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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



2.5.10

137. Amores de baratillo


          Desiré Buendía de la Laña tiene veintitrés años y unas ganas enormes de que fallezca su íntima amiga Olguita Simancas Cañaseca, de veintidós. En realidad ambas se desean la muerte. En mi tienda de productos anecdóticos y suntuarios las atiendo personalmente. Vienen siempre juntas y destacan por su falta absoluta de pudor. Se desnudan nada más verme. Creo que les gusto. Siempre me traen un obsequio nada anecdótico ni suntuario, una postal antigua de la tumba de Erasmo de Rotterdam (en la catedral de Basilea), la biografía del único papa lisboeta, Juan XXI (de nombre Pedro Hispano) o unos guirlaches de Jávea. Yo a ellas ni las toco porque soy calvinista y sacristán personal del rey. Entre las dos se dejan más de cien soberanos cada vez que vienen. Me incitan a no sé qué salaces juegos, a los que siempre me niego con cierta displicencia no carente de unas gotas de desprecio. Ellas se enfadan y me hacen mohines, que no me agradan porque les dan un aspecto como de arpías metropolitanas o estantiguas de La Moraleja. Olguita quiere ver a Desiré bajo las ruedas de un todoterreno. Los clientes las miran asustados, como es natural, pero yo les digo que miren hacia otro lado, que no llamen a la policía, y les regalo un objeto suntuario a cada uno, o dos anecdóticos a elegir. Yo paso mucha vergüenza cada vez que vienen, pero con los cien soberanos me puedo permitir pagar a los sicarios que le dan las palizas a mi madre.