedó parapléjica y posteriormente su papá se arrojó a las vías del tren. Matías disfrutó en el entierro paterno metiendo petardos gordos en los nichos cercanos. Además Matías es un pajoliento visceral, prácticamente vive en un status orgasmicum; ya contabiliza tres violaciones en grado de tentativa, y se lo hace con cualquier animal muerto, la última vez con una merluza de pincho que sacó del congelador de la cocina de su última casa de acogida. Ya os ha pegado a todos, ya os ha untado mocos en la frente y ya va él barruntando su próximo futuro como asesino en serie o genocida. Es por ello que cuando muera, ojalá sea pronto, y Dios lo vea aparecer, lo echará a hostia limpia a lo más hondo del infierno. Así es. Ya te puedes sentar, cabrón asqueroso. Por tanto, queridos niños, la muerte nos abre a todos una puerta a la miseria, a la gloria o a la incertidumbre, algo muy similar a lo que sucede en la vida que, igualmente, nos ofrece senderos hacia la gloria, hacia la miseria o hacia la incertidumbre. La vida y la muerte por tanto, queridos, es en esencia la misma cosa. Y como ya ha sonado la campana, podéis salir ordenadamente al patio, para que disfrutéis del recreo. No acercaos a la verja, que parece que hay alarma de zombis en la comarca. Mañana hablaremos de la metempsicosis y de la inmortalidad.

3.3.16

369. A tutiplén


Los poetas verdaderos combustionarán espontáneamente. Sólo los verdaderos poetas.

El color azul desaparecerá del espectro y será sustituido por un aroma que lo evoque.

Al sol le saldrán finos flagelos que alcanzarán la superficie de la Tierra y dibujarán en los bosques intrincados mapas de cenizas.

Todos los ríos del planeta regresarán a sus fuentes de origen y sus lechos lo llenará la ingente materia herrumbrosa de las siderurgias.

La belleza de los insectos desaparecerá en favor del horror en las fisuras del mármol.

Como maná de plomo lento lloverán grumos de lava gris sobre las cancillerías y palacios.

Las niñas del mundo comunicarán sus secretos a los árboles, en voz baja, casi susurrada.

Los mundos paralelos se harán realidad con la brusquedad propia de lo inaudito.

El mar, todos los mares, regurgitarán los barcos que sus olas devoraron, y los marinos ahogados arribarán a tierra firme con los sueños de liquen adheridos en las cuencas de los ojos.

          Estos nueve hechos acontecerán el día del Fin del Mundo. Al finalizar ese día, Dios recitará este poema:

Es lo que aborrece bajo la piel,
bajo tu piel,
lo que enamora al instante.

Es el tacto imaginado,
es tu realidad que rechazo,
es el árbol que sospecho,
es el lecho de tu sangre,
de tu savia.

Son los nudos azules de tus venas,
es el más allá de la frontera lo que acoge,
lo que aturde
y lo que engaña,
es tu innegable piel que me dispone a aventuras de caníbal inocente.

          Posteriormente los ángeles nos encaminarán a todos hacia el Infierno. El Juicio Final y el Cielo siempre fueron una patraña.