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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



25.5.10

148. Dulces recuerdos de Veracruz


          Oigo el deleznable rebuzno, sonido atroz, miserable y de largo reverbero, que me persigue en casa, y en el trabajo, y en el protésico, y en la mancebía de la esquina. Tengo un burro metido en mi interior, entre las entretelas de mi corazón sereno y dadivoso, en lo más recóndito de mi alma saducea. Lo tengo explayado, disuelto, tengo al burro espolvoreado en los poros y recovecos de mi piel gitana. Nazco cada mañana con el insoportable olor a burro hambriento. Me cocea de dentro afuera como si quisiera escapar de donde yo no lo retengo. ¡Que se vaya el burro asqueroso de mí!, ¡Que proceda a la migración, a la transubstanciación, a la metempsicosis, pero que salga de mí! Me sé burro y siento al burro inmanente en mí. Yo, que sólo he creído en la filosofía pragmática; yo, que he amado hasta la ternura las ideas situacionistas; yo, que he amamantado en mi academia a los últimos restos de jóvenes rebeldes, a los últimos e irreductibles soldados del pensamiento posmoderno... Y aquí yazgo yo, en la sumisión al burro interior, sodomizado desde dentro por un asno belicoso y nocivo, que aturde las vísceras y las glándulas y los órganos que no le pertenecen y de los que se ha apoderado como un colono loco e insaciable.

          El burro se llama Platero, es peludo, pequeño y suave; tan blando por fuera que se diría todo de algodón.

          ¡Sus muertos!